sábado, 21 de junio de 2008

Enrique Treviño

Enrique Treviño
José Antonio Hernández Guerrero

Enrique Treviño es uno de esos periodistas independientes que, dotados de una singular sensibilidad humana, sirven de cauces para conectar con los oyentes sin reclamar la atención sobre ellos mismos. Durante su larga trayectoria profesional siempre estuvo pendiente de la actualidad y, sobre todo, atento a las preguntas que le hacían los destinatarios de sus mensajes: siempre se mantuvo preocupado y ocupado por informar, por distraer y por animar a quienes buscaban en la radio motivos saludables para aligerar el peso, y ocasiones para disipar el tedio de sus cansinos trabajos.
Entre sus múltiples cualidades, las que más me llaman la atención son, precisamente, su naturalidad ante el micrófono y su modestia ante los oyentes. Sin hacer gala, siempre muestra esa sencillez ética y esa sobriedad estética que crece desde las raíces más hondas del espíritu y que suele ser el resumen personificado de una amplia riqueza de virtudes y de valores morales que se manifiestan en las actitudes, en las palabras, en las actividades y en el estilo de vida. Es esa espontaneidad natural, sutil y elemental que irradia frescura, en contraste con el resplandor de los que, creyéndose genios, se ven obligados a engolar la voz, a estirar la figura y, en resumen, a disfrazarse con caretas, con uniformes o con hábitos artificiosos.
Tengo la impresión de que ese fondo fecundo de sencillez es la fuente de la que brotan su fecunda generosidad, su espíritu altruista, su hidalguía y su pasión por compartir sus experiencias y sus cosas, y su permanente disposición para regalar, sobre todo, aquellos bienes que no tienen precio como la paciencia, la amistad y el apoyo. Todas las veces que con él hemos hablado, hemos podido comprobar cómo su conversación recobra la intensa expresividad y la cruda franqueza de la buena gente. Quizás ahí radique la devoción y el fervor que este hombre sincero, amable y siempre animado de intenciones nobles, por sus oyentes, por sus amigos y, sobre todo, por su familia.
Como informador y como comentarista, siempre ha usado su táctica maestra de preguntar sobre las cosas que ignoraba, confirmar sus datos y, una vez bien masticados y digeridos, transmitírselos a sus oyentes sin descuidar jamás la precisión. Enrique es plenamente consciente de que una sola palabra mal usada puede causar unos estragos irreparables. Qué bien nos vendría que, en el clima político actual, proliferaran profesionales del micrófono que, como Enrique Treviño, estén menos pendientes de los ecos que provocan sus trabajos y de las reacciones que suscitan sus comportamientos.

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