domingo, 22 de junio de 2008

Guillermo Mendoza

José Antonio Hernández Guerrero
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado


Guillermo Mendoza
José Antonio Hernández Guerrero

Si escuchamos con atención –y, sobre todo, con respeto y con afecto- la voz de Guillermo, llegamos a la conclusión de que no necesitamos las explicaciones de los lingüistas ni de los retóricos para comprender que en ella se concentran los rasgos más característicos de su perfil humano. La entonación y el ritmo, las sílabas y las pausas con las que él articula el discurso de su vida nos ofrecen unas elocuentes pistas para que leamos -descifremos y valoremos- los alentadores mensajes que nos transmite con esa pronunciación controlada y con esa expresión transparente de su rostro apacible.
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado. Su pronunciación tan característica nos descubre la pequeña verdad que resume su concepción de la vida humana.
La voz de Guillermo genera una corriente circular de intercomunicación y un vínculo de interconexión que nos transmite la seguridad de que él nos atiende, de que nos entiende y, sobre todo, de que está dispuesto a ayudarnos: a servirnos en algo y para algo. A mí me llama la atención, sobre todo, la naturalidad, la sinceridad y la autenticidad con la que provoca el encuentro íntimo entre las personas, sin el menor atisbo de exhibicionismo, de vanidad, de narcisismo, de autosatisfacción, de pedantería ni de frivolidad. Tengo la convicción de que la imagen serena que proyecta es la expresión directa de la sosegada aceptación de su propia personalidad que, en ningún momento, siente necesidad de mostrarse de manera diferente a como es.
Hemos de reconocer que, para transmitir el fondo profundo de nuestro espíritu, es imprescindible que lo expresemos, más que con palabras, con el testimonio de una vida coherente, con las actitudes sinceras que adoptamos ante los que con nosotros conviven, en especial, en los momentos de dolor. Las palabras sólo establecen y sellan la comunicación cuando expresan los asentimientos auténticos de amor y de respeto al interlocutor. Son la sanción de un esfuerzo vital. La voz y la imagen personal transmiten mensajes sólo cuando condensan nuestro concepto de la vida, del hombre y de la sociedad. Las palabras sólo son válidas cuando traducen nuestras convicciones profundas y nuestros testimonios coherentes.
Esta transparencia del rostro amable de Guillermo, abierto como las ventanas de una casa para recibir la luz, nos transmiten una intensa carga de humanidad y de paz porque refleja e ilumina el alma pacífica y la expresión pacificadora de un luchador tenaz y de un sufridor infatigable. Su voz, en resumen, constituye una elocuente metáfora de las vidas elementales, laboriosas y sencillas de muchos de nuestros convecinos porque rima a la perfección con su mirada serena, tranquila y confiada, y porque manifiesta su generosidad, su alegría y su paz interior.

Jaime Cordero Barroso



Jaime Cordero Barroso
Uno de sus motores más activos de este hombre, agudo, incisivo y perspicaz, es el profundo amor al pueblo y a su pueblo de Alcalá de los Gazules

José Antonio Hernández Guerrero

Jaime constituye, a mi juicio, una de las pruebas más contundentes de la inagotable capacidad que poseen los seres humanos para, al mismo tiempo que maduran, seguir creciendo y produciendo frutos, para, acrecentando la conciencia del tiempo y del espacio en los que viven, hacer más habitable el entorno familiar y para construir una sociedad más solidaria.

Hombre agudo, incisivo y perspicaz, está entrenado para jugar el partido de la vida en campo propio y en los terrenos adversarios. Desde muy joven desarrolló una singular habilidad para aprovechar las oportunidades, para llevar el balón al fondo de la portería contraria, tras saltar por encima de las barreras sociales gratuitas y de las convicciones ideológicas injustificadas. Dotado de una paciencia invencible y de una férrea disciplina, ha sabido mantenerse alerta, con la musculatura en tensión y con el ánimo disponible, mientras aprendía cada uno de los secretos del fútbol, de la vida.

Hombre culto, atento y observador, de palabra fácil y de escritura elegante, clara y directa, es enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, y asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para seguir aprendiendo. Estoy convencido de que uno de sus motores más activos es el profundo amor al pueblo y a su pueblo. Quizás aquí radique también el secreto de su notable habilidad para tratar con respeto a los hombres sencillos y para relacionarse con naturalidad con la gente ilustrada. La claridad de sus palabras, fieles trasuntos de la claridad de sus ideas, constituye la manifestación directa de su sólida formación humanista.

Estas son las razones por las que no nos extraña la manera clara que Jaime posee de pronunciarse en público y en privado sobre cada uno de los asuntos concretos que la vida moderna nos presenta. Por eso nos resultan especialmente atractivas sus formas convincentes de analizar los problemas reales, eludiendo la tentación de caer en la superficialidad, en el radicalismo y en el exhibicionismo. Desde siempre, valoré, de manera especial, su realismo, su madura aceptación de la realidad inevitable, por muy dolorosa que fuera. Cualquier momento y cualquier ocasión le resultan propicios para convertirlos en oportunidades para escuchar y para atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.

Es posible que, en el fondo de su conciencia, aún le sigan resonando unas palabras que, con cierta frecuencia, repetía Sebastián Araújo, uno de esos antiguos maestros que lo estimularon para que lograra una libertad que le hiciera posible sacar a flote su rica personalidad:

“La vida humana es, ciertamente, demasiado importante y demasiado breve como para esperar los grandes acontecimientos para vivirla: o se vive en plenitud cada uno de los instantes o no se vive la vida”.

Francisco Álvarez Mateo



Francisco Álvarez Mateo
Un creyente convencido de que existe un más allá que está ahí, muy cerca de nosotros.
José Antonio Hernández Guerrero

Con sus gestos sobrios y con sus pausadas palabras, Francisco Álvarez Mateo nos transmite un mensaje claro: que nos despojemos de las poses ridículas y de las fórmulas estereotipadas, que abandonemos esas posturas artificiales que, como máscaras inútiles, ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. Con sus actitudes discretas nos explica que hemos de desconfiar de los sermones grandilocuentes y que hemos de confiar en la bondad del Padre que habita esta tierra, que transita por nuestras las calles, que se aloja en nuestras casas y, sobre todo, que late en el fondo de nuestro corazones.
Paco -lento y pulcro- está convencido de que la misión de los creyentes es, simplemente, acompañar a los desvalidos. “Dejadme, por favor, -repite de vez en cuando- que sea un cura a mi estilo”. Y es que él defiende ese modelo de sacerdote que, hombre normal, lee el Evangelio, está enraizado en su tierra y convive como el pueblo sencillo y con el pueblo sencillo.
Por eso se conforma con ser un servidor que cumple la gozosa tarea de invitar amablemente a los hombres y a las mujeres para que nos respetemos, nos comprendamos, nos ayudemos y nos queramos. Esperanzado creyente en los seres humanos, propone a sus acompañantes que, con templanza, con serenidad y con cariño, entablemos un diálogo abierto con todos los hombres de buena voluntad, pero, además. nos anima para que, silenciosamente, nos acerquemos y acompañemos, sobre todo, a los enfermos, a los ancianos y a los que sufren. Eso es lo que él hace en la Residencia José Matía Calvo en la que vive. Él sabe muy bien que, bajo las apariencias corporales, laten unos sentimientos muy hondos y, además, está convencido de que, aunque a simple vista no lo percibamos, existe un más allá que está ahí, muy cerca de nosotros.
Paco conoce que una de las herramientas más potentes para alcanzar la paz personal y colectiva es la oración sencilla. Recuerdo cuando, con cierto tono de tristeza, me comentó hace ya varios años su preocupación por el inútil esfuerzo que hacen algunos por convertir la fe en una teología y la teología en un conjunto de palabras confusas y absurdas, ajenas a los problemas y a los sufrimientos, y alejadas de las sensaciones y de los sentimientos que experimentamos cada día.
Su mirada desde la debilidad le obliga a un ejercicio de lucidez desgarrador porque, cuando contempla a los seres humanos que están situados en la sombra inquietante del sufrimiento, en la línea imperceptible que separa la vida de la muerte, su visión no puede sostenerse en el vacío sino que busca una guía luminosa que le proporcione algún sentido, sobre todo, en estos tiempos de tribulación en los que, febril y enloquecidamente, voces interesadas o desaprensivas nos empujan desde fuera para que huyamos hacia delante con el riesgo de precipitarnos en la autodestrucción.

Miguel Román





Miguel Román: que no regatea esfuerzos para escarpar la senda de la escritura creativa.
José Antonio Hernández Guerrero

Miguel es uno de esos esforzados seres humanos que, tras haber pasado toda una vida redactando -con orden, con corrección, con rigor y con esmero- numerosos textos administrativos y jurídicos, ha decidido subir la escarpada senda que le conduce al espacio abierto de la escritura creativa, a ese horizonte en el que están situados los que se sienten llamados, ineludiblemente, a efectuar el milagro de compartir la intimidad individual e intransferible; a perderse por los vericuetos de la imaginación y a encontrarse a sí mismo; a crear lazos de amistad con seres distantes; a hacer partícipes a otros de las propias sensaciones, sentimientos y pensamientos.
Dotado de una indomable voluntad y de una férrea disciplina, pretende saltar las alambradas que cercan a los serviciales escribientes y a los minuciosos copistas, para dejar constancia, y para comunicarnos al mayor número de conciudadanos los ecos que en su espíritu despiertan los episodios que, con su pícara mirada, él contempla.
Miguel sabe muy bien que escribir es formular, de manera imprecisa e incompleta, las experiencias vividas, pero que, además, es abrir puertas y ventanas: las puertas de la libertad y las ventanas de la solidaridad; es cruzar los puentes de la incomprensión; es hacer posible lo imposible. A pesar de su dilatada experiencia, aún se disfraza de niño para, con sus ingeniosos versos, jugar con nosotros a descubrirse y a esconderse y, para, con sus travesuras, divertirnos iluminando y, a veces, oscureciendo los percances de la vida. Excelente gourmet, no se conforma con deglutir las sustancias que extrae de sus múltiples experiencias, sino que nos la ofrece para que, reunidos en un festín de amigos, las saboreemos con fruición.
Aunque ya hace algún tiempo que traspasó la barrera de los setenta, aún sigue estudiando con la misma dedicación que lo hacen los jóvenes a los que les faltan escasas fechas para superar las pruebas de selectividad, y es que Miguel, está empeñado en mejorar su estilo literario con el fin de “buscar el tiempo perdido” y cometer algunas de las travesuras obvias, inocentes y perdonables que no perpetró durante su difícil adolescencia.
Es posible que éstas sean las claves que nos explican la razón de ese tiempo que le roba al día y a la noche para escribir y, así, evitar que se le olviden los asuntos más importantes de su vida: el amor y la amistad. “Escribir –nos confiesa- es una forma de hacer que permanezcan inalteradas las experiencias vitales, sin que influyan los cambios que experimentados en nuestra voz y en nuestro rostro. Escribir es una manera de curarnos, de recuperarnos, de vivir sin morir completamente. Ésta es la razón honda por la que se esfuerza para que, en sus poemas, quede algo -quizás lo más auténtico- de él mismo y, sobre todo, para hacernos a los demás partícipes de su vida, para confiarnos sus secretos, para comprenderse a sí mismo y para que los demás lo comprendamos a él.

Manolo Chaves



Manolo Chaves
José Antonio Hernández Guerrero

Manolo, persona inquieta, dinámica, intuitiva y rápida de reflejos, concentra en su menuda figura una intensa y explosiva energía. Desde que se levanta hasta que, ya rendido por tanto trajinar, se acuesta, está en permanente movimiento. Extrovertido, despierto y atento, este gaditano y viñero posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Sus actitudes y sus comportamientos, su sencillez, su servicialidad y su cordialidad definen y personi­fi­can un estilo de ser humano que tiene mucho que ver con nuestro singular paisaje urbano y, sobre todo, con nuestra historia trimilenaria, con los continuos cambios de nuestros vientos y con los diferentes movimientos de nuestros mares.
Algunos clientes de El Faro afirman que ya ha cumplido el medio siglo en este restaurante en el que él trabaja, pero otros -los más agudos- están convencidos de que él está allí desde siempre y que permanecerá, inalterable y solícito, para siempre. Lo cierto es que conserva el mismo aspecto juvenil e igual disposición servicial que tenía cuando, todavía un chaval, empezó a trabajar allá por los años setenta del pasado siglo XX.
Manolo es, sencillamente, un trabajador detallista, responsable y eficaz que, contra viento y marea, ha atendido a abuelos, a hijos y a nietos, y que decidió ser libre para vivir plenamente su vida y, sobre todo, para dar testimonio de su profunda convicción de que el amor es el impulsor central de la existencia humana.
Con su mirada interrogante delata un espíritu inocente en el sentido más profundo de esta palabra: contempla el mundo -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetra en la vida práctica, atiende los asuntos sin turbarse, trata a sus compañeros y sirve a sus clientes con cordialidad.
Sencillo y esperanzado, Manolo es un perspicaz observador de la vida, un ameno conversador y un contador de deliciosas historias capaces de trasladarnos en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Sus relatos, salpicados de referencias apoyadas en datos concretos y en fechas exactas, brillan por la inapelable exactitud del historiador riguroso. Sus comentarios, condimentados con una pizca de pimienta y con la fina sal de La Caleta, nos demuestran que, además de ocurrente y reflexivo, es inteligente e ingenioso. Amable y, a veces, impaciente, con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, nos enseña a valorar y a vivir la vida, a hacer las cosas bien, a despojarnos de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales porque –como él afirma- “las máscaras no ocultan nuestra radical pequeñez”.

Ricardo Miranda




Ricardo Miranda: un médico que, además de profesional y científico, es un ser muy humano.
José Antonio Hernández Guerrero

Ricardo Miranda, hombre atento, amable y delicado, está convencido de que el lenguaje es una de las herramientas terapéuticas y de que la discreción es un escudo que nos protege de la frivolidad. No es extraño que, por lo tanto, sea un excelente administrador de las palabras y de las pausas ni que, con la expresión de su rostro sereno, nos exprese de manera directa la importancia que concede a su profesión de médico y el respeto que le merecen los pacientes. Me he fijado detenidamente cómo, quizás por estar habituado al análisis y a la reflexión, antes de hablar, espera hasta que encuentra el término preciso y la fórmula ajustada. Por eso es normal que le incomoden las algarabías, que prefiera escuchar antes de hablar y esperar el momento oportuno, para que, con prudencia, paciencia, discreción y templanza, acierte con la palabra adecuada.
Convencido de que su oficio es un servicio, durante su dilatada trayectoria profesional se ha entregado incondicionalmente a mejorar las condiciones en las que se deben desarrollar unas tareas que influyen, de manera directa, en la calidad y en la cantidad de la vida de los ciudadanos: la medicina, efectivamente, además de aliviarnos los dolores y de curarnos las enfermedades, nos ayuda de manera eficaz a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
Si, como cirujano del aparato digestivo se distingue por el esmero, por pulcritud, por minuciosidad de sus intervenciones y por la confianza, por la tranquilidad y por los alientos que inspira a los pacientes, como presidente del Colegio Médico, desempeña sus delicadas tareas con lealtad a sus colegas y con la plena conciencia de quien es sabedor de que desempeña un servicio social a sus conciudadanos.
Su labor al frente del Colegio es de una eficacia y de una delicadeza reconocidas por todos los afiliados. La referencia que tengo de este médico es que se trata de una persona activa, cercana e interesada por todo lo que tiene relación con el ejercicio de la Medicina. Varios de sus colegas me habían adelantado que, cuando me entrevistara con Ricardo, advertiría desde el primer momento -que sentiría la sensación- de que es una persona seria, con la que, sin necesidad de muchas palabras, se establece una relación respetuosa y cordial.
La trayectoria médica de este gallego orgulloso de serlo, que posee una firme voluntad de ser gaditano y una irrenunciable vocación universalista, está orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad, por su cordial seriedad y, en resumen, por esos rasgos que adornan a los médicos que, además de profesionales y científicos, son seres humanos, muy humanos.


Martín Bueno Lozano

El padre Martín Bueno Lozano cumple noventa años.
Un sacerdote que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio
José Antonio Hernández Guerrero

El pasado lunes, día cinco, el padre Martín Bueno cumplió noventa años. A pesar de que siente el cuerpo fatigado por el largo viaje, este hombre bueno mantiene el espíritu despierto gracias a las luces que siguen inundando su dilatada vida y que han guiado sus múltiples tareas pastorales: las luz de las verdades en las que él cree, la luz de las promesas en las él que confía y, sobre todo, la luz del amor -de los amores- a los que él ha entregado toda su existencia.
Nos sorprende cómo, desde la cima de su ancianidad, sigue mirando el mundo con los ojos abiertos de aquel niño que nació en Jimena de la Frontera, un pueblo fronterizo que, situado en el límite de la provincia de Cádiz, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales, recuerda su pasado con gratitud, contempla sus alrededores con serenidad y mira su futuro con ilusión.
Es posible que aquí residan algunas de las claves de su manera de reaccionar con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Quizás ésta sea la explicación profunda de la paciencia con la que ha tallado los sillares de su conducta coherente y de la habilidad con la que emplea las palabras para descubrirnos el sentido original de las cosas y para que, trascendiendo el sentido trágico, proclamemos nuestra fe en la vida.
Fíjense cómo, soñador e idealista, se ha comprometido con sus gentes y, atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, su trayectoria está marcada por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.
Este hombre inquieto, intuitivo, locuaz y, sobre todo, bueno, que se ha alimentado de silencio para escuchar las voces íntimas que hablan sobre el vivir y que, ahora, volviendo a sus orígenes, prefiere, simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explica cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma en la luminosidad del amor.
Aprovechamos la oportunidad de este cumpleaños para hacer patente nuestro respeto y nuestra admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales.
El padre Martín Bueno, sugeridor y entusiasta, es un adelantado, un avanzado que, dotado de una extraordinaria lucidez para roturar nuevos caminos, y provisto de una notable audacia para romper moldes anquilosados, ha sabido acomodarse a los ritmos desiguales de los tiempos, adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y dar respuestas pastorales adecuadas a cada uno de los momentos cambiantes, ha hecho gala de una sorprendente “fidelidad creativa”.

Martín Bueno Lozano






El padre Martín Bueno Lozano cumple noventa años.
Un sacerdote que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio
José Antonio Hernández Guerrero

El pasado lunes, día cinco, el padre Martín Bueno cumplió noventa años. A pesar de que siente el cuerpo fatigado por el largo viaje, este hombre bueno mantiene el espíritu despierto gracias a las luces que siguen inundando su dilatada vida y que han guiado sus múltiples tareas pastorales: las luz de las verdades en las que él cree, la luz de las promesas en las él que confía y, sobre todo, la luz del amor -de los amores- a los que él ha entregado toda su existencia.
Nos sorprende cómo, desde la cima de su ancianidad, sigue mirando el mundo con los ojos abiertos de aquel niño que nació en Jimena de la Frontera, un pueblo fronterizo que, situado en el límite de la provincia de Cádiz, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales, recuerda su pasado con gratitud, contempla sus alrededores con serenidad y mira su futuro con ilusión.
Es posible que aquí residan algunas de las claves de su manera de reaccionar con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Quizás ésta sea la explicación profunda de la paciencia con la que ha tallado los sillares de su conducta coherente y de la habilidad con la que emplea las palabras para descubrirnos el sentido original de las cosas y para que, trascendiendo el sentido trágico, proclamemos nuestra fe en la vida.
Fíjense cómo, soñador e idealista, se ha comprometido con sus gentes y, atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, su trayectoria está marcada por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.
Este hombre inquieto, intuitivo, locuaz y, sobre todo, bueno, que se ha alimentado de silencio para escuchar las voces íntimas que hablan sobre el vivir y que, ahora, volviendo a sus orígenes, prefiere, simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explica cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma en la luminosidad del amor.
Aprovechamos la oportunidad de este cumpleaños para hacer patente nuestro respeto y nuestra admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales.
El padre Martín Bueno, sugeridor y entusiasta, es un adelantado, un avanzado que, dotado de una extraordinaria lucidez para roturar nuevos caminos, y provisto de una notable audacia para romper moldes anquilosados, ha sabido acomodarse a los ritmos desiguales de los tiempos, adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y dar respuestas pastorales adecuadas a cada uno de los momentos cambiantes, ha hecho gala de una sorprendente “fidelidad creativa”.

José Evaristo Fernández




José Evaristo Fernández
José Antonio Hernández Guerrero

José Evaristo es uno de esos médicos que crean a su alrededor una densa atmósfera de cordialidad, un ambiente de amable confianza y, al mismo tiempo, un clima de profundo respeto. En mi opinión, la cordialidad que irradia nace de la actitud de permanente atención que presta a los pacientes, se origina en esa evidente disposición de escucha que adopta para interpretar sus dolencias, y es el resumen condensado de su sincera voluntad de servirnos a todos.
Estoy convencido de que la confianza que nos inspira es el trasunto directo del aire cálido que respiró, durante su niñez y durante su juventud, en aquel hogar familiar cuyas ventanas daban al Campo del Sur y a la calle de la Cruz. Ese aura de respeto que le rodea es la manifestación de su actualizada preparación científica, de su destreza técnica y, sobre todo, el reflejo de la estricta conciencia que posee de la trascendencia de su tarea profesional y de cada uno de sus actos médicos.
Este gaditano, sencillo y trabajador, adoptó la decisión de seguir el camino de la Medicina movido, más que por un ansia razonable de realización personal, por el deseo irreprimible de contribuir a paliar el sufrimiento y de aliviar los dolores de sus conciudadanos. Desde el primer momento de la consulta clínica advertimos su plena disponibilidad, su generosidad y un vivo interés por todo lo que los pacientes le explican. No es extraño, por lo tanto, que genere esa corriente de espontánea simpatía.
Aunque es cierto que sus colegas y sus colaboradores alaban su sorprendente habilidad para manejar el bisturí, en mi opinión los valores que mejor lo definen como persona, como médico y como cirujano, es la filosofía personal que, con sus actitudes nobles, ofrece a los pacientes como cómodos asideros para que se agarren cuando surjan problemas. Todos los comentarios que formulan las personas que han sido intervenidas por este cirujano eminente coinciden en su fina sensibilidad, en su exquisita delicadeza e, incluso, en su depurada ternura. A mi me llama la atención, también, la emoción con la que él vibra tanto ante un nuevo descubrimiento científico o ante una nueva técnica quirúrgica, como ante una palabra bien escrita o ante una imagen sorprendente.
El doctor Evaristo Fernández, con ese aspecto de médico desaureolado, desprovisto de posturas hieráticas, de gestos solemnes y de palabras trascendentes, es uno de esos profesionales de la Medicina que desafían las convenciones vacías y que evitan, en todo momento, caer en la tentación de buscar la vacua notoriedad o de prestigiarse distanciándose de sus pacientes y de sus colaboradores.
Es un hombre cordial y sensible que, además de estar dotado de una inteligencia aguda, nos ofrece -más que con sus palabras- con sus actitudes y con sus comportamientos, con sus solidez moral y con su modestia personal, un modelo de ser humano que nos atañe a todos.





Jesús Acosta Varo


Jesús Acosta Varo: un profesional de la salud, buscador apasionado de esas verdades y de esos valores que brotan de las raíces profundas de nuestro patrimonio cultural.
José Antonio Hernández Guerrero

Si observamos las expresiones de Jesús Acosta, si nos fijamos en el tono de sus palabras y, sobre todo, si contemplamos las actitudes que adopta ante los comportamientos de sus interlocutores, llegamos a la conclusión de que es un médico y, más concretamente, un especialista en neurología. No necesitamos repasar sus diversos títulos académicos ni siquiera comprobar su amplio currículo profesional para percatarnos de que la función que ejerce en nuestra sociedad es la de poner a punto ese complejo sistema que orienta, dirige, coordina y estimula el funcionamiento de nuestros órganos vitales y nuestras relaciones con la sociedad y con la naturaleza.
Por eso no nos extraña el rigor con el que interpreta el sentido del dolor del cuerpo y del sufrimiento del espíritu, la delicadeza con la que expone las raíces profundas de los temores y de las esperanzas y la claridad con la que explica el funcionamiento de los motores biológicos de la vida y la muerte. Si sus palabras alcanzan “efectos terapéuticos” es porque, antes de prescribir fármacos, nos escucha, nos mira y nos atiende para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de nuestras dolencias y en las razones profundas de nuestras preocupaciones.
Jesús parte del supuesto de que los enfermos somos, si no los únicos, los principales artífices de la evolución de nuestras enfermedades. Por eso, convencido de que la índole y la gravedad de las afecciones se reflejan, sobre todo, en la mirada, él se fija detenidamente en las expresiones de los rostros.
Incansable luchador por la libertad y encarnizado crítico de cualquier ideología totalitaria, este profesional de la salud es un buscador apasionado de esas verdades y de esos valores que brotan de las raíces profundas de nuestro patrimonio cultural, de las fuentes de la racionalidad y que, en consecuencia, constituyen los fundamentos sólidos de la dignidad del ser humano. Jesús es un luchador tenaz y un investigador infatigable que penetra en las raíces íntimas –biológicas y mentales- de las vivencias más humanas.
En alguna ocasión he advertido cómo, con el fin proporcionar no sólo el bienestar físico, sino también la tranquilidad espiritual, presta especial atención a los cambios que, a lo largo de la consulta, experimentan las expresiones de los pacientes. No es extraño, por lo tanto, que, además del ejercicio de la Medicina, cultive las bellas artes como imprescindible ayuda para “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
Su trayectoria médica, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su entrañable cordialidad, constituyen la ilustración de la aristocracia de su espíritu y de la llaneza de trato: dos rasgos complementarios que concurren y se armonizan en una rara simbiosis que –a mi juicio- más que de la herencia biológica, es fruto de un permanente esfuerzo personal.

José González García



José González García: un hombre amable, que ha hecho del servicio su oficio.
José Antonio Hernández Guerrero

Pepe es un hombre servicial. Su actitud ante la vida es la de permanente atención a todo y a todos los que lo rodean. Sus actividades están impulsadas por el propósito de servir de algo y para algo. Con sus ojos abiertos y con su sensibilidad a flor de piel, está en continua alerta con el fin de no desperdiciar las oportunidades que se le presentan para ayudarnos a resolver los problemas que nos plantea la lucha por la supervivencia en este mundo tan competitivo. Posee una singular habilidad para lidiar en los conflictos que, de vez en cuando, surgen a su alrededor.
Mientras que otros invierten dinero en la bolsa para aumentar la cuenta corriente, él, haciendo gala de una estremecedora naturalidad, gasta su tiempo en conversar y en colaborar, sin el menor asomo de pretensión económica ni de aspiraciones de reconocimiento. Este ciudadano corpulento y amable, que ha hecho del servicio su oficio, está permanentemente disponible porque su vida está marcada por la saludable "manía" de ayudar, de servir y de hacer el bien. Cualquier ocasión es propicia para convertirla en la oportunidad de escuchar y de atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.
Creyente, romántico y sensible, Pepe posee una visión esperanzada de la vida; por eso traza su itinerario en diálogo y en colaboración con las personas a las que ama y con los grupos con los que trabaja; por eso reflexiona, comparte y actúa -manteniendo con una actitud receptiva- con el fin de valorar con precisión sus tareas y de vivir con intensidad el instante.
Respetuoso, inquieto y entusiasta, él asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para, actuando con honradez y sin trampas, seguir aprendiendo, para seguir creciendo y para contribuir en la construcción de una sociedad más habitable. Hemos podido comprobar cómo, dotado de una exquisita sensibilidad ética y literaria, a veces, busca el silencio para poner orden a sus ideas, para cerrar las ventanas al mundo estrepitoso y para, en el fondo de su conciencia, encontrarse consigo mismo. Quizás una de las clave de la admiración, del respeto y del cariño que en muchos despierta su figura sea esa modestia secreta y, al mismo tiempo, jubilosa del hombre que mide su felicidad por la estatura de las personas que le regalaron su apoyo, su estima, su amistad y su amor. Y es que –como me indica Cecilio Herrera- su delicadeza, su sencillez y su cordialidad definen y personi­fi­can un estilo de hombre corriente que -decidido a convivir con los próximos y a servir al prójimo- se toma la vida en serio, sin necesidad de aspavientos ni de exhibicionismos efectistas.

Ángel Movellán





Ángel Movellán, un poeta de la imagen, dotado de una singular sensibilidad
José Antonio Hernández Guerrero

¿Se imaginan ustedes a Ángel Movellán caminando por cualquiera de nuestras calles desprovisto de su cámara fotográfica? A él le ocurre algo parecido a lo que les sucede, por ejemplo, a algunos curas, religiosos o cantaores: que no pueden desprenderse de sus símbolos distintivos porque, más que unas profesiones, ejercen unas vocaciones a la que se entregaron desde su niñez.
Hemos de reconocer que la fotografía constituye, además del motor de la vida de este gaditano ubicuo, la definición completa de su existencia, la razón por la que Ángel anda, habla, mira, piensa duerme y sueña acompañado de este aparato que es, al mismo tiempo, el ojo con el que contempla el mundo en el que vive, la clave que descifra sus significados, el archivo en el que guarda sus experiencias más personales y, también, el lenguaje con el que nos comunica sus mejores mensajes.
Aunque él se suele presentar como reportero gráfico, tengo la convicción de que, por la manera tan expresiva de delimitar la realidad y de transmitirnos esas emociones que encierra en sus fotos, Ángel es, sobre todo, un artista -un poeta- de la imagen, dotado de una singular sensibilidad. Es cierto que las fotos de este corredor de fondo que tantos zapatos ha gastado recorriendo las calles de esta ciudad, que tan bien conoce a sus gentes y que tanto ama sus rincones, son documentos imprescindibles para elaborar nuestra historia local, pero también es verdad que, con su peculiar manera de mirar –análoga a la del pintor- nos revela de una manera nueva lo visible e, incluso, nos descubre lo invisible de nuestros espacios y hasta resucita muchas de las sensaciones de unos tiempos que se habían adormecido.
Por eso los trabajos de Ángel nos sorprenden con tanta frecuencia: porque nos de muestran desde ángulos diferentes unas realidades que, por mucho que las hayamos visto anteriormente, ahora, modificando y agudizando nuestra percepción, nos parecen muevas o diferentes. Es cierto que él retrata objetos importantes, pero también es verdad que otros son importantes desde el momento en el que él los capta. Sus fotografías, sin duda alguna, contienen y expresan, más que un instante de los sucesos, la historia completa de una vida.
Aunque es inevitable que, en sus trabajos, se refleje la influencia positiva que aquel gran maestro que fue su admirado padre, hemos de reconocer que Ángel manifiesta una indiscutible originalidad. Él, guiado por el impulso de su propia inspiración, ha alcanzado una madurez que se refleja en la plenitud de su estilo propio. Sus instantáneas son documentos valiosos porque, además de recrearnos, nos hacen pensar y sentir nuevas emociones: porque agudiza e ilumina nuestra percepción llamándonos la atención de unos aspectos a los que muchos de nosotros no habíamos prestado suficiente atención.

Rosa María Mateo



Rosa María Mateo Isasi, reconocida unánimemente como un “símbolo de credibilidad comunicadora”
José Antonio Hernández Guerrero

Es cierto que, con la “Distinción Emilio Castelar a la eficacia comunicativa”, el Ayuntamiento de Cádiz ha reconocido la ejemplar trayectoria profesional de Rosa María Mateo, una periodista que, con claridad, rigor y precisión, durante más de 37 años, nos ha informado sobre los episodios más relevantes que se han sucedido en España y en el mundo. El jurado ha destacado, sobre todo, su permanente disposición para servir a los televidentes transmitiéndonos con fidelidad los datos más sobresalientes de una actualidad compleja y cambiante.
En esta ocasión, en vez de insistir en las dotes profesionales del personaje, prefiero referirme a los rasgos que, desde la distancia que la he contemplado, creo que son los que mejor definen el perfil humano de una mujer que, poseyendo las cualidades físicas para que los frívolos la calificaran como “busto parlante” o como “estrella televisiva”, ha sido reconocida unánimemente como un “símbolo de credibilidad comunicadora”. La clave de su eficacia estriba, a mi juicio, en su convicción de que, más que un personaje televisivo, es una servidora de la comunicación: una persona que habla a otras personas.
Es una mujer seria, culta y sensible a quien le gusta definirse como una trabajadora. Tengo la impresión de que concibe su tarea de periodista como un compromiso social y como un ejercicio dramático en el sentido más literario de este término. Aquí radica, a mi juicio, la credibilidad que generan sus informaciones y, al mismo tiempo, la verosimilitud de sus relatos periodísticos: en sus hondas convicciones éticas y en su fina sensibilidad estética.
Rosa María Mateo es una periodista valiente que, por defender el derecho de los oyentes y su independencia profesional, fue capaz de dimitir, y es una mujer coherente que, por ser fiel a sus convicciones, fue despedida de Antena Tres. Después de haberla contemplado más de cerca, reconozco, sin embargo, que las cualidades que más me han llamado la atención han sido su sencillez, su sobriedad y su sentido común.
Me ha sorprendido que esté adornada de esas cualidades que definen a las buenas personas y que, por el contrario, carezca de esos rasgos –de esos defectos- que, tópicamente, caracterizan a algunos de los más afamados protagonistas de los medios de comunicación. Por más que me he fijado, no he advertido ni el más mínimo afán de exhibirse ni de llamar la atención.
Con su equilibrio psicológico, con su integridad ética y con su sensibilidad social nos ha enseñado, sobre todo, a otear con paciencia, con esperanza y con serenidad, el paso irreversible del tiempo.

José Ángel González



José Ángel González
José Antonio Hernández Guerrero

La imagen de Pepe Ángel -por escasa que sea la atención que le prestemos- nos produce la impresión de que es un artista dotado de una singular sensibilidad para captar los mensajes que transmiten los paisajes y para expresar los ecos que el paso del tiempo despierta en el fondo de su espíritu. No nos extraña, por lo tanto, que conjugue tan armoniosamente su profesión de arquitecto -especialista en la distribución de los espacios- y su afición musical -diestro en la combinación de los ritmos y de las melodías-. Hemos de temer en cuenta que el fundamento de ambas expresiones artísticas es la geometría, y hemos de recordar que Goethe definía a la arquitectura como una “música helada”.
Pero es que, además, Pepe Ángel posee una especial habilidad para integrar equipos de trabajo y para animar grupos festivos. Si nos fijamos en su peculiar manera de situarse ante la vida, llegamos a la conclusión de que adopta la actitud del hábil director de una orquesta que, con su frágil batuta, distribuye funciones y coordina tanto los movimientos como las emociones de los músicos.
Cuando Pepe Ángel redacta planos, en realidad lo que hace es componer armoniosas sinfonías y, cuando interpreta partituras, levanta confortables remansos en los que respiramos el aire limpio de una paz íntima y de una alegría tranquila. Tanto cuando se entrega a la arquitectura como cuando interpreta música, este gaditano, vital, fino y atento, dispone unos espacios envolventes que, generosamente, nos los ofrece para que los habitemos, nos aislemos, nos reunamos, nos amemos y nos divirtamos. Sus diferentes actividades de proyectar y de construir están inmersas en su función de ennoblecer los espacios y los sonidos con expresiones simbólicas.
A mi juicio, la clave profunda de su capacidad para proyectar ambientes de cordialidad, para construir “habitaciones” –recintos habitables-, para configurar climas de comunicación y para generar sensaciones placenteras, es la maestría con la que calcula las medidas, las distancias y las proporciones. Es posible que su delicadeza, su amabilidad y su permanente disponibilidad hundan sus raíces en el clima familiar cordial y artístico que respiró durante su infancia, en su afición innata a manejar el compás con el que traza círculos envolventes y en su destreza para medir los ritmos cambiantes de las diferentes melodías. A lo mejor ahí reside su facilidad para dibujar los perfiles de acogedores hogares y para marcar las evoluciones de sus sendas vitales.
Pepe Ángel proyecta, construye y ameniza su vida y las de los que le rodean, nutriéndolas con esas sustancias que extrae gracias a su notable capacidad contemplativa y a su exquisita sensibilidad para captar y para crear belleza.




Carmen Bobes Naves





Carmen Bobes Naves, Primera Distinción “Eduardo Benot”
Una intelectual que estimula el diálogo y ha suscitado el interés por los valores estéticos y éticos más nobles.
José Antonio Hernández Guerrero

El martes pasado, en un acto solemne, la Alcaldesa de Cádiz entregó la primera distinción “Eduardo Benot” con la que el Ayuntamiento gaditano reconoce la labor científica que, en el ámbito de nuestra Lengua, desarrolla Carmen Bobes Naves, una intelectual que, apoyada en unas convicciones afincadas en los principios más sólidos de nuestra tradición occidental y alentada por una concepción de la vida humana inspirada en los valores trascendentes de la revelación, siempre ha estado dispuesta a someter a discusión seria, comprometida y cordial, las sucesivas maneras de ver, de articular, de analizar, de interpretar y de valorar la literatura.
Esta Catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura de la Universidad de Oviedo estimula el diálogo y suscita el interés por los valores estéticos y éticos más nobles. Estos rasgos fundamentales de su carácter y de su trayectoria profesional representan, a nuestro juicio, su aportación más valiosa a las Ciencias Humanas y constituyen un desafío permanente y un acicate estimulante para todos los que hemos aprendido de ella a tratar las cuestiones más actuales de la Teoría de la Literatura. Con su labor paradigmática ha marcado unas directrices que nos sirven para trazar puentes entre disciplinas afines y entre visiones plurales dentro de la historia de nuestro ámbito disciplinar.
Su preocupación permanente por colaborar en la supervivencia de valores estéticos acreditados y en el enriquecimiento de los lenguajes humanos y de las obras literarias de las culturas creadas por los hombres de una forma adecuada a su dignidad, constituye una orientación y un estímulo para que nos decidamos a abordar los temas que relacionan la literatura con las cuestiones más palpitantes de las ciencias humanas. Sus análisis de textos han abierto caminos metodológicos espaciosos por los que, posteriormente, los demás hemos transitado cómodamente hasta tal punto que hoy no es posible elaborar un trabajo serio de teoría, de crítica o de historia de la literatura sin hacer referencia explícita a su abundante y rigurosa producción científica.
Pero es que, además, toda su labor docente e investigadora se asienta en el afán explícito de conocer, de jerarquizar, de explicar y de difundir los valores que dignifican a los seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la paz y de la fraternidad. Su permanente búsqueda de principios sólidos, su ágil flexibilidad en la aplicación de criterios, su rigor investigador y, sobre todo, su honestidad profesional constituyen unos avales seguros para la comprensión del hecho literario y trazan unos caminos convergentes y complementarios para el acercamiento a un modelo de ser humano. Sus trabajos parten del supuesto de la radical unidad del ser y del actuar humanos: del pensamiento, del lenguaje y del comportamiento. Siguiendo sus obras podemos llegar aún más lejos y afirmar que pensar y hablar son maneras eficaces de intervenir en la vida y, por lo tanto, de actuar en el mundo y en la historia.