sábado, 21 de junio de 2008

Leopoldo Martín Herrera

Leopoldo Martín Herrera
José Antonio Hernández Guerrero

Aunque todos los que lo tratan –médicos, sanitarios y enfermos- se hacen lenguas de la considerable calidad profesional del Jefe del Servicio de Aparato Digestivo del Hospital Puerta del Mar de Cádiz, y lo valoran hasta tal punto que lo consideran como el mejor especialista en la Patología digestiva, y aunque, como es natural, aprecian sobre todo su excelente labor científica y clínica, nosotros, desde nuestra distancia profesional, prestamos nuestra atención, sobre todo, al modo ejemplar de ejercer su “profesión” y, más concretamente, a las nobles actitudes humanas que adopta ante el personal sanitario y ante los pacientes.
Si es cierto que ha destacado por su habilidad para diagnosticar y para tratar las diferentes dolencias digestivas y, más concretamente, por su rigor en los usos más adelantados de la endoscopia, también es verdad que, a nuestro juicio, su cualidad más destacable es el rigor con el que estudia a cada paciente y su permanente esfuerzo por atenderlos y entenderlos, observarlos y estudiarlos, escucharlos y comprenderlos, explicándoles el significado de los síntomas y la eficacia de los medicamentos que les prescribe.
No tenemos la menor duda de que la calidad y la eficacia de su “trabajo profesional” aumentan de manera considerable por las dotes de su notable talla humana: si es patente el rico caudal de erudición que almacena, mucho más incuestionable es el compromiso ético que ha contraído con su profesión. Fíjense, por ejemplo, en las acciones que ha llevado a cabo para demostrar la necesidad de humanizar la relación con el paciente en un sistema sanitario supertecnificado y superburocratizado que, a veces, nos transmite la impresión de que es “más importante la enfermedad que el enfermo”.
La sorprendente lucidez de sus propuestas teóricas y la inusual madurez de sus decisiones vitales son, a nuestro juicio, los frutos visibles de la fórmula magistral con la que afronta la vida: el trabajo constante, el estudio serio, el respeto profundo y la disciplina responsable. Sin petulancia y sin teatralidad, sus comportamientos evidencian una insobornable personalidad humana y una conciencia ética y científica que le impiden hacer trampas, vulnerar los principios y transgredir las normas.
Por la tenacidad con la que desempeña su oficio como un deber moral y como un servicio social a la comunidad, Leopoldo Martín constituye, a nuestro juicio, la demostración visible y palpable de que el ejercicio de la medicina es una tarea que, además de aliviar los dolores y de curar las enfermedades, ayuda de manera eficaz a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión. Su trayectoria médica, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su entrañable cordialidad, le ha servido como papel pautado sobre el que ha plasmado los rasgos que adornan a esos médicos que, además de científicos, son seres humanos, humanistas y humanitarios.

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