sábado, 21 de junio de 2008

Javier Anso




Javier Anso: un pedagogo que, inspirado en los valores supremos del Evangelio, persigue el desarrollo pleno de la persona
José Antonio Hernández Guerrero

Javier es un hombre libre y comprometido. Posee la ilimitada libertad de quien observa, reflexiona, analiza y juzga la realidad que le rodea sin establecer previamente unas barreras infranqueables y, al mismo tiempo, asume el estricto compromiso de ser fiel a los dictados de su propia conciencia y de ser leal con los alumnos a los que sirve. Éstas son las razones por las que mira el pasado con ponderación y con gratitud, y éstas son las claves de la obstinación con la que, esperanzado, lucha por lograr un futuro más justo y más humano. Fíjense cómo no se cansa de estimularnos para que, contra los vientos de la publicidad y las mareas del cómodo hedonismo, sigamos creciendo y mejorando las condiciones de vida de nuestros hijos, para que les proporcionemos los instrumentos necesarios con el fin de que sean más conscientes, más independientes y más felices.
Hombre lúcido y agudo, distingue instantáneamente lo que es importante de lo que es accesorio, lo que es incompatible con nuestra condición humana de lo que podría perfeccionar nuestra existencia, aumentar el bienestar personal y mejorar la convivencia social. Éstas son las razones por la que, a nuestro juicio, en sus funciones como director de un centro educativo, además de proporcionar información actualizada sobre los conocimientos imprescindibles para la vida profesional, estimula la reflexión, la crítica, la solidaridad, la voluntad de entendimiento, la convivencia y el respeto a las minorías
Javier lucha de manera permanente porque está convencido de que el aumento de ciudadanos ignorantes y, por lo tanto, acríticos, propicia el funcionamiento de esta sociedad de consumo que beneficia sólo a unos pocos de listillos. Por eso él, ajeno a la autocomplacencia narcisista, denuncia con valentía esa atmósfera que, creada por los medios de comunicación, facilita el aumento continuo los consumidores (mal)educados en serie, sin referencias culturales y sin pasado, y, por eso, critica las prácticas que estimulan la deformación de ciudadanos que, encasillados en identidades volubles y zarandeados por el flujo incesante de la publicidad, sólo son puros átomos carentes de voluntad propia para seguir creciendo. Por eso, al mismo tiempo que cultiva la tolerancia de las convicciones diferentes, nos exige respeto a la ley y a los demás. Por eso, dando por supuesto que el aprendizaje exige esfuerzos, nos grita para que sacudamos la tibia modorra.
Hombre dialogante, profesor entregado y religioso coherente, es un pedagogo que concibe su tarea -la paideia y la humanitas- como un acompañamiento a los alumnos por el aire libre de la contemplación de la naturaleza y por los senderos marcados por los principios más sólidos de nuestra cultura occidental: como una aventura alentada por una concepción de la vida humana que, inspirada en los valores supremos del Evangelio, persiga, de manera explícita, el desarrollo pleno de la persona y su acercamiento hacia su fin propio. Por eso apoya toda su actividad docente en su convicción de que el fin de la enseñanza es la formación integral del ser humano: del pensamiento, de la emociones, del lenguaje, de las actitudes y de los comportamientos.

Juan Benítez




Juan Benítez está convencido de que la fe se proclama, sobre todo, mediante la entrega a los abandonados y a los que esta sociedad opulenta y competitiva ha excluido.

José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, aunque, a lo largo de la historia milenaria del cristianismo y a lo ancho de su extensión universal, los seguidores de Jesús han hecho diferentes lecturas de sus mensajes, los que pretendan ser fieles a la esencia y a los valores del Evangelio deberían esforzarse por interpretar correctamente sus principios esenciales.
En cada época y en cada situación, impulsados por la voluntad de reproducir aquellos sorprendentes dichos y hechos, los creyentes han puesto un especial énfasis en aquellos pasajes evangélicos que mejor respondían a los problemas más graves e importantes, según su propia sensibilidad y de acuerdo con las necesidades de los destinatarios, pero hemos de convenir que esta selección sólo es válida cuando no se manipulan los sentidos ni se alteran las jerarquías de los valores más auténticos, de esos rasgos ineludibles que constituyen la médula original del mensaje cristiano.
Esta reflexión ha sido el primer resultado de la conversación que acabo de mantener con Juan Benítez, uno de los colaboradores directos de Alfonso Castro en las diferentes tareas de contar y de explicar, con sus vidas sencillas, el papel que los creyentes han de ejercer en esta sociedad. Hombre reflexivo, esperanzado, amable y crítico, contempla los gestos de Jesús y escucha sus palabras con idéntica naturalidad con las que los contemplaron y las escucharon sus discípulos más directos. Él cree firmemente que, para descubrir el rostro de Jesús, es imprescindible acercarse física, respetuosa y cordialmente a los marginados, y está convencido de que la fe se proclama, sobre todo, mediante la entrega a los abandonados y a los que esta sociedad opulenta y competitiva ha excluido.
No es extraño, por lo tanto, que además de preguntarse continuamente en qué cree y por qué cree, desconfíe de los ritos vacíos, del proselitismo interesado y de la publicidad con la que, a veces, otros pretenden comprar voluntades; por eso él cultiva con esmero el lenguaje de la discreción y de la verdad desnuda de los hechos que dan sentido y estabilidad a su vida.
Su dedicación amistosa, que huye de los impulsos románticos, constituye una invitación para que ampliemos nuestro horizontes de sentido: son unos aldabonazos, unas llamadas a la solidaridad, al servicio gratuito y gratificante. Su testimonio elocuente nos confirma que los contenidos de la fe no se entienden si no percibimos, hacemos y padecemos la realidad de la vida. Esta actitud audaz y este comportamiento valiente son los que, a mi juicio, le permiten sentirse en paz consigo mismo y con los demás. No olvidemos que la grandeza de los hombres y de las mujeres no depende de sus triunfos, de sus ganancias, de sus fuerzas físicas, de sus poderes políticos, ni siquiera del dominio intelectual, sino de la savia interna que nutre las raíces de su identidad y de la sustancia espiritual que unifica a la persona y le confiere dignidad.

Francisca Fuentes Rodríguez




Francisca Fuentes Rodríguez
José Antonio Hernández Guerrero

Los compañeros que seguimos de cerca la trayectoria profesional de Francisca Fuentes Rodríguez coincidimos en que es una mujer activa y entusiasta, un ser singular que, presidido por la lucidez y por la agudeza, cuestiona aquellos comportamientos rutinarios que la inercia de los usos sociales pretende hacernos pasar por naturales y por apropiados a la condición femenina. Ella, que está decidida a vivir su vida de una manera plena, es consciente de que vivir es aprovechar una oportunidad única y una aventura personal dirigida hacia el descubrimiento de un mundo más humano, más justo y más grato.
Inquieta, emprendedora e impaciente, con su mirada limpia y directa, nos proyecta sus certeras reflexiones y nos formula sus múltiples propuestas, que están elaboradas siempre tras análisis minuciosos, desde una crítica incisiva y desde una serena autocrítica. Alentada por el rigor, por el trabajo y por la exigencia como requisitos esenciales de su función de Decana, ella dirige la Facultad más joven de nuestra Universidad, imparte sus clases de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, investiga conflictos y negociaciones colectivas, atiende a su familia, cuida y educa a sus hijos, enfrentándose a los problemas con realismo y apoyándose en un permanente diálogo con todos sus colaboradores. Con su sencillez, con su sentido práctico y ayudada por un conjuntado equipo de compañeras, nos proporciona una imagen de universitaria comprometida con nuestro espacio y con nuestro tiempo.
Para interpretar y para valorar el significado profundo de sus eficaces gestiones, es indispensable que nos acerquemos, que captemos la intensa palpitación humana y que descifremos las diferentes emociones que la impulsan y las profundas convicciones que la alimentan. Intrépida, obstinada, creativa y, sobre todo, libre, es una mujer de raza que, sin hacer publicidad, está en posesión de toneladas de sentido ético y social. Pienso, además, que esta mujer valiente, que llama a las cosas por su nombre, que se propone retos ambiciosos y que, cada mañana, inicia tareas complicadas, es, a veces, un poco dictadora consigo misma.
Impulsada por su propia vocación, abre los ojos, observa con atención todo lo que le rodea, mira el futuro con confianza y sonríe porque piensa que personas de las que recibe las energías, la respetan y la quieren. Mujer sencilla y trabajadora incansable, está dotada de esa sabiduría que tan estimulante y tan refrescante les resulta a los que colaboran con ella. No acepta imposiciones y no comprende a las gentes que, abandonándose a las bagatelas de la comodidad, renuncian a luchar para crear unas circunstancias más humanas que nos permitan vivir y convivir, dialogar y colaborar, y, en resumen, sentir el amor y difundir la amistad con respeto, con libertad y con dignidad. Paca es una permanente y cordial invitación para que nos decidamos a pensar, a imaginar y a trabajar.




Manuel Arcila

Manuel Arcila, un hombre exquisitamente normal
José Antonio Hernández Guerrero

Si preguntamos a cualquier miembro de nuestra comunidad universitaria sobre la figura del Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, todos coincidirán en que es una persona normal. A nuestro juicio, esta caracterización, en apariencias tan simple, constituye el resumen de una amplia serie de rasgos profesionales, éticos y humanos, que son muy valiosos -imprescindibles- para conducir una compleja institución que, en estos momentos de su historia, atraviesa un mar que, en permanente movimiento, está sembrado de imprevistos escollos surgidos por esos inminentes cambios de titulaciones, de planes de estudio y de grados académicos que impone la convergencia europea.
La exquisita naturalidad de Manolo, fundamentada en su sencillez, en su serenidad, en su laboriosidad y en su permanente actitud de servicio, constituyen las claves de la seguridad con la que dirige la Facultad y el fundamento de la confianza que inspira a todos los que, con él, están empeñados en hacerla crecer.
Si a unos sorprende la permanente atención que presta a los más nimios vaivenes de esta nave tan voluminosa y tan complicada, otros se admiran por su continua actitud de escucha y por su abierta disposición para sopesar todas las propuestas. Yo estoy convencido, además, de que, en el fondo de esta facilidad para sopesar las más diversas aportaciones, late una consciente decisión de liderar unos proyectos en los que participen, de manera activa, todos los que integran la Facultad.
Es posible que esta facilidad animadora para afrontar la vida y que esta destreza conciliadora para enfrentarse con los problemas, estén propiciadas, además de por sus dotes naturales y por sus disciplinados hábitos, por los contenidos académicos de la asignatura que él profesa. Manolo como profesor de análisis geográfico regional es un cualificado estudioso de los vínculos que unen a los seres humanos y de las relaciones que se establecen con el medio en el que habitan: no hay la menor duda de que él sabe medir el suelo que pisa.
Su manera apacible de asumir los retos actuales y su conducta coherente con sus principios son aldabonazos que nos despiertan de nuestra apática negligencia y que contrarrestan ese murmullo ensordecedor de los sinuosos ríos embarrados, a veces, por la desidia, por la presunción y por la rivalidades. Con sus actitudes diáfanas, con su sencillo estilo de vida y con esa generosidad con la que pone a disposición de los demás su persona, su tiempo y sus talentos, nos define y nos resume el valioso servicio que los universitarios podemos ofrecer a la sociedad que nos sustenta.
El comportamiento del profesor Arcila -que es respetuoso sin afectación, educado sin empalago y servicial sin servilismo- constituye una amable invitación para que los demás respondamos con generosidad, con sencillez y con tesón a las demandas de los tiempos actuales.

Felicidad Rodríguez



Felicidad Rodríguez
Una mujer libre y luchadora que nos muestra, sin petulancia, y nos demuestra, sin presunción, que el trabajo, la constancia, la lucha y el coraje, son cualidades compatibles con la intuición, con la delicadeza, con la sensibilidad y con la ternura

José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, sin necesidad de que ella se lo haya propuesto de una manera explícita, los juicios, las actitudes y los comportamientos de Felicidad desmienten muchos de los prejuicios tópicos que, sobre las mujeres, se siguen repitiendo de manera insistente en nuestra sociedad actual. Ella, que es médico, profesora universitaria y decana de la Facultad de Medicina -el centro medular de nuestra Universidad-, nos muestra, sin petulancia, y nos demuestra, sin presunción, que el trabajo, la constancia, la lucha y el coraje, son cualidades compatibles con la intuición, con la delicadeza, con la sensibilidad y con la ternura. Vamos… que ellas pueden ocupar con eficacia esos puestos que tradicionalmente estaban copados por los hombres, sin disimular ninguna de las virtudes que caracterizan a las mujeres.
Plenamente consciente de las dificultades añadidas que debía superar, ha tenido los arrestos suficientes para conducir esta compleja institución en una encrucijada histórica en la que se entrecruzan diversas doctrinas ideológicas, diferentes concepciones pedagógicas, continuos avances científicos, insistentes reivindicaciones profesionales y contrapuestos intereses personales.
Felicidad, tanto como Vicerrectora de la Universidad que como Decana de la Facultad, ha dado evidentes muestras de que, amante del riesgo y de la aventura, tiene ambiciones sin ser ambiciosa y de que tiene voluntad de subir, pero sin pisar la cabeza a ninguno de sus compañeros. Resulta especialmente llamativa la destreza con la que armoniza sus múltiples y complejas actividades docentes, investigadoras y de gestión, con esos ratos de ocio en los que atrapa y disfruta con fruición la fruta horaciana del carpe diem. Con su sabia lucidez, con su cristalina alegría juvenil y con su delicado gusto, vive intensamente la vida aprovechando todo lo que cada momento le ofrece de bienestar y de expansión lúdica.
Dotada de un discreto optimismo, dirige su aguda mirada hacia un futuro esperanzador, confiada en que, con habilidad, con esfuerzo y con imaginación, es posible llegar a metas que, no hace mucho, parecían inalcanzables. Por eso ante los obstáculos que, a veces, le ponen quienes están llamados a secundar sus retos, en vez de amuermarla y hacer que ceje en su empeño, ella se crece en su afán de elevar la calidad de la enseñanza, de la investigación y de los métodos de asistencia de la Medicina, con el fin de que en esta Facultad se formen médicos que estén dotados de conocimientos científicos actualizados, de dominio de las técnicas del diagnóstico y de las terapias más avanzadas, sino que, además, traten a los pacientes con una exquisita sensibilidad humana. Exacta en sus juicios, generosa en la crítica y comedida en los elogios, Felicidad es una conocedora en profundidad de la anatomía y de la embriología humanas, no olvida en ningún momento, que nuestros cuerpos están animados de espíritu.

Guillermo Martínez Massanet


Guillermo Martínez Massanet
José Antonio Hernández Guerrero

Guillermo Martínez Massanet constituye, en mi opinión, la demostración elocuente de que existe la posibilidad real de armonizar las diferentes tareas universitarias con las primordiales exigencias familiares y con las ineludibles relaciones sociales. Este Catedrático de Química Orgánica, que ya había escalado todos los peldaños docentes hasta alcanzar el más alto nivel académico cuando apenas tenía treinta y seis años, no sólo ha desempeñado las funciones de Director de Departamento, Decano de la Facultad, Vicerrector de Investigación y Rector de la Universidad durante ocho años, sino que, además, se ha entregado, al mismo tiempo, a la atención personal de cada uno de los alumnos, a los minuciosos trabajos de investigación sobre las propiedades terapéuticas de diferentes sustancias, a la convivencia armónica con Angelines, su mujer, y a la formación integral de sus hijos.
Es probable que esa sorprendente capacidad para conjugar unas actividades, que tan diferentes son en su naturaleza íntima, en su organización formal y, sobre todo, en sus ritmos biológicos, esté favorecida por su innata facilidad y por su concienzuda preparación para penetrar, con sus agudos análisis, en el fondo de los seres vivos y para sintetizar -para unir y para reunir- sustancias orgánicas, para diseñar y construir proyectos de investigación y para componer y organizar eficientes equipos de trabajo. Él sabe muy bien que la eficacia de un grupo adecuadamente coordinado es siempre mayor que la suma de sus partes.
Guillermo -un científico amable y un observador crítico- es un hombre sistemático y un trabajador metódico que, además de observar con exquisita atención cada uno de los elementos que estudia, es capaz de maravillarse cuando contempla los resultados de sus análisis. Consciente, además, de que los seres humanos somos parte de la naturaleza, tiene muy en cuenta que él, sus colaboradores y los destinatarios de sus investigaciones formamos parte de esos misterios que él trata de resolver. A veces he recibido la impresión de que a este hombre de ciencia, de concordancias y de acuerdos, también le interesan la armonía y la belleza de ese juego de relaciones que al final de su investigación él establece. No tengo a menor duda de que está convencido de que la ciencia -un triunfo del poder de la imaginación y del esfuerzo continuado- es indispensable para mejorar la vida del hombre –para alcanzar metas inimaginables-, pero también de que el progreso y la mejora de la calidad de la existencia humana exigen atender a las necesidades de la convivencia.
Como investigador, no sólo está dotado de imaginación para descubrir horizontes inéditos, de agudeza para penetrar en las entrañas de esos seres elementales y de sensibilidad para captar los más mínimos detalles, sino que está persuadido de que toda empresa es posible, con tal de que, además de constantes, seamos capaces de organizarnos adecuadamente para vencer todos los obstáculos que la realidad nos impone.

Jorge Paz Pasamar


Jorge Paz Pasamar
José Antonio Hernández Guerrero

Quienes conocemos a Jorge, y hemos tenido el privilegio de estudiar y de trabajar a su lado, estamos en deuda permanente por ser él como es: un universitario contento de serlo y un profesor estimulado por esa vocación docente que sólo tienen quienes han hecho de la enseñanza el taller de sus trabajos y el patio de su recreo.
Ahora, tras su merecida jubilación, como ocurre con los auténticos intelectuales, comienza una nueva vida en la que dispone de más tiempo para la lectura, para la escritura, para la reflexión y para degustar la conversación, haciéndonos partícipes de sus jugosos análisis de los episodios actuales y de sus amables ocurrencias sobre la vida de cada día. Porque, efectivamente, él, como lingüista -un cultivador de las palabras- profesa una fervorosa devoción, sobre todo, por los lenguajes que sirven para tender puentes, para facilitar el entendimiento mutuo y para estimular la comunicación cordial. Estoy convencido de que las raíces de su facilidad para la concordia se ahondan en el fondo de su generoso espíritu de armonía. Charlar con este hombre, agudo, austero, sobrio y abierto de ideas, es penetrar en un remanso de equilibrio y de paz. De Jorge siempre me ha llamado la atención -además de su profunda bondad, de su delicada sencillez y de su radical claridad en la manera de expresarse- las formas delicadas con las que nos transmite su pensamiento.
Todos hemos podido constatar cómo, en esas situaciones propicias para las porfías, las rivalidades y las rencillas, determinadas por las escaladas y por los escalafones, él ha sabido mantener su integridad y su lealtad, unas virtudes que siempre las ha acompañado de una permanente amabilidad y de una simpatía espontáneas. En los momentos de dificultad, su elegante compostura representa para nosotros un estimulante acicate y un ejemplo de bonhomía. Ese es, a nuestro juicio, el colofón y el resumen de su rica personalidad. Estoy convencido de que Jorge, impulsado por una moderada esperanza, es un romántico, un amigo, sin fanatismo, del orden y un enemigo, sin rencor, de la rutina. Por eso ha sabido arar la tierra de las relaciones humanas con esa sonrisa franca que, a veces, estaba teñida con tonos de escepticismo.
Otros compañeros son testigos de las veces que hemos comentado las sencillas lecciones de humanidad y de cariño que nos ha dictado, sobre todo, por su manera digna de enfrentarse al trabajo y a la vida. No debe extrañarnos, por lo tanto, que apoyando sus tareas docentes e investigadoras en la tierra firme de su honda conciencia de la grandeza y de la fragilidad de ser humano, siempre haya adoptado una actitud madura y una voluntad de seriedad. Paciente, pero nunca resignado, Jorge ha proclamado su fe en las conexiones de la amistad y, sobre todo, en el afecto como sustancia propulsora de su vida.

María Jesús Sanz


María Jesús Sanz
José Antonio Hernández Guerrero

La obra de la profesora María Jesús Sanz, Catedrática de Historia del Arte e Investigadora de las artes suntuarias es imprescindible para el conocimiento, para la interpretación y para la valoración de los tesoros contenidos en los templos andaluces y, en especial, en nuestra Catedral gaditana. Lean, por ejemplo, el detallado y agudo estudio sobre la integración de estilos en la Custodia de la Catedral de Cádiz cincelada por el platero Antonio Suárez (1657-1670). De ella me sorprende, en especial, la atención que presta a sus alumnos y la mesura con la que esta mujer profundamente coherente, exhibe los resultados de sus múltiples y valiosos trabajos de investigación.
Dotada de una notable sensibilidad y de una inagotable capacidad de trabajo, prefiere estar detrás de las bambalinas iluminando con su mirada aguda y juvenil los detalles más significativos y los recovecos más complicados de las creaciones artísticas. En más de una ocasión me ha comentado su extrañeza por el tiempo desproporcionado y las energías excesivas que algunos intelectuales gastan para satisfacer sus ansias de reconocimiento y sus necesidades de honras y de honores. “Las pompas -dice ella- todas son vanas”.
María Jesús siempre se marcó unos altos niveles de autoexigencia en el rigor de sus propuestas y de transparencia en sus múltiples gestiones; siempre fue sensible a los seres frágiles. Firmemente asentada en sus profundas convicciones, es un ser esperanzado que aspira a consolidar el presente y a mejorar el futuro: ella está decidida a seguir creciendo.
Su laboriosidad y su valentía contrastan con la petulancia, con la indolencia y con la debilidad de algunos otros que -engreídos- se valen de la vanidad, de la ignorancia o de la soledad de los demás para ganarse su confianza y para aprovecharse de su buena voluntad. María Jesús nos demuestra que la sencillez es una virtud de los seres humanos lúcidos que buscan realmente ayudar y servir a los demás. Por eso es tan elocuente la lección humana que nos dicta con su solidez moral, con su modestia personal, con su capacidad para conjugar la firmeza de sus principios con un espíritu siempre abierto al diálogo y a los nuevos planteamientos.
Permanentemente ilusionada, manifiesta unas insaciables ganas de vivir. Si su impronta modesta me permitiera hacer de ella un elogio con mayúsculas, destacaría la firmeza de sus principios éticos, la solidez de sus criterios de comportamiento y la consistencia de sus virtudes acrisoladas. Su rostro transparente nos habla de las dificultades vencidas, de los momentos tempestuosos superados con dignidad y de los problemas resueltos felizmente con el fin de mantener su dignidad y su intimidad intactas. María Jesús, impulsada por su profunda devoción familiar, pule las palabras para llevar la armonía y la ternura a esas tareas domésticas, cotidianas y rutinarias, para ganarle la jugada a cada día y a cada mes.

Ramón de Cózar


Ramón de Cózar
José Antonio Hernández Guerrero

Hombre de ciencia y de técnica -las dos caras de una misma moneda-, Ramón es, además, un observador atento, crítico y responsable de la vida humana: de las reacciones de las personas con las que, solícito, convive, y de los vaivenes de la sociedad en la que, solidario, navega. Él suele comentar que el saber de la ciencia y el hacer de la técnica han de esta orientados por la mirada amable y por la reflexión seria de quienes pretenden vivir una vida intensa y gratificante. En mi opinión, esa conjugación armónica de teoría y de práctica, y esa firme coherencia entre sus convicciones y sus comportamientos constituyen uno de los rasgos que definen su vida familiar y su trayectoria profesional.
De Ramón me llama poderosamente la atención, además, su afán -su “manía” dice él- por pensar en lo que pasa a su alrededor, con el fin de ver algo donde los demás no ven nada y, sobre todo, con la pretensión de descubrir la vaciedad -el hueco- de muchas actividades y objetos que, en realidad, están huecos. Por eso suelo estar atento a sus comentarios sobre la vida cotidiana, sobre esos sucesos que, a la mayoría de los mortales, nos resultan insignificantes y anodinos.
Estoy convencido de que el eje vertebrador de su talante personal e intelectual, -serenamente inconformista y discretamente audaz- está amasado por dos cualidades distintas pero íntimamente relacionadas: el don de la mesura y el don de la oportunidad. Ramón acepta casi todo, pero a condición de que sea en su justa medida y en su momento. Quizás sea ésta la clave profunda que explica por qué muestra sus saberes sin pregonarlos y propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de ideas claras que mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos de la pedantería o de los truenos de la suficiencia: ofrece lo que sabe, inspirando confianza, estimulando interés y despertando curiosidad.
Su notable capacidad de discreción -no de reserva-, su regusto por el silencio fecundo -el silencio del saber- y su necesidad de intimidad -el único paraíso terrenal que vale la pena-, constituyen el ambiente propicio para elaborar sus propuestas documentadas y para desarrollar sus sugerentes hipótesis; es un trabajador sistemático, constante e incansable que, gracias al profundo conocimiento de los contenidos de sus clases hace fácil lo difícil.
Este humano y humanista integral, con sus afinados juicios críticos, que es capaz de identificar los detalles más sutiles, nos proporciona muestras de una potente inteligencia: no se conforma con los datos objetivos, desnudos, sino que busca las claves explicativas de los sentidos más profundos que identifiquen las relaciones y los paralelismos entre los deslavazados hechos de la experiencia cotidiana y las teorías de esas ciencias y de esas técnicas que él explica.

Francisco Fernández Trujillo


Francisco Fernández-Trujillo
José Antonio Hernández Guerrero

Tengo el convencimiento de que la vocación de este profesor universitario de Anatomía tiene su origen, más que en una llamada para explicar la configuración y el funcionamiento del cuerpo humano, en una firme decisión de descifrar la hondura de las vidas: de excavar para descubrir los misterios que encierran en sus entrañas y de narrar con claridad las claves que determinan el bienestar personal e, incluso, la convivencia familiar y social. Él parte de supuesto fundamental de que el equilibrio personal y la armonía colectiva dependen, en gran medida, de la comprensión de nuestro organismo, del trato que le dispensemos y, sobre todo, de la manera de relacionarnos con él. El conocimiento y la aceptación de nuestro cuerpo son, efectivamente, las sendas inevitables para hacer que emerja nuestro yo más auténtico.
Hemos de tener muy presente, además, que él, un admirador -por herencia familiar- de la belleza de los seres creados, y un convencido de que el cuerpo humano constituye el resumen de las demás obras bellas, no ha regateado esfuerzos para penetrar en el interior del organismo con el fin de identificar las raíces profundas de nuestros comportamientos. Por eso reivindica, de manera permanente, la importancia capital de su estudio riguroso y de su correcto cuidado mediante una alimentación equilibrada y grata a todos los sentidos, como la condición indispensable para mantener la salud, para diagnosticar las dolencias y para prescribir los adecuados tratamientos.
Sólo a partir de estos presupuestos podemos comprender y valorar los diferentes rasgos que dibujan la personalidad de este gaditano extrovertido, despierto y atento, que posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Impulsado por un afán enciclopédico y dotado de un espíritu conciliador, es, sobre todo, un cultivador de la amistad. Aunque evita en todo momento caer en quimeras, es un hombre lúcido que conjuga la imaginación y el sentido común con el fin de comprender y de vivir la vida de aquí y de ahora.
Curro es un médico dotado de singulares cualidades y de inmejorables condiciones para interpretar el sentido del dolor y del sufrimiento, del goce y del bienestar, del progreso y de la tradición, del cuerpo y del espíritu, de la ciencia y del arte, del lenguaje y del pensamiento, del amor y del desamor, de los temores y de las esperanzas, de la vida y la muerte. Más de una vez me ha comentado que las palabras alcanzan “efectos terapéuticos” cuando el profesional, antes de prescribir, escucha, mira y atiende al enfermo para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de las dolencias. Él parte del supuesto de que los pacientes también participamos en la evolución de nuestras enfermedades. Con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, este profesor de la Facultad de Medicina nos demuestra que es, al mismo tiempo, un ocurrente y reflexivo, inteligente e ingenioso conversador, un contador de deliciosas historias que se esfuerza, de manera permanente, por disfrutar del momento presente, depurando el pasado de rencores y de odios, e imaginando un futuro siempre esperanzador.

Concha Unamuno



Concha Unamuno
José Antonio Hernández Guerrero

Si prestamos atención a las actitudes y a las palabras de Concha, recibimos la grata impresión de que es una de esas personas reflexivas que saben degustar el jugo de la vida. Ésta es, a mi juicio, la clave de esos mensajes diáfanos que nos transmite con el propósito de que nos apreciemos a nosotros mismos y de que valoremos la realidad que nos rodea. Dotada de una mirada amable, ella descubre ese algo nuevo y bello que todos los seres encierran: es una mujer admirable porque es admiradora, porque, atenta y equilibrada, posee un alma joven y sensible, capaz de penetrar en el fondo de las cosas y de descubrir sus misteriosos significados.
No es extraño, por lo tanto, que nos avise sobre esos grandes peligros que nos acechan en la actualidad: el de acostumbrarnos a las cosas buenas y perder de vista el aliciente de la novedad que cada día trae consigo. Por eso ella evita el hábito de ver como normales las cosas bellas y, por eso, ella lucha para no caer en la rutina, la gran arrasadora de la vida. Sus amigas comentan su facilidad para luchar contra el desencanto y su habilidad para superar esa tendencia tan común de infravalorar los episodios cotidianos.
En mi opinión, la clave de su serenidad estriba en su destreza para ver las cosas como recién estrenadas, como estimulantes invitaciones para que aprovechemos las múltiples oportunidades que la vida nos procura, para que disfrutemos de los momentos de bienestar que, aunque sean esencialmente efímeros, podemos lograr que sean intensos y profundos. Nosotros estamos de acuerdo con ella en que, porque sabemos que la vida pronto se esfumará, una palabra amable, una sonrisa complaciente, un día de sol o una conversación distendida nos parecerán regalos inmerecidos.
Sus actitudes, incluso más que sus palabras, nos explican claramente que tenemos toda la vida por delante y de que lo mejor de la vida nos queda por vivir. Estoy convencido de que esa serenidad que se desprende de su mirada tiene su origen en la profunda convicción de que cumplir años no resta nada al camino que nos queda por recorrer sino que, por el contrario, potencia nuestra marcha, asegura nuestros pasos, ensancha nuestros horizontes y profundiza nuestra conciencia de que, efectivamente, cada minuto es una nueva oportunidad que no hemos de desperdiciar.
Los años ya vividos y las experiencias acumuladas –efectivamente, querida Concha-, más que tiempo gastado, son recursos efectivos, fértiles cosechas y frutos maduros que, si los administramos con habilidad, están disponibles para que los aprovechemos y le saquemos todo su jugo. Cada episodio vivido encierra semillas fecundas que, si las cultivamos con esmero, germinarán y nos proporcionarán cosechas abundantes.






José Luis Guijarro


José Luis Guijarro
José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que soy un adicto a los textos que escribe este pensador sencillo que, desinhibido, se ha propuesto hablar de la vida y vivirla, prescindiendo de las convenciones que, de manera “progresiva”, cada vez nos coartan más la libertad. Lo leo y lo escucho para aprender y para profundizar en la hondura de unas ideas que, alejadas de la autocomplacencia, a mi juicio están escritas sin afán de adoctrinamiento, y que son unas llamadas perentorias a la reflexión y unos estimulantes revulsivos que orientan los análisis críticos de la vida: de la vida de aquí y de ahora, de él y de nosotros.
Sigo con atención -y con devoción- esas agudas especulaciones que nos despiertan a los que, algo narcotizados en este mundo estandarizado, casi nada nos sorprende. Su discurso, a veces, nos resulta extravagante precisamente por su claridad, por su precisión y por su aplastante lógica.
José Luis, como todos sabemos, es un especialista en las lenguas modernas. Pero nos equivocaríamos, sin embargo, si tan sólo viésemos en él un lingüista obsesionado con el funcionamiento de la fonética, de la gramática o de la semántica. El estudio del inglés o del francés, por ejemplo, le sirve de senda por la que penetra en los comportamientos humanos: en sus raíces antropológicas, en sus manifestaciones sociológicas y en sus repercusiones psicológicas. Me llama la atención la facilidad con la que profundiza en los sonidos y en las imágenes para llegar a los pliegues más íntimos de las sensaciones, de las emociones y de las ideas. Me he fijado, por ejemplo, en su habilidad para evitar las ambigüedades, las definiciones vaporosas y los cúrsiles arabescos de algunos intelectuales, pero, sobre todo, en su decidida voluntad de superar las interpretaciones consabidas y las etiquetas tópicas.
Aunque es cierto que está permanentemente atento a las últimas teorías de la lingüística y del conocimiento, también es verdad que la preferencia de sus preocupaciones están en la vida: él pone el énfasis, sobre todo, en los latidos íntimos que, en su cuerpo y en su espíritu, despiertan los sucesos cotidianos. Su formulaciones son herramientas sumamente útiles para desmenuzar la vida y para indagar en los condicionamientos sociales, ideológicos e, incluso, geográficos que, a veces, nos impiden ver la realidad.
José Luis Guijarro es un intelectual que nutre su discurso mediante la discusión de las ideas tópicas que aparecen como si fueran originales revelaciones e, incluso, a través del examen minucioso de sus propios conceptos interrogados e interrogantes: mediante la crítica y, sobre todo, mediante la autocrítica.

José Luis Romero Palanco



José Luis Romero Palanco
José Antonio Hernández Guerrero

A mi juicio, una de las fórmulas más seguras para medir la calidad humana de los personajes públicos es evaluar los efectos que les produce el paso -inevitablemente temporal- por las tareas que les encomienda la comunidad a la que sirven y representan. Si examinamos la forma mental en la que se encuentran cuando finalizan sus funciones públicas, podremos distinguir con cierta seguridad el grado de sensatez o de ineptitud que han alcanzado para afrontar lo más importante: su propia vida. Todos advertimos cómo los que carecen de un nivel aceptable de equilibrio psíquico, de coherencia ética o de lucidez mental, cuando finalizan su mandato, suelen disminuir su talla y, a veces, se les desmorona el escaso crédito con el que habían accedido a las poltronas. Los que, por el contrario, asumen el cargo provistos de un suficiente capital de valores humanos, suelen abandonarlo enriquecidos.
A estas conclusiones hemos llegado tras seguir con atención las trayectorias que han recorrido algunos ministros, alcaldes o rectores. Fíjense, por ejemplo, en los delicados trabajos que José Luis Romero Palanco desarrolló antes de acceder al cargo de rector, en los proyectos complejos que emprendió durante su atinado mandato y, sobre todo, en las actividades investigadoras y docentes que ha llevado a cabo a lo largo de estos trece años transcurridos tras su cese.
La coherencia que observamos entre sus palabras, sus actitudes y sus comportamientos constituyen pruebas irrefutables, no sólo de la consistencia de sus convicciones democráticas y de su espíritu universitario, sino también del peso específico de su calidad humana. Este Catedrático de Medicina Legal nos ha demostrado el elevado nivel de su capacidad de trabajo, de su temple, de su rigor científico y de su facilidad para el diálogo y para la colaboración
He comentado con diversos compañeros de diferentes facultades, por ejemplo, aquella pulcritud con la que coordinó las eternas sesiones en la que se elaboraron los Primeros Estatutos de nuestra Universidad, la sobriedad y la eficacia con la que condujo esta compleja institución durante ocho años especialmente intensos y apasionantes. Sin sensacionalismos, este dialéctico por naturaleza y por formación, es un fajador de fuste que le gusta cuestionarse sus propias afirmaciones y que encaja con serenidad las críticas de los detractores y, sobre todo, los elogios de los inevitables aduladores. Intelectualmente libre en el sentido más amplio del término, no experimenta miedo a adelantarse y profundiza, más allá de lo común, en sus ideas sin caer en el ansia de reconocimiento, esa enfermedad profesional muchos de los que ostentan algún tipo de poder. Quizás, por eso, usa su talento en la elección de sus acompañantes y de sus colaboradores.
Vital y audaz, sereno y elegante, contempla los problemas sin que le aumenten las pulsaciones, afronta la vida con serenidad, dosifica con precisión los esfuerzos y disfruta con lentitud de sus momentos de diversión y de ocio.



Pedro Castilla




Pedro Castilla
Un ciudadano que nos ha desmonta la convicción de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones poderosas.


José Antonio Hernández Guerrero

La vida de este ingeniero prejubilado, luchador de la causa de los pobres y defensor de un mundo más justo, constituye para muchos de nosotros un sonoro aldabonazo que nos despierta de nuestra apática negligencia y que contrarresta, en gran medida, ese murmullo ensordecedor de los sinuosos ríos enfangados por la desidia, por la violencia y por la codicia. Hombre libre, laborioso, crítico y solidario, ha decidido entregar su vida, su tiempo y sus múltiples conocimientos para acercarse a la vida de los menos favorecidos y para transitar por las sendas que llevan a la construcción de un mundo más habitable. De esta manera, denuncia los sinsentidos de muchas de nuestras tareas habituales y proclama la importancia de los trabajos que conducen directamente a la médula de la vida humana.
Si con su comportamiento valiente nos ha mostrado su rechazo a las imposiciones de falsas jerarquías y su superación de trasnochados valores, con su trabajo y con su preocupación por los pobres, nos ha desmontado la convicción interesada, errónea y mendaz de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones que ostentan los poderes políticos, intelectuales, económicos o religiosos. Los taburetes, las sedes, las cátedras, los púlpitos, las poltronas o los tronos distancian físicamente y alejan moralmente; enfrían la mente y secan el corazón. La lectura del Evangelio constituye, a nuestro juicio, la fuente de la que él extrae la luz para fijar altas metas y las fuerzas para proseguir su marcha por rutas empinadas. Los lenguajes con los que él nos lanza su mensaje potente y nítido son su trabajo generoso y su coherente ética alejada de esas burdas trampas que muchos han inventado para vestir inútilmente el vacío existencia y para alimentar la insaciable vanidad humana.
Estamos convencido de que la claridad de su discurso estriba, precisamente, en su sencillez y en la simplicidad de su vida. El trabajo y el amor son, efectivamente, la única fe que nos hace crecer y nos enaltece como seres humanos. Con su testimonio de vida -que pone en peligro la supervivencia de otras creencias, convenciones, privilegios e intereses de clases y de instituciones- traza un modelo que nos ennoblece a las personas e, incluso, dignifica a la especie humana.
Pero, contemplado desde mi óptica peculiar, recibo la impresión de que el motor último de todas sus decisiones y la medida exacta de su extraordinaria talla humana es el amor. Ésta es, efectivamente, la única fe que nos hace crecer y nos enaltece como seres humanos. Hay que ver lo sencillo que les resulta a estos hombres de buena voluntad explicar con hechos las lecciones más elementales de la vida.

Rafael Rodríguez Sande



Rafael Rodríguez Sande
José Antonio Hernández Guerrero

Si es verdad que este profesor de Filosofía -hombre amable, discreto y serio- es un empedernido lector de textos clásicos, mucho más cierto es que es un atento oyente de las voces que le dirigen los seres de la naturaleza y de las palabras que pronunciamos los seres humanos: es un intelectual contemplativo que - callado pero no absorto-, tras gozar con la verdad y con la belleza que descubre en el fondo de todas las cosas creadas, nos las señala silenciosamente con la intención de que los demás también disfrutemos de ellas e interpretemos sus aleccionadores y jugosos mensajes. En mi opinión, uno de los rasgos más reveladores de la vitalidad intelectual de esta persona es su capacidad de admiración y la fuerza con la que nos estimula a sus amigos para que miremos, para que busquemos y para que nos acerquemos a la vida que late, incluso, en los seres inanimados, con el fin de que, en ellos, nos encontremos cordialmente con lo más valioso de nosotros mismos.
Rafael, con sus palabras claras pero, sobre todo, con su apacible estado de ánimo y con sus actitudes contemplativas, tanto en sus clases como en las conversaciones con los colegas, nos explica con claridad cómo la admiración es la ventana que nos abre la posibilidad de fijarnos, de apreciar y de participar en los aspectos más positivos de nuestra corta existencia. Me ha llamado la atención la convicción con la que “proclama” que ésta es la vía privilegiada para implicarnos existencial y afectivamente con el mundo, descubriendo sus significados cognitivos y, sobre todo, sus contenidos cordiales.
Aquí residen, a mi juicio, las claves de esas otras cualidades que tanto nos sorprenden a los que lo tratamos: la suavidad de sus gestos y la elegancia de sus formas, su moderación y su discreción, sus buenos modales y su educación esmerada, su trato cortés y su cortesía retraída, esa manera peculiar de suavizar con el tono de voz la importancia de sus conocimientos y, en resumen, el buen gusto entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos No hay duda de que Rafael toma la vida plenamente en serio y sabe orientar sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes.
Su insaciable avidez de saber, su viva curiosidad, su amplia capacidad de silencio, su aguda facultad de escucha y su remansada delicadeza, han ido, de manera permanente, aumentando su erudición y agrandando su talla humana. La forma peculiar de suavizar, con los gestos y con el tono de voz, la importancia de sus conocimientos y la autoridad con la que los transmite nos demuestran que es un intelectual que, dotado de una cultura esmerada, está siempre dispuesto a aprender.
Quizás, esa imagen de persona dialogante, apacible, serena y sosegada que nos transmite Rafael tenga mucho que ver con la lectura permanente y con el estudio profundo de la obra platónica y, sobre todo, con la honda amistad que -según nuestro común amigo Mariano Peñalver- ha cultivado con el autor de los diálogos más agudos, bellos y sublimes de nuestra civilización occidental.

Manuel Moreno Puppo



Manuel Moreno Puppo
José Antonio Hernández Guerrero

Las actitudes y los comportamientos de este profesor universitario de Historia del Arte constituyen, a mi juicio, la plasmación de un principio que, en estos momentos de exaltación de vana ostentación, de agresiva rivalidad y de imparable agitación, la discreción, el sosiego y la armonía son unos valores mucho más rentables si los consideramos desde una perspectiva humana y desde una óptica humanista.
Su formación estética y, quizás, su talante sosegado, explican esa forma tan característica de contemplar, de interpretar y de vivir la vida. Ahí reside, en mi opinión, la clave de la habilidad con la que ha sabido conjugar y jerarquizar las tareas profesionales y la dedicación familiar. Estoy convencido de que su arte para administrar los tiempos está determinado por su fina sensibilidad y, sobre todo, por la exquisita conciencia que posee de los diferentes ritmos y de los distintos ciclos de la historia y, sobre todo, de las diversas etapas de las biografías humanas.
Tengo la impresión de que Manolo, desde muy pequeño -como hace cuando nos explica los significados artísticos de los cuadros de, por ejemplo, Velásquez- se ha ejercitado de manera permanente en el arte de acercarse y de alejarse de las controversias políticas, de los acontecimientos sociales e, incluso, de las rivalidades profesionales. No es, ni mucho menos que no le interesen los problemas de su tiempo y de su espacio, sino que los observa con detenimiento y los examina con precaución: con el detenimiento del crítico de arte y con la precaución del ciudadano responsable.
Pero los que lo conocemos y lo tratamos de cerca, sabemos que esa distancia a la hora de analizar la vida, no es, ni mucho menos, una postura fría, ni una pose displicente, sino, por el contrario, una actitud noble y delicada, alejada tanto de la frívola superficialidad como de la engañosa solemnidad. Manolo es, no lo olvidemos, un hombre cordial, amable y servicial que, permanentemente atento a los problemas de los compañeros, convecinos y familiares, se esfuerza por comprenderlos y, en la medida de sus posibilidades, acompañarlos y ayudarles.
Aunque, para hablar de Manuel Moreno Puppo, hemos de aludir ineludiblemente a su inquietud artística, a su curiosidad científica, a sus estudios rigurosos, a sus agudas reflexiones intelectuales y a las múltiples actividades docentes y de gestión que ha desplegado en nuestra Universidad durante más de treinta años, en esta ocasión, he preferido referirme a su calidad humana cimentada en su peculiar filosofía de la vida y, de manera especial, en su valoración positiva de la sencillez, en su adaptabilidad permanente al entorno cambiante, en su manera cordial para sanear la convivencia, en su deseo de hacer las cosas bien y en su disposición de colaborar con todos los que -alejándose de las mezquinas camarillas- buscan el bienestar y se alimentan disfrutando de la belleza y de la bondad.

Miguel Borrero



Miguel Borrero Vázquez

José Antonio Hernández Guerrero

Miguel Borrero Vázquez, ingeniero y profesor universitario, es, además, un maestro ejemplar que ha creado una escuela con su forma eficaz de transmitir los conocimientos científicos y técnicos, y, sobre todo, con su peculiar manera de contagiar un modelo profesional a través de sus actitudes nobles y de sus comportamientos coherentes. Su delicada discreción a la hora de estimular a sus alumnos, y su sobria y elegante manera de guiar a sus discípulos, constituyen, a mi juicio, los rasgos característicos de esos universitarios que se distinguen por los buenos modales y de esos caballeros que destacan por su educación esmerada y por su trato cortés.
Hombre abstraído y, a la vez, atento, posee esa cortesía retraída de los sabios que adoptan una actitud entre dubitativa y ensimismada, y que se caracterizan por la peculiar manera de suavizar con los gestos y con el tono de voz la importancia de sus conocimientos y la autoridad con que los transmite. Miguel posee, sin duda alguna, el buen gusto entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos; por eso trabaja con seriedad y vive con elegancia, por eso actúa con dignidad y reacciona con noble­za. No es extraño, por lo tanto, que sus instrumentos preferidos para dirigir la Escuela de Ingenieros Industriales durante 28 años hayan sido la moderación y la urbanidad, ni que él –que toma la vida plenamente en serio- siempre haya orientado sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes, convencido de que la delicadeza en las maneras es un deber de todo hombre que vive entre los hombres.
Los que tenemos la satisfacción de ser testigo de su estimulante trayectoria vital, de su densa actividad familiar y de su dilatada trayectoria profesional y ciudadana, hemos contemplado con respeto y con admiración sus afanes, y no tenemos más remedio que reconocer su laboriosidad y su seriedad. Su modestia, su sencillez y su llaneza nos demuestran el atractivo y la validez de unos valores fundamentales que, en la actualidad, pasan desapercibidos y que, aunque a veces son desdeñados, a la larga, son aplaudidos por casi todos.
Gracias al esfuerzo continuado, a su crecimiento humano y a esa sabiduría que ha ido acumulando a lo largo de su abnegada y dilatada actividad docente, en la actualidad, está en posesión de una fina perspicacia y de una lúcida serenidad. Hemos constatado, con alivio y con exultación, que tiene un fondo de remansada delicadeza y de viva curiosidad. En él, la aristocracia del espíritu y la llaneza de trato, concurren y se armonizan en una rara simbiosis que es fruto de un permanente esfuerzo personal.
Quizás los rasgos de su rica personalidad que más llaman la atención sean su delicadeza de conciencia y su innegociable independencia a la hora de ejercer las tareas profesionales y de dirección. Fiel a sus profundas convicciones, sabe huir al mismo tiempo de la ciega intolerancia y de la cómoda frivolidad. Todos hemos podido comprobar, en más de una ocasión, la valentía con la que ha permanecido al margen de los vaivenes de las circunstancias políticas y de las modas sociales.

Ignacio Moreno

Ignacio Moreno Aparicio
José Antonio Hernández Guerrero

Como ya ocurriera en aquel Cádiz de finales del siglo XIX y comienzos del veinte, Ignacio Moreno Aparicio, con su clarividencia, con su constancia y, sobre todo, con esa peculiar habilidad para rodearse de un eficiente equipo de colaboradores, ha logrado que nuestro centenario Ateneo Literario, Artístico y Científico vuelva a ser un referente cultural de nuestra Ciudad.
Ignacio es un animador que, impulsado por un propósito explícito de contribuir a esa difícil y necesaria tarea de mejorar la calidad de vida de los gaditanos, nos abre anchos espacios y nos proporciona múltiples tiempos para que, mediante la cultura, alimentemos nuestro espíritu y mejoremos las condiciones humanas de la sociedad. Él está convencido de que la cultura -el patrimonio más valioso y el más específicamente humano, el factor que nos construye, nos define, nos distingue y nos une- es un capital esencialmente social que recibimos de la sociedad y cuyo destino natural ha de ser la sociedad.
Con su habilidad de mediación nos abre múltiples puentes que unen las diferentes orillas económicas, sociales, ideológicas de los conciudadanos que integramos este territorio tan diverso y, al mismo tiempo, tan interdependiente. Especialista en Historia Contemporánea, ha trazado unas anchurosas vías por las que discurren la memoria de nuestro pasado más ilustre y por las que, al mismo tiempo, nos dirigimos a un futuro más esperanzador,
En ocasión anterior, aludimos a esa innegociable decisión para que, libres, entraran en el Ateneo los vientos renovadores de la cultura de nuestro tiempo y para que, frescos, corrieran los aires estimulantes del pensamiento múltiple. Hombre atento, realista, reflexivo y coherente, ha logrado que este templo de la palabra, signo de la tradición y símbolo del progreso, se convirtiera nuevamente en un foro abierto en el que mujeres y hombres, especialistas en diferentes disciplinas y en permanente contacto con los problemas de la actualidad, nos propusieran ideas y experiencias que contribuyeran a la creación de un mundo más bello, más científico, más ameno, más libre, más social, más ético y, en resumen, más habitable y más humano.
Estoy convencido de que su inteligencia práctica, su fecunda imaginación y sus sentimientos nobles le han dictado el rumbo de una andadura profesional y de una entrega social que han redundado en beneficio de muchos de sus conciudadanos: su amor sin fingimientos por esta tierra repercuten, de manera intensa, en nuestro propio bienestar. Valoramos especialmente el entusiasmo y la generosidad con la que dedica sus energías a transmitir su convicción de que el estudio, el trabajo y el esfuerzo constituyen las exigencias ineludibles para alcanzar un progreso realmente humanizador. En estos tiempos de pragmatismo -de efectividad y de efectismo- no tenemos más remedio valorar los testimonios de sencillez, autenticidad, coherencia, armonía y equilibrio que proyectan las trayectorias profesionales y humanas de muchos de nuestros conciudadanos.


Josefina Junquera



Josefina Junquera
José Antonio Hernández Guerrero

Asumiendo, una vez más, el inevitable riesgo de que se interpreten mis palabras como una simple obviedad, me atrevo a afirmar que Josefina Junquera es una mujer actual. Vive el presente de una manera intensa, saborea los minutos con complacencia y extrae de ellos sus jugos más sustanciosos y más gratificantes. Trabaja y piensa, ama y sufre, habla y escucha, lee y escribe para aumentar su conciencia de la actualidad y para, en la medida de lo posible, colaborar en la mejora de nuestra sociedad. Es posible que, situándonos en esta clave vital, podamos interpretar sus opciones ideológicas y valorar sus tareas profesionales.
Mujer cercana, sensible e inquieta, revisa, de manera permanente, sus credos y purifica, de forma pausada, sus creencias. Alejada por un lado del puritanismo y de la mojigatería, y, por otro, de los radicalismos integristas, observa detenidamente lo que ocurre a su alrededor tratando de disipar las nieblas que ocultan sus más elementales significados. Huye de conceptos abstractos despersonificados y de esas piadosas nieblas de límites indeterminados.
Y es que ella está fuertemente motivada por los problemas de sus conciudadanos, y, sobre todo, por las preocupaciones de aquellos convecinos que, más o menos próximos, aún siguen experimentando las consecuencias de aquellas escisiones entre el espíritu y el cuerpo, entre lo bello y lo bueno, entre la tierra y el cielo. Tengo la impresión de que ella, para nutrir su propia vida, además de ahondar en ese filón inagotable de la intimidad, se esmera en profundizar en el significado de los sucesos, liberándolos de la presión de ancestrales prejuicios.
En mi opinión, ésa es la misma clave que le sirve para encararse profesionalmente con el misterio de los textos literarios, y ésa es también la pauta que sigue para establecer un contacto inmediato con la poesía. La literatura constituye para ella, no sólo el objeto de su profesión, sino también el alimento saludable que nutre su propia vida y que, además de estímulos, le proporciona recreo y descanso. Sin hacer gala de erudición, sus críticas son estimulantes invitaciones para que los alumnos se sitúen en la perspectiva adecuada de cada género y de cada corriente, para que los interpreten correctamente y para que se deleiten inteligentemente.
Tengo la convicción de que ella mantiene con las creaciones literarias una relación de amistad, un permanente trato de afecto, de camaradería y de lealtad. Josefina -respetuosa y dialogante- es amiga de los autores, de los narradores, de los personajes e, incluso, de los lectores. Como lectora posee una intuición penetrante, sacudida por ramalazos de intuición y traspasada por un constante hervor intelectual y afectivo: ese misterio que se llama amor y que también se llama poesía. No es extraño, por lo tanto, que sus clases -rigurosas y documentadas- sean recibidas por los alumnos sensatos con gratitud.

Hans Josef Artz



Hans Josef Artz
José Antonio Hernández Guerrero

Hans constituye -más que la ilustración ejemplar de aquella frase tópica según la cual “el gaditano puede nacer donde le dé la gana”- la clara explicación de un principio básico que, en mi opinión, es -o debería ser- universal: la tierra del ser humano no es el lugar en el que nace, sino la Tierra en la que vive, y su tiempo, no está determinado por la fecha de su nacimiento, sino, como ocurre con los ríos, por el curso cambiante de su biografía. Las plantas sí tienen raíces que se agarran al suelo en el que han sido sembradas y del que succionan la savia que las hace crecer, pero los hombres y las mujeres, por el contrario, estamos dotados de piernas que facilitan el traslado permanente a diferentes lugares que nos proporcionan nuevos horizontes y nos descubren inéditas perspectivas vitales: que nos obligan a cambiar de ideas, de actitudes y de comportamientos. Nosotros, desde que aprendemos a andar, seguimos moviéndonos de un lugar a otro.
Hans es un alemán que nació en Aquisgrán, y, al mismo tiempo, un español que eligió libremente residir en Cádiz; es un habitante de Europa y un cosmopolita que se siente paisano y solidario con todos los seres humanos que pueblan nuestro globo terráqueo. No debe extrañarnos, por lo tanto, que se le ponga el pelo de punta cuando degusta esas vibrantes alegrías que interpreta Mariana Cornejo o que se emocione cuando contempla esas puestas del sol de nuestra Caleta.
Con todo derecho y con creciente ilusión, ocupa el cargo de Adjunto al Presidente del Ateneo Gaditano y desde allí proclama su admiración por nuestro paisaje urbano y por nuestro paisanaje humano. Es lógico, por lo tanto, que provisto de su cámara fotográfica, disfrute captando esas instantáneas de los rincones que a él le encantan y le cautivan, y que nos las exhiba para celebrar con nosotros esas deliciosas “fiestas para los sentidos”.
A Hans -un ciudadano del mundo, un aristócrata del espíritu y un dechado de llaneza de trato- le agradecemos, sobre todo, la delicadeza con la que, sintiéndose miembro solidario de nuestra sociedad gaditana, hace crítica y autocrítica de algunas de nuestras deficiencias como ciudadanos. Cádiz no ha sido su cuna, pero sí su alimento, su atmósfera, su hogar y su referencia inevitable. Su figura posee un fondo de remansada delicadeza y de viva curiosidad. Más allá de su apostura física, descubrimos en él la elegancia esbelta de su inteligencia y el garbo sereno de sus sentimientos. Inteligencia y sentimientos que le dictan el rumbo de su bienestar y de la felicidad de su familia. Inquieto humanista y apegado a los clásicos, sintoniza con los ritmos vitales y estéticos de la actualidad. Instalado en nuestra sociedad gaditana, ha sentido y ha transmitido el placer de la lectura y de la escritura tanto de los libros como de los paisajes; por eso vibra y nos hace vibrar de emo­ción, ante las palabras bien escritas y ante las bellas imágenes.

Juan Jiménez Mata


Juan Jiménez Mata
José Antonio Hernández Guerrero

Si seguimos con atención la trayectoria biográfica de este arquitecto gaditano, podremos descubrir la íntima relación que guarda su peculiar concepción de la arquitectura con las Ciencias Humanas y, sobre todo, con la Estética, con la Ética y con la Política. Simplificando mucho, podríamos afirmar que, según él, la Arquitectura es la ciencia y el arte de construir espacios integralmente humanos, y, más concretamente, la tarea de crear unos escenarios confortables en los que cada individuo se sienta bien consigo mismo, con su familia y con los demás miembros de la sociedad.
Como todos sabemos, los lugares físicos influyen de manera notable en nuestros espacios interiores. Favorecen nuestro bienestar y hacen posible y, a veces grato, el descanso y la tranquilidad personal, la armonía y la unión familiar, la convivencia y la solidaridad social. Me he fijado en la manera tan intensa en la que este hombre, un intelectual en el más estricto sentido de la palabra, analiza los problemas que le plantean los diseños de los planos, y en su forma tan rigurosa de investigar con el fin de encontrar nuevas técnicas de la construcción y en su manera de indagar en los fundamentos científicos de las fórmulas antiguas y modernas.
Juan Jiménez Mata, estudioso de la Historia de las Bellas Artes, no sólo posee una exquisita sensibilidad para decorar edificios, sino también exhibe una especial capacidad creativa -y una delicada habilidad poética- para lograr que sus creaciones rimen con nuestro entorno y, sobre todo, para que conjuguen con nuestro ambiente cultural, con nuestra concepción de la vida. Él sabe muy bien que los edificios y las viviendas, además de su función protectora constituyen unos lenguajes simbólicos, y que la arquitectura, por lo tanto, ha de contribuir a la satisfacción integra de nuestras necesidades tanto materiales como espirituales.
Pero, en esta ocasión, pretendo subrayar, sobre todo, su concepción ética, social y política de esa profesión que le hace pensar y soñar, y a la que ha entregado sus esfuerzos. Su decisión de ser arquitecto está determinada, a mi juicio, por la convicción de que la organización de los espacios y la delimitación de los territorios crean una atmósfera que ayuda para que la vida sea más vivible, más razonable y, también, más amable. Me llama la atención su fidelidad al compromiso con los valores supremos del progreso realmente humanista y humanizador, su irrenunciable lealtad a los principios éticos y sociales que orientan el avance hacia la libertad, la justicia, la igualdad y la prosperidad de todos.
Y es que, Juan, reflexivo y apasionado, con lucidez y con entusiasmo, con imaginación y con disciplina, persigue a través de su vida personal -de su pensamiento, de su lenguaje y de sus trabajos- la construcción de una ciudad, sencillamente más humana, en la que desaparezcan o, al menos disminuyan, las desigualdades y las contradicciones ente los intereses personales y el bien común.




Carmen Oliveras



Carmen Oliveras
José Antonio Hernández Guerrero

Dotada de profundas convicciones democráticas, de exquisita sensibilidad moral y de amplio sentido de la libertad, Carmen es una ciudadana comprometida con su tarea profesional y constituye, en mi opinión, la demostración visible y palpable de que el ejercicio de la Medicina es una misión que, además de aliviar los dolores y de curar las enfermedades, ayuda de manera eficaz a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
He prestado especial atención a su peculiar forma de enriquecer el “trabajo clínico” con las dotes de su talante humano, y he podido comprobar cómo su trayectoria médica, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su entrañable cordialidad, es un amplio cauce por el que discurren esos irrenunciables impulsos que, nacidos en las profundidades de su conciencia, fluyen acompasados con el suave oleaje de los quehaceres profesionales, sociales y familiares cotidianos.
Me he fijado en esos pequeños gestos de dignidad personal con los que rechaza los malos hábitos de la indiferencia, de la amnesia o de la resignación. He contemplado cómo ella muestra su desacuerdo con aquellos conciudadanos e, incluso, con aquellos colegas, que, por miedo o por pereza mental, han perdido el sentido comunitario y aceptan lo inaceptable como si fuera parte del orden natural de las cosas o como si no hubiera otro orden posible. Por eso nos dice que, en la actualidad, es más que nunca necesario recordar aquellas viejas lecciones del sentido común. No es extraño, por lo tanto, que se especializara en Pediatría, esa rama de la Medicina que estudia las enfermedades del niño, y es comprensible que preste especial atención a la cardiología pediátrica, al diagnóstico y a la curación de las enfermedades del corazón.
Por eso -convencida de que el enfermo es más importante que la enfermedad-ella defiende la necesidad de que los médicos intensifiquen la relación con el paciente, para compensar, en la medida de lo posible, la imparable supertecnificación del actual sistema sanitario. Por eso ella presta tanta atención a cada uno de los pacientes. Por eso, quizás, en las consultas clínicas, en las reuniones con los colegas y en las tertulias con los amigos, hace esas preguntas tan contundentes y tan vivas.
Pero ella -que abriga la profunda convicción de que los tesoros humanos más valiosos no pueden ser devaluados por el desgaste de la rutina, por el deterioro de las enfermedades ni, siquiera, por la decadencia de la senectud- siempre aprovecha las ocasiones que se le presentan para persuadirnos de que todos hemos de repartir equitativamente nuestros esfuerzos con el fin de que, progresivamente, se vayan equilibrando los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, las comodidades y las molestias, el llanto y la risa.
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Juan del Rey Calero


Juan del Rey Calero
José Antonio Hernández Guerrero

Profundizar en la intimidad secreta de la vida y descubrir su sentido trascendente constituyen, a mi juicio, los contenidos fundamentales de su intensa tarea profesional y el objetivo explícito de su dilatada travesía vital. Juan del Rey Calero, Catedrático de Microbiología e Investigador de las Ciencias de la Salud, nos ilustra con sus actitudes y nos demuestra con sus comportamientos que el cultivo de los valores trascendentes, de las pautas éticas y las manifestaciones artísticas, en vez de frenar, orientan y alimentan la búsqueda de respuestas científicas a los permanentes interrogantes de la existencia humana.
Sus horas invertidas en los laboratorios, en las bibliotecas, en las reuniones científicas y en las aulas académicas están orientadas convergentemente hacia la meta explícita de la búsqueda permanente de soluciones biológicas, mentales y espirituales para los acuciantes problemas del dolor y del sufrimiento que afligen a los individuos y a la sociedad. En el fondo de sus entusiasmos científicos, late, sin duda alguna, ese afán irrenunciable de reducir los males y de aumentar el bienestar de todos nosotros.
Movido por su intenso deseo de ver lo invisible y de contraponer, de manera permanente, el mundo exterior con ese otro espacio -que a veces ni siquiera es espacio- interior, dirige su ávida mirada para captar, en la profundidad, las raíces de los males que padecemos y, en consecuencia, la receta de los remedios adecuados. Ayudado con los instrumentos más modernos que le proporciona la tecnología, y guiado por su insaciable ansia de saber, indaga sin descanso en ese otro universo interior, tan infinito como el exterior, y explora los enigmas que, a veces, lo remiten al misterio. Ahí reside, en mi opinión, las claves que explican su obras como, por ejemplo, el Atlas de microbiología y enfermedades infecciosas, Cómo cuidar la salud: su educación y promoción, La prevención primordial, Aspectos sociosanitarios del envejecimiento.
En mi opinión, su trayectoria vital está determinada por su convicción intelectual y por su exigencia moral de que el científico, sobre todo de la Medicina, ha se ser, además filósofo, porque, como es sabido, las categorías fuertes de las ciencias naturales -como el tiempo, la conciencia, la energía, el infinito, la vida, la materia, el universo- son indefinibles o, al menos, aún no podemos definirlas sin pedir auxilio a las ciencias del espíritu.
Por eso él, vitalista y amante de la claridad, se pasea por esos misteriosos mundos de saberes, se adentra en el ámbito de la filosofía, de la teología, de la literatura y de la música, con la aspiración explícita de hacer una síntesis entre el pensamiento, el lenguaje científico y la creación literaria. La ciencia, efectivamente, no está reñida con las letras ya que, como es evidente, es el lenguaje quien administra sus poderes significativos.
Aquí puede residir la clave que explica las razones hondas que empujan a Juan del Rey Calero para que, con su fino sentido del equilibrio, conjugue armónicamente la búsqueda científica con el compromiso moral y con la creación estética. Aquí es donde, en mi opinión, hemos de rastrear el fundamento de un vida, definida como obra científica, y el sentido de una obra científica convertida en vida.

José Mena


José Mena
José Antonio Hernández Guerrero

José Mena constituye, en mi opinión, la demostración visible de la notable fuerza que encierran las ideas cuando, originadas en esas experiencias fundamentales que han cincelado el espíritu, se convierten en convicciones profundas que orientan y alimentan toda una vida. En contra de esa práctica tan común en muchos de nosotros, de disociar y, a veces, de contradecir la doctrina -ética, política o religiosa- con los comportamientos, Pepe ha traducido con rigor y con coherencia los contenidos más importantes de su credo ideológico. Fíjense cómo mantiene, con una ilusión siempre viva, su voluntad de transformar el mundo para hacerlo más justo, más libre y más solidario.
Si lo observamos de cerca, advertiremos que no se ha servido de sus ideas ni de sus tareas políticas para elevar su personal nivel económico y social: conserva los mismos hábitos de austeridad, la misma manera sencilla de vestir, los mismos amigos, la misma familia e, incluso, el mismo lenguaje directo y claro que en su juventud. Sigue respirando esa misma atmósfera vital que constituye el espejo que le devuelve el rostro y la imagen de sus propios valores, de sus experiencias y de su peculiar concepción de la vida individual y colectiva.
Por eso se mantienen vigentes esos gritos que, desde su sencillez, lanza contra las injusticias, contra las desigualdades y contra las abismales diferencias de clase. Ésta es la razón por la que se cree con derecho a repetir que aún debemos seguir luchando para transformar aquellas formas de vida inaceptables; por eso mantiene, incólumes y depurados, los valores espirituales que, escapándose de ese elitista cielo estético en el que se pasan por alto los problemas reales de los hombres y de las mujeres de aquí y de ahora. Pepe, manteniéndose en el mismo espacio ideológico que respiró en su juventud, sigue alimentando la devoción por unas ideas que, además de permitirle reconocer el valor de las cosas próximas e inmediatas, y de saborear las sensaciones vivas y presentes, le descubren sus sentidos simbólicos -ético y estético- y le empujan a reaccionar, con toda radicalidad, contra las injusticias, las exclusiones y las desigualdades.
Pepe, en medio de esta sociedad veleidosa y agitada, sigue, serenamente, esa trayectoria que se trazó en su juventud, sigue soñando con ese mundo -con esa tierra/cielo- en el que compartamos bellas experiencias de amor, de armonía pacífica y de concordia solidaria, y en el que, unidos, luchemos para hacer desaparecer tantas escenas de dolor, de sufrimiento o exterminio: asesinatos, muertes violentas, etc.
Él sigue fiel a esas ideas que orientan una vida con su sentido histórico y con su significación existencial, mantiene los principios sobre los que se cimienta su proyecto de vida y la concreción de sus opciones y valores. Pepe es un documento vivo de un pasado que no se ha esfumado, sino que constituye las semillas de algunos de los frutos que hoy todos paladeamos. Creo que deberíamos seguir buscando estas trayectorias humanas que, como las de Pepe, son coherentes, fecundas y serenas.


María del Rosario Moya


María del Rosario Moya
José Antonio Hernández Guerrero

Si es cierto que estos elementales dibujos con los que representamos a seres humanos son inevitablemente incompletos y, como consecuencia, a veces pueden parecernos injustos, los perfiles de las mujeres nos resultan especialmente arriesgados, debido a la elevada cantidad de rasgos -todos ellos ineludibles- con los que, frecuentemente, están adornadas, y a la amplia variedad de tareas -todas ellas importantes- que muchas realizan. Éste es el caso de María del Rosario Moya, mujer tenaz y sensible, quien, además de esposa, madre y abuela, es profesora e investigadora.
Lo primero que siempre me sorprendió de ella es su amplia capacidad para, al mismo tiempo, estar pendiente de múltiples -y, en apariencia opuestas- ocupaciones, como, por ejemplo, las labores domésticas, las tareas escolares de los hijos, las entregas de los resultados de los análisis clínicos del marido, las clases de inglés y hasta los detalles de las reuniones con los amigos.
Recuerden que ella culminó la carrera de Filosofía y Letras sin descuidar ninguno de sus quehaceres familiares, y que elaboró la tesis doctoral sobre la obra de Fernando Quiñones, al mismo tiempo que atendía las clases de inglés en el Instituto Columela. En la actualidad, a veces la vemos paseando a sus nietos por la calle Ancha. Pero, en mi opinión, lo más llamativo de esta mujer sencilla -además de esos irreprimibles deseos de seguir aprendiendo para seguir viviendo- es su singular sensibilidad para escuchar las demandas de ayuda de los que la rodean y la generosidad con la que ofrece su auxilio. A veces recibimos la impresión de que se ha impuesto la obligación de luchar por lograr la felicidad posible proporcionando el bienestar a los demás.
Mari es, además, una mujer que ha decidido ocupar un discreto lugar y que no comprende a aquellos que gastan tiempo, energías e, incluso, dinero, para satisfacer sus ansias de reconocimiento y sus necesidades de honras y de honores: prefiere saborear los alicientes de las experiencias íntimas y concentrarse en las tareas interiores de su espíritu, en los quehaceres familiares y en las faenas de su hogar. Modesta, paciente, abnegada y fiel aliada de las oportunidades diversas que le proporciona cada tiempo, es consciente de que, con su vida -con su naturalidad, con su simpatía, con su alegría y con su laboriosidad-, prolonga las existencias de los miembros de su familia y continúa la historia de sus mayores.
Impulsada, sobre todo, por una profunda devoción familiar, ella, que es inquieta, está permanentemente ilusionada, y manifiesta unas insaciables ganas de vivir, unos deseos irreprimibles de disfrutar soñando con ese tiempo nuevo que, en compañía de su esposo Germán, de sus hijos y de sus nietos, todavía le resta por recorrer: fuerza y espíritu le sobran para surcar la larga y la apasionante travesía que, todos juntos, aún tienen que navegar.

Pablo Román



Pablo Román
José Antonio Hernández Guerrero

Estamos convencidos de que, si soslayamos esos otros rasgos imprescindibles que definen al médico como ciudadano, como miembro de una familia y, sobre todo, como ser humano, nos resultaría imposible trazar su perfil como profesional de la salud. Es sabido que la tarea de un buen médico, además de ser una labor científica, es una actividad social y un ejercicio de intercomunicación personal que están orientados por ideas sobre la salud y la enfermedad, por teorías sobre la vida y la muerte, y por su concepción del dolor y del bienestar, de la alegría y de la tristeza. No debería extrañarnos, por lo tanto, que los médicos sean humanistas ni que compartan sus actividades médicas con otros afanes culturales y literarios.
Fíjense, por ejemplo, en el doctor Pablo Román, quien, además de desarrollar su arduo trabajo como oncólogo radioterapeuta, se entrega a unas tareas tan diferentes como divulgar en los medios de comunicación la medicina, entrenar equipos infantiles de fútbol, además, como es natural, de atender a su familia, a su mujer, Mercedes, y a sus siete hijos. Y es que, efectivamente, “cada uno somos muchos”.
Lo primero que me llama la atención de este médico grandullón es esa risueña caballerosidad que, en un mundo cínico y despiadado, a veces, suele despertar recelos. Me pregunto por qué pone buena cara y por qué nos parece que sonríe con tanta facilidad, a pesar de los agudos problemas que le plantean los enfermos y a pesar de que es consciente de todo lo que está cayendo fuera del hospital. Me sorprende que, en vez de mostrar ese rictus de otros profesionales literalmente aplastados por el peso de sus delicadas tareas, siga esforzándose en convencernos de la importancia que tiene para la salud física y mental mirar la vida con fe, con esperanza e, incluso, con ilusión.
Intuyo que este hombre, que diariamente ve en primera línea el dolor, el miedo y la angustia, y que, confiado, se enfrenta con enfermos de cáncer, debe usar unos fuertes resortes espirituales para mantenerse tranquilo e, incluso, para infundir ánimos a quienes, temblorosos, acuden a su consulta asustados y temiendo lo peor. Tengo la impresión de que su servicio a la salud y la vida está impulsado por profundas convicciones que determinan una interpretación trascendente de la existencia humana y que le impulsan a vivir por los demás.
Cualquiera que contemple de una manera frívola a este hombre inquieto, sensible, claro y emprendedor -que es investigador, profesor y científico con capacidad de gestión- podría decir que busca el aplauso, si no fuera porque lo que él trae entre manos supera cualquier devaneo de vanidad. No tenemos la menor duda de que, en este metro ochenta y cinco de cuerpo, cabe un arsenal de personajes que, orientados por sueños y alentados por esperanzas, tras ejercer con eficacia la prosa de la consulta diaria, llena su existencia con un continuo despliegue de ideas, de proyectos y de actividades solidarias.



Joaquín Alegría



Joaquín Alegría
José Antonio Hernández Guerrero

Aunque es cierto que, para dibujar un perfil ajustado de Joaquín Alegría, es inevitable que nos refiramos al intenso aroma y a la penetrante vibración de su peculiar cante flamenco, y que, al menos, evoquemos la fina y aguda ironía de sus ocurrentes anécdotas, en esta ocasión prefiero esbozar algunos de los rasgos humanos que, quizás, pasen más desapercibidos para los degustadores de nuestro arte popular.
Sabemos que Joaquín es uno de los alumnos aventajados de los maestros de nuestros cantes, y reconocemos que, en sus intervenciones, pone de manifiesto las sabias lecciones que aprendió del magisterio de Enrique “El Mellizo”, del eco limpio de los pregones de Macan­dé, de la chispa imagi­nativa de Ignacio Espeleta, de los requiebros de Manolo Vargas, de la maestría de Pepe el de la Matrona, de la voz serena de “El Flecha”, del talento de Chano Lobato, y, sobre todo, de la sobriedad y de la desnudez estilísticas de Aurelio Sellé. Ya hemos comentado, en más de una ocasión, esa gracia delicada, ese fino sentido del humor, con el que reacciona a las penitas que generan la escasez y los trabajos, pero hace tiempo que siento el deseo de esbozar los rasgos humanos -esa palpitación entrañable- de un hombre trabajador, amable y respetuoso que, sencillamente, se ha propuesto vivir de una manera decorosa, modesta y digna junto a su mujer Alejandra, con sus hijos Joaquín, Andrés, Juan Carlos y Ana maría, y con sus dos nietas.
Joaquín me recuerda al Séneca, a aquel personaje televisivo que, inventado por José María Pemán, encarnó Antonio Martelo. Fíjense, no sólo en la claridad con la que habla, sino también en el sentido común con el que formula sus afirmaciones ponderadas y expresa sus sensatos juicios sobre los asuntos cotidianos: sobre el trabajo, la familia, la diversión, el amor o sobre el paso del tiempo. Este gaditano nacido en las callejuelas de San Vicente, es uno de esos seres normales que, a base de privaciones, de trabajo y de sueños, se ha construido como persona y como personaje. Y es que, a mi juicio, ha desarrollado la difícil habilidad de extraer todo el jugo a los episodios de la vida de cada día por muy insignificantes que, a primera vista, aparenten ser: “si sabemos que pronto se esfumarán -nos confiesa-, una palabra amable, una sonrisa complaciente, un día de sol o una conversación distendida nos parecerán regalos inmerecidos”. Por eso le agradecemos su invitación para que nos deleitemos con una simple bocanada de aire puro, con la contemplación de las olas en el Campo del Sur o con la escucha relajada de unas medidas alegrías.
Joaquín es un ser humano, cercano y discreto, que, con su mirada interrogante y con su presencia estoica, nos anima para que, cuando estemos fatigados de trabajar, descansemos conversando, escuchando música o tarareando unos elementales compases de aquellas melodías de nuestra lejana juventud. Si es cierto que, a veces, utilizamos el calificativo de buena persona para enmascarar la falta de otras cualidades, en este caso lo empleamos para destacar la calidad humana de un hombre sencillo y bueno.

Lorenzo del Río




Lorenzo del Río
José Antonio Hernández Guerrero

Lorenzo del Río es un docto magistrado y, al mismo tiempo, un ciudadano culto, crítico, comprometido y tolerante. Conversador respetuoso, está dotado de la difícil destreza de administrar las palabras y los silencios. Es un profesional del derecho que, pertrechado de una rigurosa preparación jurídica y de una exquisita sensibilidad humana, se esfuerza de manera permanente, por conocer en profundidad este complejo mundo en el que ejerce la delicada tarea de juzgar los comportamientos humanos y la difícil misión de impartir justicia. Desde atalaya de la Presidencia de la Audiencia Provincial, contempla la circulación de los conciudadanos que, vertiginosamente, recorren las estrictas sendas marcadas por las normas jurídicas que ordenan la convivencia y que hacen posible la paz y la solidaridad.
Es un hombre serio y cordial que, curtido en mil batallas, ha dirigido con acierto y con firmeza importantes cometidos y, alentado por un recto sentido del rigor, observa con atención y con respeto las diferentes reacciones de los seres humanos. Con su mirada lúcida y de largo alcance, recuerda el pasado con afecto y con gratitud, vislumbra el futuro con fe y con esperanza, y contempla el presente con realismo y con inquietud.
Habituado a sopesar asuntos arduos y a calibrar cuestiones delicadas, defiende con fuerza y explica con claridad su firme convicción de que, para que la sociedad progrese, es urgente que los diferentes poderes pongan los medios para que los ciudadanos sintamos la obligación de gestionar, con libertad y con racionalidad, los conocimientos, los bienes, las fuerzas e, incluso, las emociones. Ignoramos si esa sabiduría para matizar los diferentes enfoques de los problemas complejos y ese tino para acertar con los aspectos esenciales de los comportamientos humanos son los resultados de la conjunción armoniosa de unas dotes naturales, la manifestación directa de unas cualidades heredadas o los frutos maduros de un dilatado proceso de disciplina y de aprendizaje profesional.
Pensamos, sin embargo, que, a la hora de interpretar sus actitudes, deberíamos recordar que los romanos definían al jurista como el “hombre bueno, perito en proclamar lo que es derecho”: el ciudadano que posee la habilidad -y el poder- de interpretar y de aplicar las leyes justas. En una y en otra definición homo bonus significa hombre prudente ya que, como es sabido, el juez es el que ejerce la “juris-prudencia”.
Lorenzo es, además, un hombre minucioso y detallista que, dotado de un exquisito tacto y de una delicada sensibilidad, posee, sobre todo, un estricto sentido de la realidad y una sorprendente capacidad para modular sus intervenciones, para conjugar la firmeza de sus principios con un espíritu siempre abierto al diálogo y a los nuevos planteamientos. Reconozcamos que, en última instancia, son las actitudes y los gestos humanos los que imprimen las huellas biográficas más profundas y los que dejan los rastros personales más permanentes. Estas marcas vitales, que reflejan los valores más auténticos, son las únicas señales que el tiempo respeta y que el olvido no es capaz de borrar.


Carlos Murciano

Carlos Murciano González

En la amplia y diversa obra literaria de Carlos Murciano me sorprende, sobre todo, su habilidad para armonizar unos temas, lenguajes, procedimientos, estilos y ritmos que, en la teoría literaria, se presentan alejados entre sí y, en ocasiones, como contradictorios. Este escritor, nacido en Arcos de la Frontera, es poeta y prosista, musicólogo y crítico de arte, conferenciante y analista literario, autor de novelas cortas y de cuentos, y ha traducido obras poéticas escritas en catalán, inglés y alemán. Pero me llama aún más la atención su destreza para conjugar su audacia inventiva con su devoción por los modelos clásicos.
Como él mismo afirma, su permanente crecimiento como poeta es el resultado de una vocación original y de un tenaz esfuerzo. La poesía, efectivamente, igual que las demás manifestaciones artísticas, nace de una intuición, de una chispa germinal, pero, si pretendemos que crezca su tallo y que maduren sus frutos, es necesario que la cultivemos con esmero y que la alimentemos con disciplina. Por eso él sueña y piensa, imagina y trabaja, escribe y lee: la literatura es una pasión y un oficio.
Sus cuentos están dirigidos a los niños, pero no sólo a los menores de edad sino también a esos seres que, disimulados bajo las apariencias engañosas de la solemnidad, de la suficiencia y de la pedantería, llevamos todos en ese fondo secreto de nuestra intimidad. Por eso, si escarbamos bajo la amena capa de las deliciosas anécdotas, encontramos estimulantes mensajes éticos que, por su hondura e intensidad, nos empujan a la reflexión y a la autocrítica.
Su producción lírica -plena de misterio y, al mismo tiempo de luz- nos llama la atención por la sobriedad clásica compatible con la riqueza de procedimientos innovadores. Sus poemas, con sus formas tan estrictamente medidas, encierran una ilimitada variedad de matices y, sobre todo, una singular diversidad de procedimientos expresivos: su compromiso con la tradición más depurada en manera alguna le ha restado libertad para crear una obra plenamente original en la que canta el amor, la nostalgia, el paso del tiempo y las bellezas artísticas y naturales. Dotado de una mente aguda y clara, Carlos Murciano bucea de manera permanente para encontrar ideas nuevas o renovadas y palabras bellas o embellecidas, pero es que, además, todos su versos están dotados de una singular luminosidad, de esa luz matizada que se logra gracias al trato respetuoso y cordial con los clásicos.
En el fondo de su espíritu late, como es sabido, su densa formación estética y literaria. No es extraño, por lo tanto, que, manteniendo siempre la devoción por los valores clásicos, haya mantenido al mismo tiempo la profunda pasión por la libertad creadora. Pero si tuviéramos que elegir un solo rasgo de su personalidad poética, nos decidiríamos por su amor incondicional a la palabra. Fíjense cómo, a lo largo de toda su trayectoria literaria, manteniéndose al margen de las modas pasajeras y luchando contra las rutinas, ha demostrado ser un incansable explorador de las posibilidades expresivas.

Antonio Murciano

Antonio Murciano González
José Antonio Hernández Guerrero

La predilección de este poeta de Arcos por su pueblo y por sus gentes explica, en cierta medida, su acercamiento respetuoso y entusiasta al flamenco y a los cantaores. Como ha explicado María del Carmen García Tejera refiriéndose a su obra Andalucía a compás, su poesía es una historia poética -o mejor, poetizada- de nuestra más genuina manifestación artística y una respuesta de su especial sensibilidad a la llamada de sus más profundas raíces.
Por eso podemos considerarlo como un genuino "porta voz", portador de esa voz colectiva de todos los que nos llamamos y sentimos andaluces. Con su amplia, variada, densa y rica obra -con su abundante caudal de poemas y de coplas, largamente gestado- Antonio Murciano entronca con la línea neopopular de algunos poetas del 27 -especialmente García Lorca y Alberti- y con la tradición andaluza, cultivadora de la copla flamenca, representada por Manuel Machado.
En nuestra opinión, el valor supremo de su producción estriba en la hondura de sus múltiples emociones, en la variedad de los procedimientos estilísticos que emplea y, sobre todo, en la diversidad de los matices cromáticos, tanto pictóricos como musicales, que utiliza. Si, por ejemplo, se refiere al fondo doloroso del cante por martinete, no sólo canta la pena, la soledad, el desgarro, el dolor, el olvido, la suciedad y el frío en medio de un mundo distraído, divertido y rico, sino que lo hace empleando un lenguaje sobrio, escueto y elemental.
Pero es que, además, hemos de destacar los diferentes usos lingüísticos y los múltiples procedimientos que emplea para lograr efectos artísticos: decorativos, sorpresivos, expresivos y comunicativos. De manera esquemática afirmamos que su poesía se distingue por la musicalidad fónica, por la expresividad gramatical, por la riqueza léxica y, sobre todo, por el culto casi religioso a la imagen.
Si analizamos detenidamente sus composiciones, llegamos a la conclusión de que el empleo de los procedimientos expresivos pone de manifiesto el mimo con el que cuida la musicalidad de sus versos. Nos llama la atención, sobre todo, su habilidad para lograr unas melodías que se caracterizan, en la mayoría de los casos, por sus suaves y armoniosos trazos rítmicos dotados de vibraciones refinadas como elemento estilístico fundamental. Mediante un hábil juego de reiteraciones, de construcciones paralelas y de adjetivaciones, Antonio Murciano logra crear un clima variado en tonos cromáticos, y diverso en gradaciones sentimentales. No podemos olvidar, sin embargo que su poesía intensamente meridional se caracteriza, además. por una riqueza léxica, tan hábilmente “encauzada” que luce, más que por el lujo, por su elegancia. Este rasgo se manifiesta también en el culto que profesa a la imagen visual y plástica, en esa sensualidad expresiva que se expresan con todos los sentidos y que, en consecuencia, nosotros hemos de leer también con todos los sentidos. Fíjense cómo la voz humana, portadora de palabras, es -en la mente y en la pluma de Antonio Murciano- el soporte de unos mensajes que trascienden los límites de sus significados semánticos y transmiten, con sus armoniosas melodías, unas polivalentes sensaciones y unos intensos sentimientos, análogos a los que proporcionan los elementos más expresivos del paisaje.








Luis Charlo Brea





Luis Charlo Brea
José Antonio Hernández Guerrero
Luis Charlo, filólogo -enamorado de las palabras nobles- y traductor -constructor de puentes que unen orillas alejadas- es un humanista profundo que, aunque rechaza las frivolidades de las modas y lucha contra las cómodas rutinas, regula con precisión las minuciosas tareas docentes e investigadoras sin permitir, en ningún momento, que el aburrimiento o la petulancia se asienten en su milimétrico programa de trabajo.
Atento a todo lo que ocurre en la Facultad y a lo que pasa en la Universidad, se ha especializado en la traducción, en esa operación delicada y arriesgada que consiste en “tra-ducere”, en llevar de un lugar a otro: es un acompañante que nos orienta y nos alienta en el difícil viaje, paseo y aventura, hacia ese pasado enigmático y apasionante de la civilización romana en la que se encuentran las claves de nuestro complejo tiempo presente y de nuestro azaroso futuro. Su tarea consiste en buscar lo primigenio y en escarbar hasta encontrar las raíces; por eso su mirada se dirige hacia la inmensidad del cielo, hacia la profundidad del mar y hacia el fondo del interior de su propio espíritu.
A lo largo de su dilatada aventura intelectual, presidida por la lucidez y orientada por la agudeza, se ha marcado unos altos niveles de autoexigencia, de rigor, de honestidad y de transparencia. Con su manera clara de expresar su pensamiento y con su pasión por acercarse a la verdad, pone de manifiesto su convicción de que la labor intelectual fluye entre la ternura y la amistad, y, sobre todo, de que ha de estar orientada por profundas convicciones éticas. Ésta es la clave de que, en su búsqueda profesional y humana, persiga explícitamente un progreso realmente humanizador.
No es extraño, por lo tanto, que los alumnos y los compañeros coincidan en que uno de sus rasgos más característicos es su profunda bondad y su sencillez radical; es explicable que, gracias al ambiente de cariño y al clima de respeto que genera a su alrededor, todos los que lo tratan depositen en él su afecto y su confianza. Y es que Luis Charlo -minucioso, detallista y reservado-, con esa modestia sincera que lo caracteriza, ve, escucha, piensa, habla, lee y escribe abriendo anchos cauces por los que nos resulta fácil dialogar, convivir y colaborar con él de una manera digna y eficaz. Nadie duda que este hombre, aferrado al tiempo y a la esperanza, constituye un ejemplo de comprensión, de lealtad, de coherencia y de bonhomía.
Con atención, hemos escuchado el lenguaje silencioso de su generosidad creativa, y, con gratitud, hemos disfrutado del caldo de su ternura, de esa habilidad que posee para descubrir en los demás sus propias virtudes. Repasando sus trabajos serios y ricos en matices, podemos afirmar que, efectivamente, para ser un buen traductor, es necesario poseer una amplia cultura humanista, una profunda preparación científica, una singular sensibilidad artística, un notable espíritu de abnegación y, sobre todo, una sincera humildad.
Los que hemos seguido su ascendente trayectoria, hemos podido comprobar la fe impresionante y la generosidad sin límites con la que trabaja, la discreción con la que aborda los temas relacionados con las vidas ajenas, la ternura con la que, acompañado por su fiel compañera -su ángel de la guarda María del Carmen- plantea y resuelve los inevitables problemas de la vida. Y es que, como le escuchamos ya hace muchos años: “Con la concordia crecen las cosas pequeñas y con las discordias se hunden las más grandes”.







Rafael Sánchez Saus



Rafael Sánchez Saus

En mi opinión, Rafael Sánchez Saus es un historiador cuyos trabajos de investigación, tareas docentes y empresas culturales -reflejos directos de la amplitud y del valor de sus preferencias- están impulsados por unas irreprimibles ansias de alcanzar esas utopías razonables que buscan las dimensiones perdidas del hombre auténticamente humanista. Su fervor científico, su voluntad férrea y sus ímpetus irreprimibles se apoyan en unas profundas convicciones de raigambre ética y de orientación trascendente. Él, convencido de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia, no duda lo más mínimo que los estímulos morales -mucho más que los alicientes materiales- son los que poseen capacidad para cambiar el rumbo del mundo y para empujar el sentido de la historia. No es extraño, por lo tanto, que, con pertinacia, busque las claves de los problemas y que, con ilusión, se afane en proponer soluciones adecuadas respetando siempre la irrenunciable dignidad del ser humano.
A lo largo de muchos años de colaboración académica hemos podido calibrar la emoción que le proporcionan los riesgos de las aventuras intelectuales y hemos comprobado cómo las adversidades, en vez de frenarlo, constituyen estimulantes alicientes de su vida profesional. Es un hombre libre e independiente porque es capaz de expresar de manera clara y directa sus opiniones y sus juicios críticos sobre los comportamientos políticos y sobre los hábitos sociales que, proclamados como logros de la modernidad, implican regresos a situaciones históricas de amargas divisiones y de dolorosos enfrentamientos.
Este profesor universitario e investigador de nuestra historia medieval, apoyado en los principios perennes de la Moral y pertrechado de los instrumentos que le proporciona su amplio conocimiento de nuestra mejor cultura, posee una notable valentía para contradecir las modas efímeras y para relativizar las corrientes pasajeras. Me llama especialmente la atención el coraje con el que, enfrentándose a la adversidad, se empeña en vislumbrar la evolución de los hechos hasta alcanzar sus consecuencias más remotas: su empeño no es el resultado de una fugaz iluminación, sino el producto de un raciocinio arduo y de una reflexión tenaz que se nutren de una información incesante, bien masticada y digerida.
No es extraño, por lo tanto, que, de manera contraria a las pautas que siguen las mayorías sociales e incluso alejándose del pensamiento de muchos de sus compañeros, se afane en escudriñar las causas, en encontrar paralelismos, en advertir los riesgos y en atisbar las consecuencias de las propuestas actuales, con el noble propósito de sugerir fórmulas alternativas viables que, sin abandonar los logros de nuestra civilización, nos ayuden a crecer como seres humanos y a construir una sociedad más justa, más culta y más fraterna.
Me atrevo a proponer mi hipótesis de que la esencia del pensamiento y, por lo tanto, de las actitudes y de los comportamientos familiares, sociales y profesionales del profesor Rafael Sánchez Saus reside en su certidumbre de que la mejor manera de mejorar la vida de la sociedad es, fundamentalmente, ocupándose de la formación de los individuos. Y es que él está firmemente convencido de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia y de que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia. Defensor de los grandes valores, Rafael cree en el progreso realmente humanizador y tiene firmes esperanzas de que la pasión por la verdad constituya un factor esencial de una vida mejor, presidida por la Ética.