sábado, 21 de junio de 2008

Miguel Borrero



Miguel Borrero Vázquez

José Antonio Hernández Guerrero

Miguel Borrero Vázquez, ingeniero y profesor universitario, es, además, un maestro ejemplar que ha creado una escuela con su forma eficaz de transmitir los conocimientos científicos y técnicos, y, sobre todo, con su peculiar manera de contagiar un modelo profesional a través de sus actitudes nobles y de sus comportamientos coherentes. Su delicada discreción a la hora de estimular a sus alumnos, y su sobria y elegante manera de guiar a sus discípulos, constituyen, a mi juicio, los rasgos característicos de esos universitarios que se distinguen por los buenos modales y de esos caballeros que destacan por su educación esmerada y por su trato cortés.
Hombre abstraído y, a la vez, atento, posee esa cortesía retraída de los sabios que adoptan una actitud entre dubitativa y ensimismada, y que se caracterizan por la peculiar manera de suavizar con los gestos y con el tono de voz la importancia de sus conocimientos y la autoridad con que los transmite. Miguel posee, sin duda alguna, el buen gusto entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos; por eso trabaja con seriedad y vive con elegancia, por eso actúa con dignidad y reacciona con noble­za. No es extraño, por lo tanto, que sus instrumentos preferidos para dirigir la Escuela de Ingenieros Industriales durante 28 años hayan sido la moderación y la urbanidad, ni que él –que toma la vida plenamente en serio- siempre haya orientado sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes, convencido de que la delicadeza en las maneras es un deber de todo hombre que vive entre los hombres.
Los que tenemos la satisfacción de ser testigo de su estimulante trayectoria vital, de su densa actividad familiar y de su dilatada trayectoria profesional y ciudadana, hemos contemplado con respeto y con admiración sus afanes, y no tenemos más remedio que reconocer su laboriosidad y su seriedad. Su modestia, su sencillez y su llaneza nos demuestran el atractivo y la validez de unos valores fundamentales que, en la actualidad, pasan desapercibidos y que, aunque a veces son desdeñados, a la larga, son aplaudidos por casi todos.
Gracias al esfuerzo continuado, a su crecimiento humano y a esa sabiduría que ha ido acumulando a lo largo de su abnegada y dilatada actividad docente, en la actualidad, está en posesión de una fina perspicacia y de una lúcida serenidad. Hemos constatado, con alivio y con exultación, que tiene un fondo de remansada delicadeza y de viva curiosidad. En él, la aristocracia del espíritu y la llaneza de trato, concurren y se armonizan en una rara simbiosis que es fruto de un permanente esfuerzo personal.
Quizás los rasgos de su rica personalidad que más llaman la atención sean su delicadeza de conciencia y su innegociable independencia a la hora de ejercer las tareas profesionales y de dirección. Fiel a sus profundas convicciones, sabe huir al mismo tiempo de la ciega intolerancia y de la cómoda frivolidad. Todos hemos podido comprobar, en más de una ocasión, la valentía con la que ha permanecido al margen de los vaivenes de las circunstancias políticas y de las modas sociales.

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