sábado, 21 de junio de 2008

Lola Ronco






LOLA RONCO PROFESORA DEL IES DRAGO
El trabajo de la perseverancia
La docente cuenta con una excelente trayectoria profesional, gran parte de la cual la ha desarrollado en el IES Drago
JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO/CÁDIZ

Lola es una mujer que, ávida de vida, conserva -y creo que alimenta de manera cuidadosa- la mayoría de los rasgos que definieron aquella adolescencia y aquella juventud que vivió en su pueblo de Arcos de la Frontera.
Fíjense, por ejemplo, en la sorpresa con la que recibe cualquier noticia, en la constancia con la que se empeña en seguir creciendo, en la alegría que le producen los encuentros y, sobre todo, en el regusto con el que disfruta de los buenos ratos que comparte con las amigas.Para dibujar el perfil humano de Lola Ronco no necesitamos consultar ningún libro de instrucciones, nos basta con prestar atención a sus expresiones transparentes y a sus elocuentes gestos. Por eso me ha resultado relativamente fácil definir la personalidad humana de esta mujer sencilla, extrovertida, despierta y atenta, que encara la vida con la paciencia, con la ilusión y con la ingenuidad de las personas llanas. Un ejemplo es la habilidad con la que conecta con las gentes y en la destreza con la que entabla relaciones sociales. No nos cabe la menor duda de que, además de un espíritu inconformista, está dotada de una extraordinaria capacidad para cultivar la amistad.Pero, en esta ocasión, me interesa destacar, además de su manera exquisita de conjugar su dedicación profesional a las ciencias y su tesón en el estudio de las lenguas, el esfuerzo permanente por elevar su estatura moral, por mejorar sus hechuras intelectuales y por educar el gusto estético con el fin de degustar la belleza de las cosas buenas.Lola es una mujer sentimental que ríe cuando los demás necesitan de su risa y que llora cuando advierte que cualquiera sufre: no busca los colores chillones de los fáciles éxitos ni las bengalas efímeras de las fiestas convencionales, sino que, servicial, atenta, comprensiva y luchadora, está plenamente convencida de que la mayoría de los seres humanos normales necesitamos contar con alguien cercano que comprenda nuestras alegrías y, sobre todo, que comparta nuestras penas.
En compañía de Serafín -ese intelectual carente de los humos de la vanidad y vacío de la fiebre de las ambiciones- con sus actitudes nos induce a pensar que somos unos niños eternos que no cesamos de jugar; que seguimos sorprendiéndonos con los continuos descubrimientos que hacemos durante toda nuestra existencia; que disfrutamos volviendo al revés un mundo que tantas veces nos resulta soso, aburrido y desangelado; que nos divertimos inventando historias y transformando, en insólitas y luminosas, las tareas sombrías y anodinas.
Ésta es, a mi juicio, una de las razones por las que sus amigos nos sentimos estimulados por su travesura ingenua, por su apariencia locuaz, por su sinceridad subversiva, por sus destellos de espontaneidad y por esos gestos miméticos que rompen las falsas imágenes y los papeles estereotipados.

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