Luis Charlo Brea
José Antonio Hernández Guerrero
Luis Charlo, filólogo -enamorado de las palabras nobles- y traductor -constructor de puentes que unen orillas alejadas- es un humanista profundo que, aunque rechaza las frivolidades de las modas y lucha contra las cómodas rutinas, regula con precisión las minuciosas tareas docentes e investigadoras sin permitir, en ningún momento, que el aburrimiento o la petulancia se asienten en su milimétrico programa de trabajo.
Atento a todo lo que ocurre en la Facultad y a lo que pasa en la Universidad, se ha especializado en la traducción, en esa operación delicada y arriesgada que consiste en “tra-ducere”, en llevar de un lugar a otro: es un acompañante que nos orienta y nos alienta en el difícil viaje, paseo y aventura, hacia ese pasado enigmático y apasionante de la civilización romana en la que se encuentran las claves de nuestro complejo tiempo presente y de nuestro azaroso futuro. Su tarea consiste en buscar lo primigenio y en escarbar hasta encontrar las raíces; por eso su mirada se dirige hacia la inmensidad del cielo, hacia la profundidad del mar y hacia el fondo del interior de su propio espíritu.
A lo largo de su dilatada aventura intelectual, presidida por la lucidez y orientada por la agudeza, se ha marcado unos altos niveles de autoexigencia, de rigor, de honestidad y de transparencia. Con su manera clara de expresar su pensamiento y con su pasión por acercarse a la verdad, pone de manifiesto su convicción de que la labor intelectual fluye entre la ternura y la amistad, y, sobre todo, de que ha de estar orientada por profundas convicciones éticas. Ésta es la clave de que, en su búsqueda profesional y humana, persiga explícitamente un progreso realmente humanizador.
No es extraño, por lo tanto, que los alumnos y los compañeros coincidan en que uno de sus rasgos más característicos es su profunda bondad y su sencillez radical; es explicable que, gracias al ambiente de cariño y al clima de respeto que genera a su alrededor, todos los que lo tratan depositen en él su afecto y su confianza. Y es que Luis Charlo -minucioso, detallista y reservado-, con esa modestia sincera que lo caracteriza, ve, escucha, piensa, habla, lee y escribe abriendo anchos cauces por los que nos resulta fácil dialogar, convivir y colaborar con él de una manera digna y eficaz. Nadie duda que este hombre, aferrado al tiempo y a la esperanza, constituye un ejemplo de comprensión, de lealtad, de coherencia y de bonhomía.
Con atención, hemos escuchado el lenguaje silencioso de su generosidad creativa, y, con gratitud, hemos disfrutado del caldo de su ternura, de esa habilidad que posee para descubrir en los demás sus propias virtudes. Repasando sus trabajos serios y ricos en matices, podemos afirmar que, efectivamente, para ser un buen traductor, es necesario poseer una amplia cultura humanista, una profunda preparación científica, una singular sensibilidad artística, un notable espíritu de abnegación y, sobre todo, una sincera humildad.
Los que hemos seguido su ascendente trayectoria, hemos podido comprobar la fe impresionante y la generosidad sin límites con la que trabaja, la discreción con la que aborda los temas relacionados con las vidas ajenas, la ternura con la que, acompañado por su fiel compañera -su ángel de la guarda María del Carmen- plantea y resuelve los inevitables problemas de la vida. Y es que, como le escuchamos ya hace muchos años: “Con la concordia crecen las cosas pequeñas y con las discordias se hunden las más grandes”.
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