José Antonio Hernández Guerrero
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado
Guillermo Mendoza
José Antonio Hernández Guerrero
Si escuchamos con atención –y, sobre todo, con respeto y con afecto- la voz de Guillermo, llegamos a la conclusión de que no necesitamos las explicaciones de los lingüistas ni de los retóricos para comprender que en ella se concentran los rasgos más característicos de su perfil humano. La entonación y el ritmo, las sílabas y las pausas con las que él articula el discurso de su vida nos ofrecen unas elocuentes pistas para que leamos -descifremos y valoremos- los alentadores mensajes que nos transmite con esa pronunciación controlada y con esa expresión transparente de su rostro apacible.
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado
Guillermo Mendoza
José Antonio Hernández Guerrero
Si escuchamos con atención –y, sobre todo, con respeto y con afecto- la voz de Guillermo, llegamos a la conclusión de que no necesitamos las explicaciones de los lingüistas ni de los retóricos para comprender que en ella se concentran los rasgos más característicos de su perfil humano. La entonación y el ritmo, las sílabas y las pausas con las que él articula el discurso de su vida nos ofrecen unas elocuentes pistas para que leamos -descifremos y valoremos- los alentadores mensajes que nos transmite con esa pronunciación controlada y con esa expresión transparente de su rostro apacible.
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado. Su pronunciación tan característica nos descubre la pequeña verdad que resume su concepción de la vida humana.
La voz de Guillermo genera una corriente circular de intercomunicación y un vínculo de interconexión que nos transmite la seguridad de que él nos atiende, de que nos entiende y, sobre todo, de que está dispuesto a ayudarnos: a servirnos en algo y para algo. A mí me llama la atención, sobre todo, la naturalidad, la sinceridad y la autenticidad con la que provoca el encuentro íntimo entre las personas, sin el menor atisbo de exhibicionismo, de vanidad, de narcisismo, de autosatisfacción, de pedantería ni de frivolidad. Tengo la convicción de que la imagen serena que proyecta es la expresión directa de la sosegada aceptación de su propia personalidad que, en ningún momento, siente necesidad de mostrarse de manera diferente a como es.
Hemos de reconocer que, para transmitir el fondo profundo de nuestro espíritu, es imprescindible que lo expresemos, más que con palabras, con el testimonio de una vida coherente, con las actitudes sinceras que adoptamos ante los que con nosotros conviven, en especial, en los momentos de dolor. Las palabras sólo establecen y sellan la comunicación cuando expresan los asentimientos auténticos de amor y de respeto al interlocutor. Son la sanción de un esfuerzo vital. La voz y la imagen personal transmiten mensajes sólo cuando condensan nuestro concepto de la vida, del hombre y de la sociedad. Las palabras sólo son válidas cuando traducen nuestras convicciones profundas y nuestros testimonios coherentes.
Esta transparencia del rostro amable de Guillermo, abierto como las ventanas de una casa para recibir la luz, nos transmiten una intensa carga de humanidad y de paz porque refleja e ilumina el alma pacífica y la expresión pacificadora de un luchador tenaz y de un sufridor infatigable. Su voz, en resumen, constituye una elocuente metáfora de las vidas elementales, laboriosas y sencillas de muchos de nuestros convecinos porque rima a la perfección con su mirada serena, tranquila y confiada, y porque manifiesta su generosidad, su alegría y su paz interior.