jueves, 26 de junio de 2008

Eugenio Espinosa Martínez




Eugenio Espinosa Martínez
José Antonio Hernández Guerrero

Eugenio es un maestro en el sentido más noble de este término: es un hombre amable y cordial, eficiente y servicial, que está en posesión de esa sabiduría que se forja al calor del trabajo con los niños y con los adolescentes. Es un profesional de la educación que, plenamente consciente de que su tarea puede ser un factor determinante para la vida de sus discípulos, se esfuerza, día a día, para armonizar el rigor y la comprensión, la disciplina y la templanza. Vive su vida y ejerce su tarea como un ideal intelectual y como una exigencia moral, como una profesión y como misión, como una actividad integradora y como una acción civilizadora.
Estas son las razones por las que este benalupense discreto y sencillo, además de transmitir conocimientos, se ha empeñado siempre en proponer unos valores y en estimular unos hábitos –unas virtudes- que orienten a los alumnos en su desarrollo integral humano y en la búsqueda del bienestar compartido, en su construcción como personas responsables y como ciudadanos solidarios. Eugenio –profesor y educador- es, a mi juicio, uno de los profesionales que mejor han sabido resolver las aparentes antinomias que algunos establecen entre la autoridad y el respeto, entre la disciplina y la libertad, entre el orden y la confianza, entre la obediencia y la personalidad.
A mí siempre me ha llamado la atención la habilidad con la que, en los diferentes centros en los que ha ejercido el magisterio, ha estimulando el esfuerzo y la honestidad, ha fomentado el compañerismo y la responsabilidad, ha alentado el trabajo bien hecho y la progresiva superación. Pero es posible que los familiares, los amigos y los compañeros que lo han tratado con mayor confianza coincidan en que, tras esa imagen de hombre serio y recto, se esconde una persona dotada de un corazón inmenso, acogedor y compresivo que siempre tiene la palabra necesaria para aliviar a todo el que se acerca a él en demanda de ayuda.
Estoy convencido, además de que uno de los rasgos que mejor definen el perfil humano de este maestro detallista, minucioso y crítico, que disfruta trabajando y que trabaja disfrutando, es esa mezcla armónica de realismo y de fantasía, esa combinación equilibrada de un profundo sentido de la realidad inmediata que, paradójicamente, se alimenta con su aspiración de permanente renovación y de ilimitada trascendencia.
Eugenio es un amigo, sin fanatismo, del orden y un enemigo, sin rencor, de la rutina: es un maestro que, apoyado en la tierra firme de su honda conciencia de la grandeza y de la fragilidad de ser humano, proporciona las claves que sirven para, además de interpretar los libros, leer y vivir la vida.

domingo, 22 de junio de 2008

Guillermo Mendoza

José Antonio Hernández Guerrero
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado


Guillermo Mendoza
José Antonio Hernández Guerrero

Si escuchamos con atención –y, sobre todo, con respeto y con afecto- la voz de Guillermo, llegamos a la conclusión de que no necesitamos las explicaciones de los lingüistas ni de los retóricos para comprender que en ella se concentran los rasgos más característicos de su perfil humano. La entonación y el ritmo, las sílabas y las pausas con las que él articula el discurso de su vida nos ofrecen unas elocuentes pistas para que leamos -descifremos y valoremos- los alentadores mensajes que nos transmite con esa pronunciación controlada y con esa expresión transparente de su rostro apacible.
En su voz se encierra el código con el que podemos interpretar las sutiles líneas que dibujan su espíritu sereno, amable y esperanzado. Su pronunciación tan característica nos descubre la pequeña verdad que resume su concepción de la vida humana.
La voz de Guillermo genera una corriente circular de intercomunicación y un vínculo de interconexión que nos transmite la seguridad de que él nos atiende, de que nos entiende y, sobre todo, de que está dispuesto a ayudarnos: a servirnos en algo y para algo. A mí me llama la atención, sobre todo, la naturalidad, la sinceridad y la autenticidad con la que provoca el encuentro íntimo entre las personas, sin el menor atisbo de exhibicionismo, de vanidad, de narcisismo, de autosatisfacción, de pedantería ni de frivolidad. Tengo la convicción de que la imagen serena que proyecta es la expresión directa de la sosegada aceptación de su propia personalidad que, en ningún momento, siente necesidad de mostrarse de manera diferente a como es.
Hemos de reconocer que, para transmitir el fondo profundo de nuestro espíritu, es imprescindible que lo expresemos, más que con palabras, con el testimonio de una vida coherente, con las actitudes sinceras que adoptamos ante los que con nosotros conviven, en especial, en los momentos de dolor. Las palabras sólo establecen y sellan la comunicación cuando expresan los asentimientos auténticos de amor y de respeto al interlocutor. Son la sanción de un esfuerzo vital. La voz y la imagen personal transmiten mensajes sólo cuando condensan nuestro concepto de la vida, del hombre y de la sociedad. Las palabras sólo son válidas cuando traducen nuestras convicciones profundas y nuestros testimonios coherentes.
Esta transparencia del rostro amable de Guillermo, abierto como las ventanas de una casa para recibir la luz, nos transmiten una intensa carga de humanidad y de paz porque refleja e ilumina el alma pacífica y la expresión pacificadora de un luchador tenaz y de un sufridor infatigable. Su voz, en resumen, constituye una elocuente metáfora de las vidas elementales, laboriosas y sencillas de muchos de nuestros convecinos porque rima a la perfección con su mirada serena, tranquila y confiada, y porque manifiesta su generosidad, su alegría y su paz interior.

Jaime Cordero Barroso



Jaime Cordero Barroso
Uno de sus motores más activos de este hombre, agudo, incisivo y perspicaz, es el profundo amor al pueblo y a su pueblo de Alcalá de los Gazules

José Antonio Hernández Guerrero

Jaime constituye, a mi juicio, una de las pruebas más contundentes de la inagotable capacidad que poseen los seres humanos para, al mismo tiempo que maduran, seguir creciendo y produciendo frutos, para, acrecentando la conciencia del tiempo y del espacio en los que viven, hacer más habitable el entorno familiar y para construir una sociedad más solidaria.

Hombre agudo, incisivo y perspicaz, está entrenado para jugar el partido de la vida en campo propio y en los terrenos adversarios. Desde muy joven desarrolló una singular habilidad para aprovechar las oportunidades, para llevar el balón al fondo de la portería contraria, tras saltar por encima de las barreras sociales gratuitas y de las convicciones ideológicas injustificadas. Dotado de una paciencia invencible y de una férrea disciplina, ha sabido mantenerse alerta, con la musculatura en tensión y con el ánimo disponible, mientras aprendía cada uno de los secretos del fútbol, de la vida.

Hombre culto, atento y observador, de palabra fácil y de escritura elegante, clara y directa, es enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, y asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para seguir aprendiendo. Estoy convencido de que uno de sus motores más activos es el profundo amor al pueblo y a su pueblo. Quizás aquí radique también el secreto de su notable habilidad para tratar con respeto a los hombres sencillos y para relacionarse con naturalidad con la gente ilustrada. La claridad de sus palabras, fieles trasuntos de la claridad de sus ideas, constituye la manifestación directa de su sólida formación humanista.

Estas son las razones por las que no nos extraña la manera clara que Jaime posee de pronunciarse en público y en privado sobre cada uno de los asuntos concretos que la vida moderna nos presenta. Por eso nos resultan especialmente atractivas sus formas convincentes de analizar los problemas reales, eludiendo la tentación de caer en la superficialidad, en el radicalismo y en el exhibicionismo. Desde siempre, valoré, de manera especial, su realismo, su madura aceptación de la realidad inevitable, por muy dolorosa que fuera. Cualquier momento y cualquier ocasión le resultan propicios para convertirlos en oportunidades para escuchar y para atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.

Es posible que, en el fondo de su conciencia, aún le sigan resonando unas palabras que, con cierta frecuencia, repetía Sebastián Araújo, uno de esos antiguos maestros que lo estimularon para que lograra una libertad que le hiciera posible sacar a flote su rica personalidad:

“La vida humana es, ciertamente, demasiado importante y demasiado breve como para esperar los grandes acontecimientos para vivirla: o se vive en plenitud cada uno de los instantes o no se vive la vida”.

Francisco Álvarez Mateo



Francisco Álvarez Mateo
Un creyente convencido de que existe un más allá que está ahí, muy cerca de nosotros.
José Antonio Hernández Guerrero

Con sus gestos sobrios y con sus pausadas palabras, Francisco Álvarez Mateo nos transmite un mensaje claro: que nos despojemos de las poses ridículas y de las fórmulas estereotipadas, que abandonemos esas posturas artificiales que, como máscaras inútiles, ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. Con sus actitudes discretas nos explica que hemos de desconfiar de los sermones grandilocuentes y que hemos de confiar en la bondad del Padre que habita esta tierra, que transita por nuestras las calles, que se aloja en nuestras casas y, sobre todo, que late en el fondo de nuestro corazones.
Paco -lento y pulcro- está convencido de que la misión de los creyentes es, simplemente, acompañar a los desvalidos. “Dejadme, por favor, -repite de vez en cuando- que sea un cura a mi estilo”. Y es que él defiende ese modelo de sacerdote que, hombre normal, lee el Evangelio, está enraizado en su tierra y convive como el pueblo sencillo y con el pueblo sencillo.
Por eso se conforma con ser un servidor que cumple la gozosa tarea de invitar amablemente a los hombres y a las mujeres para que nos respetemos, nos comprendamos, nos ayudemos y nos queramos. Esperanzado creyente en los seres humanos, propone a sus acompañantes que, con templanza, con serenidad y con cariño, entablemos un diálogo abierto con todos los hombres de buena voluntad, pero, además. nos anima para que, silenciosamente, nos acerquemos y acompañemos, sobre todo, a los enfermos, a los ancianos y a los que sufren. Eso es lo que él hace en la Residencia José Matía Calvo en la que vive. Él sabe muy bien que, bajo las apariencias corporales, laten unos sentimientos muy hondos y, además, está convencido de que, aunque a simple vista no lo percibamos, existe un más allá que está ahí, muy cerca de nosotros.
Paco conoce que una de las herramientas más potentes para alcanzar la paz personal y colectiva es la oración sencilla. Recuerdo cuando, con cierto tono de tristeza, me comentó hace ya varios años su preocupación por el inútil esfuerzo que hacen algunos por convertir la fe en una teología y la teología en un conjunto de palabras confusas y absurdas, ajenas a los problemas y a los sufrimientos, y alejadas de las sensaciones y de los sentimientos que experimentamos cada día.
Su mirada desde la debilidad le obliga a un ejercicio de lucidez desgarrador porque, cuando contempla a los seres humanos que están situados en la sombra inquietante del sufrimiento, en la línea imperceptible que separa la vida de la muerte, su visión no puede sostenerse en el vacío sino que busca una guía luminosa que le proporcione algún sentido, sobre todo, en estos tiempos de tribulación en los que, febril y enloquecidamente, voces interesadas o desaprensivas nos empujan desde fuera para que huyamos hacia delante con el riesgo de precipitarnos en la autodestrucción.

Miguel Román





Miguel Román: que no regatea esfuerzos para escarpar la senda de la escritura creativa.
José Antonio Hernández Guerrero

Miguel es uno de esos esforzados seres humanos que, tras haber pasado toda una vida redactando -con orden, con corrección, con rigor y con esmero- numerosos textos administrativos y jurídicos, ha decidido subir la escarpada senda que le conduce al espacio abierto de la escritura creativa, a ese horizonte en el que están situados los que se sienten llamados, ineludiblemente, a efectuar el milagro de compartir la intimidad individual e intransferible; a perderse por los vericuetos de la imaginación y a encontrarse a sí mismo; a crear lazos de amistad con seres distantes; a hacer partícipes a otros de las propias sensaciones, sentimientos y pensamientos.
Dotado de una indomable voluntad y de una férrea disciplina, pretende saltar las alambradas que cercan a los serviciales escribientes y a los minuciosos copistas, para dejar constancia, y para comunicarnos al mayor número de conciudadanos los ecos que en su espíritu despiertan los episodios que, con su pícara mirada, él contempla.
Miguel sabe muy bien que escribir es formular, de manera imprecisa e incompleta, las experiencias vividas, pero que, además, es abrir puertas y ventanas: las puertas de la libertad y las ventanas de la solidaridad; es cruzar los puentes de la incomprensión; es hacer posible lo imposible. A pesar de su dilatada experiencia, aún se disfraza de niño para, con sus ingeniosos versos, jugar con nosotros a descubrirse y a esconderse y, para, con sus travesuras, divertirnos iluminando y, a veces, oscureciendo los percances de la vida. Excelente gourmet, no se conforma con deglutir las sustancias que extrae de sus múltiples experiencias, sino que nos la ofrece para que, reunidos en un festín de amigos, las saboreemos con fruición.
Aunque ya hace algún tiempo que traspasó la barrera de los setenta, aún sigue estudiando con la misma dedicación que lo hacen los jóvenes a los que les faltan escasas fechas para superar las pruebas de selectividad, y es que Miguel, está empeñado en mejorar su estilo literario con el fin de “buscar el tiempo perdido” y cometer algunas de las travesuras obvias, inocentes y perdonables que no perpetró durante su difícil adolescencia.
Es posible que éstas sean las claves que nos explican la razón de ese tiempo que le roba al día y a la noche para escribir y, así, evitar que se le olviden los asuntos más importantes de su vida: el amor y la amistad. “Escribir –nos confiesa- es una forma de hacer que permanezcan inalteradas las experiencias vitales, sin que influyan los cambios que experimentados en nuestra voz y en nuestro rostro. Escribir es una manera de curarnos, de recuperarnos, de vivir sin morir completamente. Ésta es la razón honda por la que se esfuerza para que, en sus poemas, quede algo -quizás lo más auténtico- de él mismo y, sobre todo, para hacernos a los demás partícipes de su vida, para confiarnos sus secretos, para comprenderse a sí mismo y para que los demás lo comprendamos a él.

Manolo Chaves



Manolo Chaves
José Antonio Hernández Guerrero

Manolo, persona inquieta, dinámica, intuitiva y rápida de reflejos, concentra en su menuda figura una intensa y explosiva energía. Desde que se levanta hasta que, ya rendido por tanto trajinar, se acuesta, está en permanente movimiento. Extrovertido, despierto y atento, este gaditano y viñero posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Sus actitudes y sus comportamientos, su sencillez, su servicialidad y su cordialidad definen y personi­fi­can un estilo de ser humano que tiene mucho que ver con nuestro singular paisaje urbano y, sobre todo, con nuestra historia trimilenaria, con los continuos cambios de nuestros vientos y con los diferentes movimientos de nuestros mares.
Algunos clientes de El Faro afirman que ya ha cumplido el medio siglo en este restaurante en el que él trabaja, pero otros -los más agudos- están convencidos de que él está allí desde siempre y que permanecerá, inalterable y solícito, para siempre. Lo cierto es que conserva el mismo aspecto juvenil e igual disposición servicial que tenía cuando, todavía un chaval, empezó a trabajar allá por los años setenta del pasado siglo XX.
Manolo es, sencillamente, un trabajador detallista, responsable y eficaz que, contra viento y marea, ha atendido a abuelos, a hijos y a nietos, y que decidió ser libre para vivir plenamente su vida y, sobre todo, para dar testimonio de su profunda convicción de que el amor es el impulsor central de la existencia humana.
Con su mirada interrogante delata un espíritu inocente en el sentido más profundo de esta palabra: contempla el mundo -cada uno de los elementos de la naturaleza y cada uno de los miembros de la sociedad- con la limpia ingenuidad y con la candorosa lucidez del niño que descubre los misterios de las cosas elementales. Con sus ojos abiertos y con sus oídos atentos, penetra en la vida práctica, atiende los asuntos sin turbarse, trata a sus compañeros y sirve a sus clientes con cordialidad.
Sencillo y esperanzado, Manolo es un perspicaz observador de la vida, un ameno conversador y un contador de deliciosas historias capaces de trasladarnos en el tiempo hacia adelante y hacia atrás. Sus relatos, salpicados de referencias apoyadas en datos concretos y en fechas exactas, brillan por la inapelable exactitud del historiador riguroso. Sus comentarios, condimentados con una pizca de pimienta y con la fina sal de La Caleta, nos demuestran que, además de ocurrente y reflexivo, es inteligente e ingenioso. Amable y, a veces, impaciente, con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, nos enseña a valorar y a vivir la vida, a hacer las cosas bien, a despojarnos de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales porque –como él afirma- “las máscaras no ocultan nuestra radical pequeñez”.

Ricardo Miranda




Ricardo Miranda: un médico que, además de profesional y científico, es un ser muy humano.
José Antonio Hernández Guerrero

Ricardo Miranda, hombre atento, amable y delicado, está convencido de que el lenguaje es una de las herramientas terapéuticas y de que la discreción es un escudo que nos protege de la frivolidad. No es extraño que, por lo tanto, sea un excelente administrador de las palabras y de las pausas ni que, con la expresión de su rostro sereno, nos exprese de manera directa la importancia que concede a su profesión de médico y el respeto que le merecen los pacientes. Me he fijado detenidamente cómo, quizás por estar habituado al análisis y a la reflexión, antes de hablar, espera hasta que encuentra el término preciso y la fórmula ajustada. Por eso es normal que le incomoden las algarabías, que prefiera escuchar antes de hablar y esperar el momento oportuno, para que, con prudencia, paciencia, discreción y templanza, acierte con la palabra adecuada.
Convencido de que su oficio es un servicio, durante su dilatada trayectoria profesional se ha entregado incondicionalmente a mejorar las condiciones en las que se deben desarrollar unas tareas que influyen, de manera directa, en la calidad y en la cantidad de la vida de los ciudadanos: la medicina, efectivamente, además de aliviarnos los dolores y de curarnos las enfermedades, nos ayuda de manera eficaz a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
Si, como cirujano del aparato digestivo se distingue por el esmero, por pulcritud, por minuciosidad de sus intervenciones y por la confianza, por la tranquilidad y por los alientos que inspira a los pacientes, como presidente del Colegio Médico, desempeña sus delicadas tareas con lealtad a sus colegas y con la plena conciencia de quien es sabedor de que desempeña un servicio social a sus conciudadanos.
Su labor al frente del Colegio es de una eficacia y de una delicadeza reconocidas por todos los afiliados. La referencia que tengo de este médico es que se trata de una persona activa, cercana e interesada por todo lo que tiene relación con el ejercicio de la Medicina. Varios de sus colegas me habían adelantado que, cuando me entrevistara con Ricardo, advertiría desde el primer momento -que sentiría la sensación- de que es una persona seria, con la que, sin necesidad de muchas palabras, se establece una relación respetuosa y cordial.
La trayectoria médica de este gallego orgulloso de serlo, que posee una firme voluntad de ser gaditano y una irrenunciable vocación universalista, está orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad, por su cordial seriedad y, en resumen, por esos rasgos que adornan a los médicos que, además de profesionales y científicos, son seres humanos, muy humanos.


Martín Bueno Lozano

El padre Martín Bueno Lozano cumple noventa años.
Un sacerdote que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio
José Antonio Hernández Guerrero

El pasado lunes, día cinco, el padre Martín Bueno cumplió noventa años. A pesar de que siente el cuerpo fatigado por el largo viaje, este hombre bueno mantiene el espíritu despierto gracias a las luces que siguen inundando su dilatada vida y que han guiado sus múltiples tareas pastorales: las luz de las verdades en las que él cree, la luz de las promesas en las él que confía y, sobre todo, la luz del amor -de los amores- a los que él ha entregado toda su existencia.
Nos sorprende cómo, desde la cima de su ancianidad, sigue mirando el mundo con los ojos abiertos de aquel niño que nació en Jimena de la Frontera, un pueblo fronterizo que, situado en el límite de la provincia de Cádiz, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales, recuerda su pasado con gratitud, contempla sus alrededores con serenidad y mira su futuro con ilusión.
Es posible que aquí residan algunas de las claves de su manera de reaccionar con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Quizás ésta sea la explicación profunda de la paciencia con la que ha tallado los sillares de su conducta coherente y de la habilidad con la que emplea las palabras para descubrirnos el sentido original de las cosas y para que, trascendiendo el sentido trágico, proclamemos nuestra fe en la vida.
Fíjense cómo, soñador e idealista, se ha comprometido con sus gentes y, atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, su trayectoria está marcada por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.
Este hombre inquieto, intuitivo, locuaz y, sobre todo, bueno, que se ha alimentado de silencio para escuchar las voces íntimas que hablan sobre el vivir y que, ahora, volviendo a sus orígenes, prefiere, simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explica cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma en la luminosidad del amor.
Aprovechamos la oportunidad de este cumpleaños para hacer patente nuestro respeto y nuestra admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales.
El padre Martín Bueno, sugeridor y entusiasta, es un adelantado, un avanzado que, dotado de una extraordinaria lucidez para roturar nuevos caminos, y provisto de una notable audacia para romper moldes anquilosados, ha sabido acomodarse a los ritmos desiguales de los tiempos, adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y dar respuestas pastorales adecuadas a cada uno de los momentos cambiantes, ha hecho gala de una sorprendente “fidelidad creativa”.

Martín Bueno Lozano






El padre Martín Bueno Lozano cumple noventa años.
Un sacerdote que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio
José Antonio Hernández Guerrero

El pasado lunes, día cinco, el padre Martín Bueno cumplió noventa años. A pesar de que siente el cuerpo fatigado por el largo viaje, este hombre bueno mantiene el espíritu despierto gracias a las luces que siguen inundando su dilatada vida y que han guiado sus múltiples tareas pastorales: las luz de las verdades en las que él cree, la luz de las promesas en las él que confía y, sobre todo, la luz del amor -de los amores- a los que él ha entregado toda su existencia.
Nos sorprende cómo, desde la cima de su ancianidad, sigue mirando el mundo con los ojos abiertos de aquel niño que nació en Jimena de la Frontera, un pueblo fronterizo que, situado en el límite de la provincia de Cádiz, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales, recuerda su pasado con gratitud, contempla sus alrededores con serenidad y mira su futuro con ilusión.
Es posible que aquí residan algunas de las claves de su manera de reaccionar con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Quizás ésta sea la explicación profunda de la paciencia con la que ha tallado los sillares de su conducta coherente y de la habilidad con la que emplea las palabras para descubrirnos el sentido original de las cosas y para que, trascendiendo el sentido trágico, proclamemos nuestra fe en la vida.
Fíjense cómo, soñador e idealista, se ha comprometido con sus gentes y, atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, su trayectoria está marcada por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.
Este hombre inquieto, intuitivo, locuaz y, sobre todo, bueno, que se ha alimentado de silencio para escuchar las voces íntimas que hablan sobre el vivir y que, ahora, volviendo a sus orígenes, prefiere, simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explica cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma en la luminosidad del amor.
Aprovechamos la oportunidad de este cumpleaños para hacer patente nuestro respeto y nuestra admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales.
El padre Martín Bueno, sugeridor y entusiasta, es un adelantado, un avanzado que, dotado de una extraordinaria lucidez para roturar nuevos caminos, y provisto de una notable audacia para romper moldes anquilosados, ha sabido acomodarse a los ritmos desiguales de los tiempos, adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y dar respuestas pastorales adecuadas a cada uno de los momentos cambiantes, ha hecho gala de una sorprendente “fidelidad creativa”.

José Evaristo Fernández




José Evaristo Fernández
José Antonio Hernández Guerrero

José Evaristo es uno de esos médicos que crean a su alrededor una densa atmósfera de cordialidad, un ambiente de amable confianza y, al mismo tiempo, un clima de profundo respeto. En mi opinión, la cordialidad que irradia nace de la actitud de permanente atención que presta a los pacientes, se origina en esa evidente disposición de escucha que adopta para interpretar sus dolencias, y es el resumen condensado de su sincera voluntad de servirnos a todos.
Estoy convencido de que la confianza que nos inspira es el trasunto directo del aire cálido que respiró, durante su niñez y durante su juventud, en aquel hogar familiar cuyas ventanas daban al Campo del Sur y a la calle de la Cruz. Ese aura de respeto que le rodea es la manifestación de su actualizada preparación científica, de su destreza técnica y, sobre todo, el reflejo de la estricta conciencia que posee de la trascendencia de su tarea profesional y de cada uno de sus actos médicos.
Este gaditano, sencillo y trabajador, adoptó la decisión de seguir el camino de la Medicina movido, más que por un ansia razonable de realización personal, por el deseo irreprimible de contribuir a paliar el sufrimiento y de aliviar los dolores de sus conciudadanos. Desde el primer momento de la consulta clínica advertimos su plena disponibilidad, su generosidad y un vivo interés por todo lo que los pacientes le explican. No es extraño, por lo tanto, que genere esa corriente de espontánea simpatía.
Aunque es cierto que sus colegas y sus colaboradores alaban su sorprendente habilidad para manejar el bisturí, en mi opinión los valores que mejor lo definen como persona, como médico y como cirujano, es la filosofía personal que, con sus actitudes nobles, ofrece a los pacientes como cómodos asideros para que se agarren cuando surjan problemas. Todos los comentarios que formulan las personas que han sido intervenidas por este cirujano eminente coinciden en su fina sensibilidad, en su exquisita delicadeza e, incluso, en su depurada ternura. A mi me llama la atención, también, la emoción con la que él vibra tanto ante un nuevo descubrimiento científico o ante una nueva técnica quirúrgica, como ante una palabra bien escrita o ante una imagen sorprendente.
El doctor Evaristo Fernández, con ese aspecto de médico desaureolado, desprovisto de posturas hieráticas, de gestos solemnes y de palabras trascendentes, es uno de esos profesionales de la Medicina que desafían las convenciones vacías y que evitan, en todo momento, caer en la tentación de buscar la vacua notoriedad o de prestigiarse distanciándose de sus pacientes y de sus colaboradores.
Es un hombre cordial y sensible que, además de estar dotado de una inteligencia aguda, nos ofrece -más que con sus palabras- con sus actitudes y con sus comportamientos, con sus solidez moral y con su modestia personal, un modelo de ser humano que nos atañe a todos.





Jesús Acosta Varo


Jesús Acosta Varo: un profesional de la salud, buscador apasionado de esas verdades y de esos valores que brotan de las raíces profundas de nuestro patrimonio cultural.
José Antonio Hernández Guerrero

Si observamos las expresiones de Jesús Acosta, si nos fijamos en el tono de sus palabras y, sobre todo, si contemplamos las actitudes que adopta ante los comportamientos de sus interlocutores, llegamos a la conclusión de que es un médico y, más concretamente, un especialista en neurología. No necesitamos repasar sus diversos títulos académicos ni siquiera comprobar su amplio currículo profesional para percatarnos de que la función que ejerce en nuestra sociedad es la de poner a punto ese complejo sistema que orienta, dirige, coordina y estimula el funcionamiento de nuestros órganos vitales y nuestras relaciones con la sociedad y con la naturaleza.
Por eso no nos extraña el rigor con el que interpreta el sentido del dolor del cuerpo y del sufrimiento del espíritu, la delicadeza con la que expone las raíces profundas de los temores y de las esperanzas y la claridad con la que explica el funcionamiento de los motores biológicos de la vida y la muerte. Si sus palabras alcanzan “efectos terapéuticos” es porque, antes de prescribir fármacos, nos escucha, nos mira y nos atiende para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de nuestras dolencias y en las razones profundas de nuestras preocupaciones.
Jesús parte del supuesto de que los enfermos somos, si no los únicos, los principales artífices de la evolución de nuestras enfermedades. Por eso, convencido de que la índole y la gravedad de las afecciones se reflejan, sobre todo, en la mirada, él se fija detenidamente en las expresiones de los rostros.
Incansable luchador por la libertad y encarnizado crítico de cualquier ideología totalitaria, este profesional de la salud es un buscador apasionado de esas verdades y de esos valores que brotan de las raíces profundas de nuestro patrimonio cultural, de las fuentes de la racionalidad y que, en consecuencia, constituyen los fundamentos sólidos de la dignidad del ser humano. Jesús es un luchador tenaz y un investigador infatigable que penetra en las raíces íntimas –biológicas y mentales- de las vivencias más humanas.
En alguna ocasión he advertido cómo, con el fin proporcionar no sólo el bienestar físico, sino también la tranquilidad espiritual, presta especial atención a los cambios que, a lo largo de la consulta, experimentan las expresiones de los pacientes. No es extraño, por lo tanto, que, además del ejercicio de la Medicina, cultive las bellas artes como imprescindible ayuda para “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
Su trayectoria médica, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su entrañable cordialidad, constituyen la ilustración de la aristocracia de su espíritu y de la llaneza de trato: dos rasgos complementarios que concurren y se armonizan en una rara simbiosis que –a mi juicio- más que de la herencia biológica, es fruto de un permanente esfuerzo personal.

José González García



José González García: un hombre amable, que ha hecho del servicio su oficio.
José Antonio Hernández Guerrero

Pepe es un hombre servicial. Su actitud ante la vida es la de permanente atención a todo y a todos los que lo rodean. Sus actividades están impulsadas por el propósito de servir de algo y para algo. Con sus ojos abiertos y con su sensibilidad a flor de piel, está en continua alerta con el fin de no desperdiciar las oportunidades que se le presentan para ayudarnos a resolver los problemas que nos plantea la lucha por la supervivencia en este mundo tan competitivo. Posee una singular habilidad para lidiar en los conflictos que, de vez en cuando, surgen a su alrededor.
Mientras que otros invierten dinero en la bolsa para aumentar la cuenta corriente, él, haciendo gala de una estremecedora naturalidad, gasta su tiempo en conversar y en colaborar, sin el menor asomo de pretensión económica ni de aspiraciones de reconocimiento. Este ciudadano corpulento y amable, que ha hecho del servicio su oficio, está permanentemente disponible porque su vida está marcada por la saludable "manía" de ayudar, de servir y de hacer el bien. Cualquier ocasión es propicia para convertirla en la oportunidad de escuchar y de atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.
Creyente, romántico y sensible, Pepe posee una visión esperanzada de la vida; por eso traza su itinerario en diálogo y en colaboración con las personas a las que ama y con los grupos con los que trabaja; por eso reflexiona, comparte y actúa -manteniendo con una actitud receptiva- con el fin de valorar con precisión sus tareas y de vivir con intensidad el instante.
Respetuoso, inquieto y entusiasta, él asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para, actuando con honradez y sin trampas, seguir aprendiendo, para seguir creciendo y para contribuir en la construcción de una sociedad más habitable. Hemos podido comprobar cómo, dotado de una exquisita sensibilidad ética y literaria, a veces, busca el silencio para poner orden a sus ideas, para cerrar las ventanas al mundo estrepitoso y para, en el fondo de su conciencia, encontrarse consigo mismo. Quizás una de las clave de la admiración, del respeto y del cariño que en muchos despierta su figura sea esa modestia secreta y, al mismo tiempo, jubilosa del hombre que mide su felicidad por la estatura de las personas que le regalaron su apoyo, su estima, su amistad y su amor. Y es que –como me indica Cecilio Herrera- su delicadeza, su sencillez y su cordialidad definen y personi­fi­can un estilo de hombre corriente que -decidido a convivir con los próximos y a servir al prójimo- se toma la vida en serio, sin necesidad de aspavientos ni de exhibicionismos efectistas.

Ángel Movellán





Ángel Movellán, un poeta de la imagen, dotado de una singular sensibilidad
José Antonio Hernández Guerrero

¿Se imaginan ustedes a Ángel Movellán caminando por cualquiera de nuestras calles desprovisto de su cámara fotográfica? A él le ocurre algo parecido a lo que les sucede, por ejemplo, a algunos curas, religiosos o cantaores: que no pueden desprenderse de sus símbolos distintivos porque, más que unas profesiones, ejercen unas vocaciones a la que se entregaron desde su niñez.
Hemos de reconocer que la fotografía constituye, además del motor de la vida de este gaditano ubicuo, la definición completa de su existencia, la razón por la que Ángel anda, habla, mira, piensa duerme y sueña acompañado de este aparato que es, al mismo tiempo, el ojo con el que contempla el mundo en el que vive, la clave que descifra sus significados, el archivo en el que guarda sus experiencias más personales y, también, el lenguaje con el que nos comunica sus mejores mensajes.
Aunque él se suele presentar como reportero gráfico, tengo la convicción de que, por la manera tan expresiva de delimitar la realidad y de transmitirnos esas emociones que encierra en sus fotos, Ángel es, sobre todo, un artista -un poeta- de la imagen, dotado de una singular sensibilidad. Es cierto que las fotos de este corredor de fondo que tantos zapatos ha gastado recorriendo las calles de esta ciudad, que tan bien conoce a sus gentes y que tanto ama sus rincones, son documentos imprescindibles para elaborar nuestra historia local, pero también es verdad que, con su peculiar manera de mirar –análoga a la del pintor- nos revela de una manera nueva lo visible e, incluso, nos descubre lo invisible de nuestros espacios y hasta resucita muchas de las sensaciones de unos tiempos que se habían adormecido.
Por eso los trabajos de Ángel nos sorprenden con tanta frecuencia: porque nos de muestran desde ángulos diferentes unas realidades que, por mucho que las hayamos visto anteriormente, ahora, modificando y agudizando nuestra percepción, nos parecen muevas o diferentes. Es cierto que él retrata objetos importantes, pero también es verdad que otros son importantes desde el momento en el que él los capta. Sus fotografías, sin duda alguna, contienen y expresan, más que un instante de los sucesos, la historia completa de una vida.
Aunque es inevitable que, en sus trabajos, se refleje la influencia positiva que aquel gran maestro que fue su admirado padre, hemos de reconocer que Ángel manifiesta una indiscutible originalidad. Él, guiado por el impulso de su propia inspiración, ha alcanzado una madurez que se refleja en la plenitud de su estilo propio. Sus instantáneas son documentos valiosos porque, además de recrearnos, nos hacen pensar y sentir nuevas emociones: porque agudiza e ilumina nuestra percepción llamándonos la atención de unos aspectos a los que muchos de nosotros no habíamos prestado suficiente atención.

Rosa María Mateo



Rosa María Mateo Isasi, reconocida unánimemente como un “símbolo de credibilidad comunicadora”
José Antonio Hernández Guerrero

Es cierto que, con la “Distinción Emilio Castelar a la eficacia comunicativa”, el Ayuntamiento de Cádiz ha reconocido la ejemplar trayectoria profesional de Rosa María Mateo, una periodista que, con claridad, rigor y precisión, durante más de 37 años, nos ha informado sobre los episodios más relevantes que se han sucedido en España y en el mundo. El jurado ha destacado, sobre todo, su permanente disposición para servir a los televidentes transmitiéndonos con fidelidad los datos más sobresalientes de una actualidad compleja y cambiante.
En esta ocasión, en vez de insistir en las dotes profesionales del personaje, prefiero referirme a los rasgos que, desde la distancia que la he contemplado, creo que son los que mejor definen el perfil humano de una mujer que, poseyendo las cualidades físicas para que los frívolos la calificaran como “busto parlante” o como “estrella televisiva”, ha sido reconocida unánimemente como un “símbolo de credibilidad comunicadora”. La clave de su eficacia estriba, a mi juicio, en su convicción de que, más que un personaje televisivo, es una servidora de la comunicación: una persona que habla a otras personas.
Es una mujer seria, culta y sensible a quien le gusta definirse como una trabajadora. Tengo la impresión de que concibe su tarea de periodista como un compromiso social y como un ejercicio dramático en el sentido más literario de este término. Aquí radica, a mi juicio, la credibilidad que generan sus informaciones y, al mismo tiempo, la verosimilitud de sus relatos periodísticos: en sus hondas convicciones éticas y en su fina sensibilidad estética.
Rosa María Mateo es una periodista valiente que, por defender el derecho de los oyentes y su independencia profesional, fue capaz de dimitir, y es una mujer coherente que, por ser fiel a sus convicciones, fue despedida de Antena Tres. Después de haberla contemplado más de cerca, reconozco, sin embargo, que las cualidades que más me han llamado la atención han sido su sencillez, su sobriedad y su sentido común.
Me ha sorprendido que esté adornada de esas cualidades que definen a las buenas personas y que, por el contrario, carezca de esos rasgos –de esos defectos- que, tópicamente, caracterizan a algunos de los más afamados protagonistas de los medios de comunicación. Por más que me he fijado, no he advertido ni el más mínimo afán de exhibirse ni de llamar la atención.
Con su equilibrio psicológico, con su integridad ética y con su sensibilidad social nos ha enseñado, sobre todo, a otear con paciencia, con esperanza y con serenidad, el paso irreversible del tiempo.

José Ángel González



José Ángel González
José Antonio Hernández Guerrero

La imagen de Pepe Ángel -por escasa que sea la atención que le prestemos- nos produce la impresión de que es un artista dotado de una singular sensibilidad para captar los mensajes que transmiten los paisajes y para expresar los ecos que el paso del tiempo despierta en el fondo de su espíritu. No nos extraña, por lo tanto, que conjugue tan armoniosamente su profesión de arquitecto -especialista en la distribución de los espacios- y su afición musical -diestro en la combinación de los ritmos y de las melodías-. Hemos de temer en cuenta que el fundamento de ambas expresiones artísticas es la geometría, y hemos de recordar que Goethe definía a la arquitectura como una “música helada”.
Pero es que, además, Pepe Ángel posee una especial habilidad para integrar equipos de trabajo y para animar grupos festivos. Si nos fijamos en su peculiar manera de situarse ante la vida, llegamos a la conclusión de que adopta la actitud del hábil director de una orquesta que, con su frágil batuta, distribuye funciones y coordina tanto los movimientos como las emociones de los músicos.
Cuando Pepe Ángel redacta planos, en realidad lo que hace es componer armoniosas sinfonías y, cuando interpreta partituras, levanta confortables remansos en los que respiramos el aire limpio de una paz íntima y de una alegría tranquila. Tanto cuando se entrega a la arquitectura como cuando interpreta música, este gaditano, vital, fino y atento, dispone unos espacios envolventes que, generosamente, nos los ofrece para que los habitemos, nos aislemos, nos reunamos, nos amemos y nos divirtamos. Sus diferentes actividades de proyectar y de construir están inmersas en su función de ennoblecer los espacios y los sonidos con expresiones simbólicas.
A mi juicio, la clave profunda de su capacidad para proyectar ambientes de cordialidad, para construir “habitaciones” –recintos habitables-, para configurar climas de comunicación y para generar sensaciones placenteras, es la maestría con la que calcula las medidas, las distancias y las proporciones. Es posible que su delicadeza, su amabilidad y su permanente disponibilidad hundan sus raíces en el clima familiar cordial y artístico que respiró durante su infancia, en su afición innata a manejar el compás con el que traza círculos envolventes y en su destreza para medir los ritmos cambiantes de las diferentes melodías. A lo mejor ahí reside su facilidad para dibujar los perfiles de acogedores hogares y para marcar las evoluciones de sus sendas vitales.
Pepe Ángel proyecta, construye y ameniza su vida y las de los que le rodean, nutriéndolas con esas sustancias que extrae gracias a su notable capacidad contemplativa y a su exquisita sensibilidad para captar y para crear belleza.




Carmen Bobes Naves





Carmen Bobes Naves, Primera Distinción “Eduardo Benot”
Una intelectual que estimula el diálogo y ha suscitado el interés por los valores estéticos y éticos más nobles.
José Antonio Hernández Guerrero

El martes pasado, en un acto solemne, la Alcaldesa de Cádiz entregó la primera distinción “Eduardo Benot” con la que el Ayuntamiento gaditano reconoce la labor científica que, en el ámbito de nuestra Lengua, desarrolla Carmen Bobes Naves, una intelectual que, apoyada en unas convicciones afincadas en los principios más sólidos de nuestra tradición occidental y alentada por una concepción de la vida humana inspirada en los valores trascendentes de la revelación, siempre ha estado dispuesta a someter a discusión seria, comprometida y cordial, las sucesivas maneras de ver, de articular, de analizar, de interpretar y de valorar la literatura.
Esta Catedrática de Teoría de la Literatura y Literatura de la Universidad de Oviedo estimula el diálogo y suscita el interés por los valores estéticos y éticos más nobles. Estos rasgos fundamentales de su carácter y de su trayectoria profesional representan, a nuestro juicio, su aportación más valiosa a las Ciencias Humanas y constituyen un desafío permanente y un acicate estimulante para todos los que hemos aprendido de ella a tratar las cuestiones más actuales de la Teoría de la Literatura. Con su labor paradigmática ha marcado unas directrices que nos sirven para trazar puentes entre disciplinas afines y entre visiones plurales dentro de la historia de nuestro ámbito disciplinar.
Su preocupación permanente por colaborar en la supervivencia de valores estéticos acreditados y en el enriquecimiento de los lenguajes humanos y de las obras literarias de las culturas creadas por los hombres de una forma adecuada a su dignidad, constituye una orientación y un estímulo para que nos decidamos a abordar los temas que relacionan la literatura con las cuestiones más palpitantes de las ciencias humanas. Sus análisis de textos han abierto caminos metodológicos espaciosos por los que, posteriormente, los demás hemos transitado cómodamente hasta tal punto que hoy no es posible elaborar un trabajo serio de teoría, de crítica o de historia de la literatura sin hacer referencia explícita a su abundante y rigurosa producción científica.
Pero es que, además, toda su labor docente e investigadora se asienta en el afán explícito de conocer, de jerarquizar, de explicar y de difundir los valores que dignifican a los seres humanos que, guiados por unos deseos de autorrealización y de perfeccionamiento, aspiran noblemente a las metas de la armonía, de la justicia, de la paz y de la fraternidad. Su permanente búsqueda de principios sólidos, su ágil flexibilidad en la aplicación de criterios, su rigor investigador y, sobre todo, su honestidad profesional constituyen unos avales seguros para la comprensión del hecho literario y trazan unos caminos convergentes y complementarios para el acercamiento a un modelo de ser humano. Sus trabajos parten del supuesto de la radical unidad del ser y del actuar humanos: del pensamiento, del lenguaje y del comportamiento. Siguiendo sus obras podemos llegar aún más lejos y afirmar que pensar y hablar son maneras eficaces de intervenir en la vida y, por lo tanto, de actuar en el mundo y en la historia.

sábado, 21 de junio de 2008

Javier Anso




Javier Anso: un pedagogo que, inspirado en los valores supremos del Evangelio, persigue el desarrollo pleno de la persona
José Antonio Hernández Guerrero

Javier es un hombre libre y comprometido. Posee la ilimitada libertad de quien observa, reflexiona, analiza y juzga la realidad que le rodea sin establecer previamente unas barreras infranqueables y, al mismo tiempo, asume el estricto compromiso de ser fiel a los dictados de su propia conciencia y de ser leal con los alumnos a los que sirve. Éstas son las razones por las que mira el pasado con ponderación y con gratitud, y éstas son las claves de la obstinación con la que, esperanzado, lucha por lograr un futuro más justo y más humano. Fíjense cómo no se cansa de estimularnos para que, contra los vientos de la publicidad y las mareas del cómodo hedonismo, sigamos creciendo y mejorando las condiciones de vida de nuestros hijos, para que les proporcionemos los instrumentos necesarios con el fin de que sean más conscientes, más independientes y más felices.
Hombre lúcido y agudo, distingue instantáneamente lo que es importante de lo que es accesorio, lo que es incompatible con nuestra condición humana de lo que podría perfeccionar nuestra existencia, aumentar el bienestar personal y mejorar la convivencia social. Éstas son las razones por la que, a nuestro juicio, en sus funciones como director de un centro educativo, además de proporcionar información actualizada sobre los conocimientos imprescindibles para la vida profesional, estimula la reflexión, la crítica, la solidaridad, la voluntad de entendimiento, la convivencia y el respeto a las minorías
Javier lucha de manera permanente porque está convencido de que el aumento de ciudadanos ignorantes y, por lo tanto, acríticos, propicia el funcionamiento de esta sociedad de consumo que beneficia sólo a unos pocos de listillos. Por eso él, ajeno a la autocomplacencia narcisista, denuncia con valentía esa atmósfera que, creada por los medios de comunicación, facilita el aumento continuo los consumidores (mal)educados en serie, sin referencias culturales y sin pasado, y, por eso, critica las prácticas que estimulan la deformación de ciudadanos que, encasillados en identidades volubles y zarandeados por el flujo incesante de la publicidad, sólo son puros átomos carentes de voluntad propia para seguir creciendo. Por eso, al mismo tiempo que cultiva la tolerancia de las convicciones diferentes, nos exige respeto a la ley y a los demás. Por eso, dando por supuesto que el aprendizaje exige esfuerzos, nos grita para que sacudamos la tibia modorra.
Hombre dialogante, profesor entregado y religioso coherente, es un pedagogo que concibe su tarea -la paideia y la humanitas- como un acompañamiento a los alumnos por el aire libre de la contemplación de la naturaleza y por los senderos marcados por los principios más sólidos de nuestra cultura occidental: como una aventura alentada por una concepción de la vida humana que, inspirada en los valores supremos del Evangelio, persiga, de manera explícita, el desarrollo pleno de la persona y su acercamiento hacia su fin propio. Por eso apoya toda su actividad docente en su convicción de que el fin de la enseñanza es la formación integral del ser humano: del pensamiento, de la emociones, del lenguaje, de las actitudes y de los comportamientos.

Juan Benítez




Juan Benítez está convencido de que la fe se proclama, sobre todo, mediante la entrega a los abandonados y a los que esta sociedad opulenta y competitiva ha excluido.

José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, aunque, a lo largo de la historia milenaria del cristianismo y a lo ancho de su extensión universal, los seguidores de Jesús han hecho diferentes lecturas de sus mensajes, los que pretendan ser fieles a la esencia y a los valores del Evangelio deberían esforzarse por interpretar correctamente sus principios esenciales.
En cada época y en cada situación, impulsados por la voluntad de reproducir aquellos sorprendentes dichos y hechos, los creyentes han puesto un especial énfasis en aquellos pasajes evangélicos que mejor respondían a los problemas más graves e importantes, según su propia sensibilidad y de acuerdo con las necesidades de los destinatarios, pero hemos de convenir que esta selección sólo es válida cuando no se manipulan los sentidos ni se alteran las jerarquías de los valores más auténticos, de esos rasgos ineludibles que constituyen la médula original del mensaje cristiano.
Esta reflexión ha sido el primer resultado de la conversación que acabo de mantener con Juan Benítez, uno de los colaboradores directos de Alfonso Castro en las diferentes tareas de contar y de explicar, con sus vidas sencillas, el papel que los creyentes han de ejercer en esta sociedad. Hombre reflexivo, esperanzado, amable y crítico, contempla los gestos de Jesús y escucha sus palabras con idéntica naturalidad con las que los contemplaron y las escucharon sus discípulos más directos. Él cree firmemente que, para descubrir el rostro de Jesús, es imprescindible acercarse física, respetuosa y cordialmente a los marginados, y está convencido de que la fe se proclama, sobre todo, mediante la entrega a los abandonados y a los que esta sociedad opulenta y competitiva ha excluido.
No es extraño, por lo tanto, que además de preguntarse continuamente en qué cree y por qué cree, desconfíe de los ritos vacíos, del proselitismo interesado y de la publicidad con la que, a veces, otros pretenden comprar voluntades; por eso él cultiva con esmero el lenguaje de la discreción y de la verdad desnuda de los hechos que dan sentido y estabilidad a su vida.
Su dedicación amistosa, que huye de los impulsos románticos, constituye una invitación para que ampliemos nuestro horizontes de sentido: son unos aldabonazos, unas llamadas a la solidaridad, al servicio gratuito y gratificante. Su testimonio elocuente nos confirma que los contenidos de la fe no se entienden si no percibimos, hacemos y padecemos la realidad de la vida. Esta actitud audaz y este comportamiento valiente son los que, a mi juicio, le permiten sentirse en paz consigo mismo y con los demás. No olvidemos que la grandeza de los hombres y de las mujeres no depende de sus triunfos, de sus ganancias, de sus fuerzas físicas, de sus poderes políticos, ni siquiera del dominio intelectual, sino de la savia interna que nutre las raíces de su identidad y de la sustancia espiritual que unifica a la persona y le confiere dignidad.

Francisca Fuentes Rodríguez




Francisca Fuentes Rodríguez
José Antonio Hernández Guerrero

Los compañeros que seguimos de cerca la trayectoria profesional de Francisca Fuentes Rodríguez coincidimos en que es una mujer activa y entusiasta, un ser singular que, presidido por la lucidez y por la agudeza, cuestiona aquellos comportamientos rutinarios que la inercia de los usos sociales pretende hacernos pasar por naturales y por apropiados a la condición femenina. Ella, que está decidida a vivir su vida de una manera plena, es consciente de que vivir es aprovechar una oportunidad única y una aventura personal dirigida hacia el descubrimiento de un mundo más humano, más justo y más grato.
Inquieta, emprendedora e impaciente, con su mirada limpia y directa, nos proyecta sus certeras reflexiones y nos formula sus múltiples propuestas, que están elaboradas siempre tras análisis minuciosos, desde una crítica incisiva y desde una serena autocrítica. Alentada por el rigor, por el trabajo y por la exigencia como requisitos esenciales de su función de Decana, ella dirige la Facultad más joven de nuestra Universidad, imparte sus clases de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social, investiga conflictos y negociaciones colectivas, atiende a su familia, cuida y educa a sus hijos, enfrentándose a los problemas con realismo y apoyándose en un permanente diálogo con todos sus colaboradores. Con su sencillez, con su sentido práctico y ayudada por un conjuntado equipo de compañeras, nos proporciona una imagen de universitaria comprometida con nuestro espacio y con nuestro tiempo.
Para interpretar y para valorar el significado profundo de sus eficaces gestiones, es indispensable que nos acerquemos, que captemos la intensa palpitación humana y que descifremos las diferentes emociones que la impulsan y las profundas convicciones que la alimentan. Intrépida, obstinada, creativa y, sobre todo, libre, es una mujer de raza que, sin hacer publicidad, está en posesión de toneladas de sentido ético y social. Pienso, además, que esta mujer valiente, que llama a las cosas por su nombre, que se propone retos ambiciosos y que, cada mañana, inicia tareas complicadas, es, a veces, un poco dictadora consigo misma.
Impulsada por su propia vocación, abre los ojos, observa con atención todo lo que le rodea, mira el futuro con confianza y sonríe porque piensa que personas de las que recibe las energías, la respetan y la quieren. Mujer sencilla y trabajadora incansable, está dotada de esa sabiduría que tan estimulante y tan refrescante les resulta a los que colaboran con ella. No acepta imposiciones y no comprende a las gentes que, abandonándose a las bagatelas de la comodidad, renuncian a luchar para crear unas circunstancias más humanas que nos permitan vivir y convivir, dialogar y colaborar, y, en resumen, sentir el amor y difundir la amistad con respeto, con libertad y con dignidad. Paca es una permanente y cordial invitación para que nos decidamos a pensar, a imaginar y a trabajar.




Manuel Arcila

Manuel Arcila, un hombre exquisitamente normal
José Antonio Hernández Guerrero

Si preguntamos a cualquier miembro de nuestra comunidad universitaria sobre la figura del Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, todos coincidirán en que es una persona normal. A nuestro juicio, esta caracterización, en apariencias tan simple, constituye el resumen de una amplia serie de rasgos profesionales, éticos y humanos, que son muy valiosos -imprescindibles- para conducir una compleja institución que, en estos momentos de su historia, atraviesa un mar que, en permanente movimiento, está sembrado de imprevistos escollos surgidos por esos inminentes cambios de titulaciones, de planes de estudio y de grados académicos que impone la convergencia europea.
La exquisita naturalidad de Manolo, fundamentada en su sencillez, en su serenidad, en su laboriosidad y en su permanente actitud de servicio, constituyen las claves de la seguridad con la que dirige la Facultad y el fundamento de la confianza que inspira a todos los que, con él, están empeñados en hacerla crecer.
Si a unos sorprende la permanente atención que presta a los más nimios vaivenes de esta nave tan voluminosa y tan complicada, otros se admiran por su continua actitud de escucha y por su abierta disposición para sopesar todas las propuestas. Yo estoy convencido, además, de que, en el fondo de esta facilidad para sopesar las más diversas aportaciones, late una consciente decisión de liderar unos proyectos en los que participen, de manera activa, todos los que integran la Facultad.
Es posible que esta facilidad animadora para afrontar la vida y que esta destreza conciliadora para enfrentarse con los problemas, estén propiciadas, además de por sus dotes naturales y por sus disciplinados hábitos, por los contenidos académicos de la asignatura que él profesa. Manolo como profesor de análisis geográfico regional es un cualificado estudioso de los vínculos que unen a los seres humanos y de las relaciones que se establecen con el medio en el que habitan: no hay la menor duda de que él sabe medir el suelo que pisa.
Su manera apacible de asumir los retos actuales y su conducta coherente con sus principios son aldabonazos que nos despiertan de nuestra apática negligencia y que contrarrestan ese murmullo ensordecedor de los sinuosos ríos embarrados, a veces, por la desidia, por la presunción y por la rivalidades. Con sus actitudes diáfanas, con su sencillo estilo de vida y con esa generosidad con la que pone a disposición de los demás su persona, su tiempo y sus talentos, nos define y nos resume el valioso servicio que los universitarios podemos ofrecer a la sociedad que nos sustenta.
El comportamiento del profesor Arcila -que es respetuoso sin afectación, educado sin empalago y servicial sin servilismo- constituye una amable invitación para que los demás respondamos con generosidad, con sencillez y con tesón a las demandas de los tiempos actuales.

Felicidad Rodríguez



Felicidad Rodríguez
Una mujer libre y luchadora que nos muestra, sin petulancia, y nos demuestra, sin presunción, que el trabajo, la constancia, la lucha y el coraje, son cualidades compatibles con la intuición, con la delicadeza, con la sensibilidad y con la ternura

José Antonio Hernández Guerrero

Hemos de reconocer que, sin necesidad de que ella se lo haya propuesto de una manera explícita, los juicios, las actitudes y los comportamientos de Felicidad desmienten muchos de los prejuicios tópicos que, sobre las mujeres, se siguen repitiendo de manera insistente en nuestra sociedad actual. Ella, que es médico, profesora universitaria y decana de la Facultad de Medicina -el centro medular de nuestra Universidad-, nos muestra, sin petulancia, y nos demuestra, sin presunción, que el trabajo, la constancia, la lucha y el coraje, son cualidades compatibles con la intuición, con la delicadeza, con la sensibilidad y con la ternura. Vamos… que ellas pueden ocupar con eficacia esos puestos que tradicionalmente estaban copados por los hombres, sin disimular ninguna de las virtudes que caracterizan a las mujeres.
Plenamente consciente de las dificultades añadidas que debía superar, ha tenido los arrestos suficientes para conducir esta compleja institución en una encrucijada histórica en la que se entrecruzan diversas doctrinas ideológicas, diferentes concepciones pedagógicas, continuos avances científicos, insistentes reivindicaciones profesionales y contrapuestos intereses personales.
Felicidad, tanto como Vicerrectora de la Universidad que como Decana de la Facultad, ha dado evidentes muestras de que, amante del riesgo y de la aventura, tiene ambiciones sin ser ambiciosa y de que tiene voluntad de subir, pero sin pisar la cabeza a ninguno de sus compañeros. Resulta especialmente llamativa la destreza con la que armoniza sus múltiples y complejas actividades docentes, investigadoras y de gestión, con esos ratos de ocio en los que atrapa y disfruta con fruición la fruta horaciana del carpe diem. Con su sabia lucidez, con su cristalina alegría juvenil y con su delicado gusto, vive intensamente la vida aprovechando todo lo que cada momento le ofrece de bienestar y de expansión lúdica.
Dotada de un discreto optimismo, dirige su aguda mirada hacia un futuro esperanzador, confiada en que, con habilidad, con esfuerzo y con imaginación, es posible llegar a metas que, no hace mucho, parecían inalcanzables. Por eso ante los obstáculos que, a veces, le ponen quienes están llamados a secundar sus retos, en vez de amuermarla y hacer que ceje en su empeño, ella se crece en su afán de elevar la calidad de la enseñanza, de la investigación y de los métodos de asistencia de la Medicina, con el fin de que en esta Facultad se formen médicos que estén dotados de conocimientos científicos actualizados, de dominio de las técnicas del diagnóstico y de las terapias más avanzadas, sino que, además, traten a los pacientes con una exquisita sensibilidad humana. Exacta en sus juicios, generosa en la crítica y comedida en los elogios, Felicidad es una conocedora en profundidad de la anatomía y de la embriología humanas, no olvida en ningún momento, que nuestros cuerpos están animados de espíritu.

Guillermo Martínez Massanet


Guillermo Martínez Massanet
José Antonio Hernández Guerrero

Guillermo Martínez Massanet constituye, en mi opinión, la demostración elocuente de que existe la posibilidad real de armonizar las diferentes tareas universitarias con las primordiales exigencias familiares y con las ineludibles relaciones sociales. Este Catedrático de Química Orgánica, que ya había escalado todos los peldaños docentes hasta alcanzar el más alto nivel académico cuando apenas tenía treinta y seis años, no sólo ha desempeñado las funciones de Director de Departamento, Decano de la Facultad, Vicerrector de Investigación y Rector de la Universidad durante ocho años, sino que, además, se ha entregado, al mismo tiempo, a la atención personal de cada uno de los alumnos, a los minuciosos trabajos de investigación sobre las propiedades terapéuticas de diferentes sustancias, a la convivencia armónica con Angelines, su mujer, y a la formación integral de sus hijos.
Es probable que esa sorprendente capacidad para conjugar unas actividades, que tan diferentes son en su naturaleza íntima, en su organización formal y, sobre todo, en sus ritmos biológicos, esté favorecida por su innata facilidad y por su concienzuda preparación para penetrar, con sus agudos análisis, en el fondo de los seres vivos y para sintetizar -para unir y para reunir- sustancias orgánicas, para diseñar y construir proyectos de investigación y para componer y organizar eficientes equipos de trabajo. Él sabe muy bien que la eficacia de un grupo adecuadamente coordinado es siempre mayor que la suma de sus partes.
Guillermo -un científico amable y un observador crítico- es un hombre sistemático y un trabajador metódico que, además de observar con exquisita atención cada uno de los elementos que estudia, es capaz de maravillarse cuando contempla los resultados de sus análisis. Consciente, además, de que los seres humanos somos parte de la naturaleza, tiene muy en cuenta que él, sus colaboradores y los destinatarios de sus investigaciones formamos parte de esos misterios que él trata de resolver. A veces he recibido la impresión de que a este hombre de ciencia, de concordancias y de acuerdos, también le interesan la armonía y la belleza de ese juego de relaciones que al final de su investigación él establece. No tengo a menor duda de que está convencido de que la ciencia -un triunfo del poder de la imaginación y del esfuerzo continuado- es indispensable para mejorar la vida del hombre –para alcanzar metas inimaginables-, pero también de que el progreso y la mejora de la calidad de la existencia humana exigen atender a las necesidades de la convivencia.
Como investigador, no sólo está dotado de imaginación para descubrir horizontes inéditos, de agudeza para penetrar en las entrañas de esos seres elementales y de sensibilidad para captar los más mínimos detalles, sino que está persuadido de que toda empresa es posible, con tal de que, además de constantes, seamos capaces de organizarnos adecuadamente para vencer todos los obstáculos que la realidad nos impone.

Jorge Paz Pasamar


Jorge Paz Pasamar
José Antonio Hernández Guerrero

Quienes conocemos a Jorge, y hemos tenido el privilegio de estudiar y de trabajar a su lado, estamos en deuda permanente por ser él como es: un universitario contento de serlo y un profesor estimulado por esa vocación docente que sólo tienen quienes han hecho de la enseñanza el taller de sus trabajos y el patio de su recreo.
Ahora, tras su merecida jubilación, como ocurre con los auténticos intelectuales, comienza una nueva vida en la que dispone de más tiempo para la lectura, para la escritura, para la reflexión y para degustar la conversación, haciéndonos partícipes de sus jugosos análisis de los episodios actuales y de sus amables ocurrencias sobre la vida de cada día. Porque, efectivamente, él, como lingüista -un cultivador de las palabras- profesa una fervorosa devoción, sobre todo, por los lenguajes que sirven para tender puentes, para facilitar el entendimiento mutuo y para estimular la comunicación cordial. Estoy convencido de que las raíces de su facilidad para la concordia se ahondan en el fondo de su generoso espíritu de armonía. Charlar con este hombre, agudo, austero, sobrio y abierto de ideas, es penetrar en un remanso de equilibrio y de paz. De Jorge siempre me ha llamado la atención -además de su profunda bondad, de su delicada sencillez y de su radical claridad en la manera de expresarse- las formas delicadas con las que nos transmite su pensamiento.
Todos hemos podido constatar cómo, en esas situaciones propicias para las porfías, las rivalidades y las rencillas, determinadas por las escaladas y por los escalafones, él ha sabido mantener su integridad y su lealtad, unas virtudes que siempre las ha acompañado de una permanente amabilidad y de una simpatía espontáneas. En los momentos de dificultad, su elegante compostura representa para nosotros un estimulante acicate y un ejemplo de bonhomía. Ese es, a nuestro juicio, el colofón y el resumen de su rica personalidad. Estoy convencido de que Jorge, impulsado por una moderada esperanza, es un romántico, un amigo, sin fanatismo, del orden y un enemigo, sin rencor, de la rutina. Por eso ha sabido arar la tierra de las relaciones humanas con esa sonrisa franca que, a veces, estaba teñida con tonos de escepticismo.
Otros compañeros son testigos de las veces que hemos comentado las sencillas lecciones de humanidad y de cariño que nos ha dictado, sobre todo, por su manera digna de enfrentarse al trabajo y a la vida. No debe extrañarnos, por lo tanto, que apoyando sus tareas docentes e investigadoras en la tierra firme de su honda conciencia de la grandeza y de la fragilidad de ser humano, siempre haya adoptado una actitud madura y una voluntad de seriedad. Paciente, pero nunca resignado, Jorge ha proclamado su fe en las conexiones de la amistad y, sobre todo, en el afecto como sustancia propulsora de su vida.

María Jesús Sanz


María Jesús Sanz
José Antonio Hernández Guerrero

La obra de la profesora María Jesús Sanz, Catedrática de Historia del Arte e Investigadora de las artes suntuarias es imprescindible para el conocimiento, para la interpretación y para la valoración de los tesoros contenidos en los templos andaluces y, en especial, en nuestra Catedral gaditana. Lean, por ejemplo, el detallado y agudo estudio sobre la integración de estilos en la Custodia de la Catedral de Cádiz cincelada por el platero Antonio Suárez (1657-1670). De ella me sorprende, en especial, la atención que presta a sus alumnos y la mesura con la que esta mujer profundamente coherente, exhibe los resultados de sus múltiples y valiosos trabajos de investigación.
Dotada de una notable sensibilidad y de una inagotable capacidad de trabajo, prefiere estar detrás de las bambalinas iluminando con su mirada aguda y juvenil los detalles más significativos y los recovecos más complicados de las creaciones artísticas. En más de una ocasión me ha comentado su extrañeza por el tiempo desproporcionado y las energías excesivas que algunos intelectuales gastan para satisfacer sus ansias de reconocimiento y sus necesidades de honras y de honores. “Las pompas -dice ella- todas son vanas”.
María Jesús siempre se marcó unos altos niveles de autoexigencia en el rigor de sus propuestas y de transparencia en sus múltiples gestiones; siempre fue sensible a los seres frágiles. Firmemente asentada en sus profundas convicciones, es un ser esperanzado que aspira a consolidar el presente y a mejorar el futuro: ella está decidida a seguir creciendo.
Su laboriosidad y su valentía contrastan con la petulancia, con la indolencia y con la debilidad de algunos otros que -engreídos- se valen de la vanidad, de la ignorancia o de la soledad de los demás para ganarse su confianza y para aprovecharse de su buena voluntad. María Jesús nos demuestra que la sencillez es una virtud de los seres humanos lúcidos que buscan realmente ayudar y servir a los demás. Por eso es tan elocuente la lección humana que nos dicta con su solidez moral, con su modestia personal, con su capacidad para conjugar la firmeza de sus principios con un espíritu siempre abierto al diálogo y a los nuevos planteamientos.
Permanentemente ilusionada, manifiesta unas insaciables ganas de vivir. Si su impronta modesta me permitiera hacer de ella un elogio con mayúsculas, destacaría la firmeza de sus principios éticos, la solidez de sus criterios de comportamiento y la consistencia de sus virtudes acrisoladas. Su rostro transparente nos habla de las dificultades vencidas, de los momentos tempestuosos superados con dignidad y de los problemas resueltos felizmente con el fin de mantener su dignidad y su intimidad intactas. María Jesús, impulsada por su profunda devoción familiar, pule las palabras para llevar la armonía y la ternura a esas tareas domésticas, cotidianas y rutinarias, para ganarle la jugada a cada día y a cada mes.

Ramón de Cózar


Ramón de Cózar
José Antonio Hernández Guerrero

Hombre de ciencia y de técnica -las dos caras de una misma moneda-, Ramón es, además, un observador atento, crítico y responsable de la vida humana: de las reacciones de las personas con las que, solícito, convive, y de los vaivenes de la sociedad en la que, solidario, navega. Él suele comentar que el saber de la ciencia y el hacer de la técnica han de esta orientados por la mirada amable y por la reflexión seria de quienes pretenden vivir una vida intensa y gratificante. En mi opinión, esa conjugación armónica de teoría y de práctica, y esa firme coherencia entre sus convicciones y sus comportamientos constituyen uno de los rasgos que definen su vida familiar y su trayectoria profesional.
De Ramón me llama poderosamente la atención, además, su afán -su “manía” dice él- por pensar en lo que pasa a su alrededor, con el fin de ver algo donde los demás no ven nada y, sobre todo, con la pretensión de descubrir la vaciedad -el hueco- de muchas actividades y objetos que, en realidad, están huecos. Por eso suelo estar atento a sus comentarios sobre la vida cotidiana, sobre esos sucesos que, a la mayoría de los mortales, nos resultan insignificantes y anodinos.
Estoy convencido de que el eje vertebrador de su talante personal e intelectual, -serenamente inconformista y discretamente audaz- está amasado por dos cualidades distintas pero íntimamente relacionadas: el don de la mesura y el don de la oportunidad. Ramón acepta casi todo, pero a condición de que sea en su justa medida y en su momento. Quizás sea ésta la clave profunda que explica por qué muestra sus saberes sin pregonarlos y propone sus teorías de manera apacible, sin esforzarse por subrayar las palabras, convencido de que la transmisión fluida de los conocimientos se realiza mejor a través de esa menuda y permanente lluvia de ideas claras que mediante chaparrones contundentes de conceptos oscuros acompañados de los rayos de la pedantería o de los truenos de la suficiencia: ofrece lo que sabe, inspirando confianza, estimulando interés y despertando curiosidad.
Su notable capacidad de discreción -no de reserva-, su regusto por el silencio fecundo -el silencio del saber- y su necesidad de intimidad -el único paraíso terrenal que vale la pena-, constituyen el ambiente propicio para elaborar sus propuestas documentadas y para desarrollar sus sugerentes hipótesis; es un trabajador sistemático, constante e incansable que, gracias al profundo conocimiento de los contenidos de sus clases hace fácil lo difícil.
Este humano y humanista integral, con sus afinados juicios críticos, que es capaz de identificar los detalles más sutiles, nos proporciona muestras de una potente inteligencia: no se conforma con los datos objetivos, desnudos, sino que busca las claves explicativas de los sentidos más profundos que identifiquen las relaciones y los paralelismos entre los deslavazados hechos de la experiencia cotidiana y las teorías de esas ciencias y de esas técnicas que él explica.

Francisco Fernández Trujillo


Francisco Fernández-Trujillo
José Antonio Hernández Guerrero

Tengo el convencimiento de que la vocación de este profesor universitario de Anatomía tiene su origen, más que en una llamada para explicar la configuración y el funcionamiento del cuerpo humano, en una firme decisión de descifrar la hondura de las vidas: de excavar para descubrir los misterios que encierran en sus entrañas y de narrar con claridad las claves que determinan el bienestar personal e, incluso, la convivencia familiar y social. Él parte de supuesto fundamental de que el equilibrio personal y la armonía colectiva dependen, en gran medida, de la comprensión de nuestro organismo, del trato que le dispensemos y, sobre todo, de la manera de relacionarnos con él. El conocimiento y la aceptación de nuestro cuerpo son, efectivamente, las sendas inevitables para hacer que emerja nuestro yo más auténtico.
Hemos de tener muy presente, además, que él, un admirador -por herencia familiar- de la belleza de los seres creados, y un convencido de que el cuerpo humano constituye el resumen de las demás obras bellas, no ha regateado esfuerzos para penetrar en el interior del organismo con el fin de identificar las raíces profundas de nuestros comportamientos. Por eso reivindica, de manera permanente, la importancia capital de su estudio riguroso y de su correcto cuidado mediante una alimentación equilibrada y grata a todos los sentidos, como la condición indispensable para mantener la salud, para diagnosticar las dolencias y para prescribir los adecuados tratamientos.
Sólo a partir de estos presupuestos podemos comprender y valorar los diferentes rasgos que dibujan la personalidad de este gaditano extrovertido, despierto y atento, que posee una notable habilidad para conectar con las gentes y una singular destreza para entablar relaciones sociales. Impulsado por un afán enciclopédico y dotado de un espíritu conciliador, es, sobre todo, un cultivador de la amistad. Aunque evita en todo momento caer en quimeras, es un hombre lúcido que conjuga la imaginación y el sentido común con el fin de comprender y de vivir la vida de aquí y de ahora.
Curro es un médico dotado de singulares cualidades y de inmejorables condiciones para interpretar el sentido del dolor y del sufrimiento, del goce y del bienestar, del progreso y de la tradición, del cuerpo y del espíritu, de la ciencia y del arte, del lenguaje y del pensamiento, del amor y del desamor, de los temores y de las esperanzas, de la vida y la muerte. Más de una vez me ha comentado que las palabras alcanzan “efectos terapéuticos” cuando el profesional, antes de prescribir, escucha, mira y atiende al enfermo para lograr penetrar en el fondo íntimo de cada una de las dolencias. Él parte del supuesto de que los pacientes también participamos en la evolución de nuestras enfermedades. Con sus observaciones cargadas de chispa y de razón, este profesor de la Facultad de Medicina nos demuestra que es, al mismo tiempo, un ocurrente y reflexivo, inteligente e ingenioso conversador, un contador de deliciosas historias que se esfuerza, de manera permanente, por disfrutar del momento presente, depurando el pasado de rencores y de odios, e imaginando un futuro siempre esperanzador.

Concha Unamuno



Concha Unamuno
José Antonio Hernández Guerrero

Si prestamos atención a las actitudes y a las palabras de Concha, recibimos la grata impresión de que es una de esas personas reflexivas que saben degustar el jugo de la vida. Ésta es, a mi juicio, la clave de esos mensajes diáfanos que nos transmite con el propósito de que nos apreciemos a nosotros mismos y de que valoremos la realidad que nos rodea. Dotada de una mirada amable, ella descubre ese algo nuevo y bello que todos los seres encierran: es una mujer admirable porque es admiradora, porque, atenta y equilibrada, posee un alma joven y sensible, capaz de penetrar en el fondo de las cosas y de descubrir sus misteriosos significados.
No es extraño, por lo tanto, que nos avise sobre esos grandes peligros que nos acechan en la actualidad: el de acostumbrarnos a las cosas buenas y perder de vista el aliciente de la novedad que cada día trae consigo. Por eso ella evita el hábito de ver como normales las cosas bellas y, por eso, ella lucha para no caer en la rutina, la gran arrasadora de la vida. Sus amigas comentan su facilidad para luchar contra el desencanto y su habilidad para superar esa tendencia tan común de infravalorar los episodios cotidianos.
En mi opinión, la clave de su serenidad estriba en su destreza para ver las cosas como recién estrenadas, como estimulantes invitaciones para que aprovechemos las múltiples oportunidades que la vida nos procura, para que disfrutemos de los momentos de bienestar que, aunque sean esencialmente efímeros, podemos lograr que sean intensos y profundos. Nosotros estamos de acuerdo con ella en que, porque sabemos que la vida pronto se esfumará, una palabra amable, una sonrisa complaciente, un día de sol o una conversación distendida nos parecerán regalos inmerecidos.
Sus actitudes, incluso más que sus palabras, nos explican claramente que tenemos toda la vida por delante y de que lo mejor de la vida nos queda por vivir. Estoy convencido de que esa serenidad que se desprende de su mirada tiene su origen en la profunda convicción de que cumplir años no resta nada al camino que nos queda por recorrer sino que, por el contrario, potencia nuestra marcha, asegura nuestros pasos, ensancha nuestros horizontes y profundiza nuestra conciencia de que, efectivamente, cada minuto es una nueva oportunidad que no hemos de desperdiciar.
Los años ya vividos y las experiencias acumuladas –efectivamente, querida Concha-, más que tiempo gastado, son recursos efectivos, fértiles cosechas y frutos maduros que, si los administramos con habilidad, están disponibles para que los aprovechemos y le saquemos todo su jugo. Cada episodio vivido encierra semillas fecundas que, si las cultivamos con esmero, germinarán y nos proporcionarán cosechas abundantes.






José Luis Guijarro


José Luis Guijarro
José Antonio Hernández Guerrero

Les confieso que soy un adicto a los textos que escribe este pensador sencillo que, desinhibido, se ha propuesto hablar de la vida y vivirla, prescindiendo de las convenciones que, de manera “progresiva”, cada vez nos coartan más la libertad. Lo leo y lo escucho para aprender y para profundizar en la hondura de unas ideas que, alejadas de la autocomplacencia, a mi juicio están escritas sin afán de adoctrinamiento, y que son unas llamadas perentorias a la reflexión y unos estimulantes revulsivos que orientan los análisis críticos de la vida: de la vida de aquí y de ahora, de él y de nosotros.
Sigo con atención -y con devoción- esas agudas especulaciones que nos despiertan a los que, algo narcotizados en este mundo estandarizado, casi nada nos sorprende. Su discurso, a veces, nos resulta extravagante precisamente por su claridad, por su precisión y por su aplastante lógica.
José Luis, como todos sabemos, es un especialista en las lenguas modernas. Pero nos equivocaríamos, sin embargo, si tan sólo viésemos en él un lingüista obsesionado con el funcionamiento de la fonética, de la gramática o de la semántica. El estudio del inglés o del francés, por ejemplo, le sirve de senda por la que penetra en los comportamientos humanos: en sus raíces antropológicas, en sus manifestaciones sociológicas y en sus repercusiones psicológicas. Me llama la atención la facilidad con la que profundiza en los sonidos y en las imágenes para llegar a los pliegues más íntimos de las sensaciones, de las emociones y de las ideas. Me he fijado, por ejemplo, en su habilidad para evitar las ambigüedades, las definiciones vaporosas y los cúrsiles arabescos de algunos intelectuales, pero, sobre todo, en su decidida voluntad de superar las interpretaciones consabidas y las etiquetas tópicas.
Aunque es cierto que está permanentemente atento a las últimas teorías de la lingüística y del conocimiento, también es verdad que la preferencia de sus preocupaciones están en la vida: él pone el énfasis, sobre todo, en los latidos íntimos que, en su cuerpo y en su espíritu, despiertan los sucesos cotidianos. Su formulaciones son herramientas sumamente útiles para desmenuzar la vida y para indagar en los condicionamientos sociales, ideológicos e, incluso, geográficos que, a veces, nos impiden ver la realidad.
José Luis Guijarro es un intelectual que nutre su discurso mediante la discusión de las ideas tópicas que aparecen como si fueran originales revelaciones e, incluso, a través del examen minucioso de sus propios conceptos interrogados e interrogantes: mediante la crítica y, sobre todo, mediante la autocrítica.

José Luis Romero Palanco



José Luis Romero Palanco
José Antonio Hernández Guerrero

A mi juicio, una de las fórmulas más seguras para medir la calidad humana de los personajes públicos es evaluar los efectos que les produce el paso -inevitablemente temporal- por las tareas que les encomienda la comunidad a la que sirven y representan. Si examinamos la forma mental en la que se encuentran cuando finalizan sus funciones públicas, podremos distinguir con cierta seguridad el grado de sensatez o de ineptitud que han alcanzado para afrontar lo más importante: su propia vida. Todos advertimos cómo los que carecen de un nivel aceptable de equilibrio psíquico, de coherencia ética o de lucidez mental, cuando finalizan su mandato, suelen disminuir su talla y, a veces, se les desmorona el escaso crédito con el que habían accedido a las poltronas. Los que, por el contrario, asumen el cargo provistos de un suficiente capital de valores humanos, suelen abandonarlo enriquecidos.
A estas conclusiones hemos llegado tras seguir con atención las trayectorias que han recorrido algunos ministros, alcaldes o rectores. Fíjense, por ejemplo, en los delicados trabajos que José Luis Romero Palanco desarrolló antes de acceder al cargo de rector, en los proyectos complejos que emprendió durante su atinado mandato y, sobre todo, en las actividades investigadoras y docentes que ha llevado a cabo a lo largo de estos trece años transcurridos tras su cese.
La coherencia que observamos entre sus palabras, sus actitudes y sus comportamientos constituyen pruebas irrefutables, no sólo de la consistencia de sus convicciones democráticas y de su espíritu universitario, sino también del peso específico de su calidad humana. Este Catedrático de Medicina Legal nos ha demostrado el elevado nivel de su capacidad de trabajo, de su temple, de su rigor científico y de su facilidad para el diálogo y para la colaboración
He comentado con diversos compañeros de diferentes facultades, por ejemplo, aquella pulcritud con la que coordinó las eternas sesiones en la que se elaboraron los Primeros Estatutos de nuestra Universidad, la sobriedad y la eficacia con la que condujo esta compleja institución durante ocho años especialmente intensos y apasionantes. Sin sensacionalismos, este dialéctico por naturaleza y por formación, es un fajador de fuste que le gusta cuestionarse sus propias afirmaciones y que encaja con serenidad las críticas de los detractores y, sobre todo, los elogios de los inevitables aduladores. Intelectualmente libre en el sentido más amplio del término, no experimenta miedo a adelantarse y profundiza, más allá de lo común, en sus ideas sin caer en el ansia de reconocimiento, esa enfermedad profesional muchos de los que ostentan algún tipo de poder. Quizás, por eso, usa su talento en la elección de sus acompañantes y de sus colaboradores.
Vital y audaz, sereno y elegante, contempla los problemas sin que le aumenten las pulsaciones, afronta la vida con serenidad, dosifica con precisión los esfuerzos y disfruta con lentitud de sus momentos de diversión y de ocio.



Pedro Castilla




Pedro Castilla
Un ciudadano que nos ha desmonta la convicción de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones poderosas.


José Antonio Hernández Guerrero

La vida de este ingeniero prejubilado, luchador de la causa de los pobres y defensor de un mundo más justo, constituye para muchos de nosotros un sonoro aldabonazo que nos despierta de nuestra apática negligencia y que contrarresta, en gran medida, ese murmullo ensordecedor de los sinuosos ríos enfangados por la desidia, por la violencia y por la codicia. Hombre libre, laborioso, crítico y solidario, ha decidido entregar su vida, su tiempo y sus múltiples conocimientos para acercarse a la vida de los menos favorecidos y para transitar por las sendas que llevan a la construcción de un mundo más habitable. De esta manera, denuncia los sinsentidos de muchas de nuestras tareas habituales y proclama la importancia de los trabajos que conducen directamente a la médula de la vida humana.
Si con su comportamiento valiente nos ha mostrado su rechazo a las imposiciones de falsas jerarquías y su superación de trasnochados valores, con su trabajo y con su preocupación por los pobres, nos ha desmontado la convicción interesada, errónea y mendaz de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones que ostentan los poderes políticos, intelectuales, económicos o religiosos. Los taburetes, las sedes, las cátedras, los púlpitos, las poltronas o los tronos distancian físicamente y alejan moralmente; enfrían la mente y secan el corazón. La lectura del Evangelio constituye, a nuestro juicio, la fuente de la que él extrae la luz para fijar altas metas y las fuerzas para proseguir su marcha por rutas empinadas. Los lenguajes con los que él nos lanza su mensaje potente y nítido son su trabajo generoso y su coherente ética alejada de esas burdas trampas que muchos han inventado para vestir inútilmente el vacío existencia y para alimentar la insaciable vanidad humana.
Estamos convencido de que la claridad de su discurso estriba, precisamente, en su sencillez y en la simplicidad de su vida. El trabajo y el amor son, efectivamente, la única fe que nos hace crecer y nos enaltece como seres humanos. Con su testimonio de vida -que pone en peligro la supervivencia de otras creencias, convenciones, privilegios e intereses de clases y de instituciones- traza un modelo que nos ennoblece a las personas e, incluso, dignifica a la especie humana.
Pero, contemplado desde mi óptica peculiar, recibo la impresión de que el motor último de todas sus decisiones y la medida exacta de su extraordinaria talla humana es el amor. Ésta es, efectivamente, la única fe que nos hace crecer y nos enaltece como seres humanos. Hay que ver lo sencillo que les resulta a estos hombres de buena voluntad explicar con hechos las lecciones más elementales de la vida.

Rafael Rodríguez Sande



Rafael Rodríguez Sande
José Antonio Hernández Guerrero

Si es verdad que este profesor de Filosofía -hombre amable, discreto y serio- es un empedernido lector de textos clásicos, mucho más cierto es que es un atento oyente de las voces que le dirigen los seres de la naturaleza y de las palabras que pronunciamos los seres humanos: es un intelectual contemplativo que - callado pero no absorto-, tras gozar con la verdad y con la belleza que descubre en el fondo de todas las cosas creadas, nos las señala silenciosamente con la intención de que los demás también disfrutemos de ellas e interpretemos sus aleccionadores y jugosos mensajes. En mi opinión, uno de los rasgos más reveladores de la vitalidad intelectual de esta persona es su capacidad de admiración y la fuerza con la que nos estimula a sus amigos para que miremos, para que busquemos y para que nos acerquemos a la vida que late, incluso, en los seres inanimados, con el fin de que, en ellos, nos encontremos cordialmente con lo más valioso de nosotros mismos.
Rafael, con sus palabras claras pero, sobre todo, con su apacible estado de ánimo y con sus actitudes contemplativas, tanto en sus clases como en las conversaciones con los colegas, nos explica con claridad cómo la admiración es la ventana que nos abre la posibilidad de fijarnos, de apreciar y de participar en los aspectos más positivos de nuestra corta existencia. Me ha llamado la atención la convicción con la que “proclama” que ésta es la vía privilegiada para implicarnos existencial y afectivamente con el mundo, descubriendo sus significados cognitivos y, sobre todo, sus contenidos cordiales.
Aquí residen, a mi juicio, las claves de esas otras cualidades que tanto nos sorprenden a los que lo tratamos: la suavidad de sus gestos y la elegancia de sus formas, su moderación y su discreción, sus buenos modales y su educación esmerada, su trato cortés y su cortesía retraída, esa manera peculiar de suavizar con el tono de voz la importancia de sus conocimientos y, en resumen, el buen gusto entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos No hay duda de que Rafael toma la vida plenamente en serio y sabe orientar sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes.
Su insaciable avidez de saber, su viva curiosidad, su amplia capacidad de silencio, su aguda facultad de escucha y su remansada delicadeza, han ido, de manera permanente, aumentando su erudición y agrandando su talla humana. La forma peculiar de suavizar, con los gestos y con el tono de voz, la importancia de sus conocimientos y la autoridad con la que los transmite nos demuestran que es un intelectual que, dotado de una cultura esmerada, está siempre dispuesto a aprender.
Quizás, esa imagen de persona dialogante, apacible, serena y sosegada que nos transmite Rafael tenga mucho que ver con la lectura permanente y con el estudio profundo de la obra platónica y, sobre todo, con la honda amistad que -según nuestro común amigo Mariano Peñalver- ha cultivado con el autor de los diálogos más agudos, bellos y sublimes de nuestra civilización occidental.

Manuel Moreno Puppo



Manuel Moreno Puppo
José Antonio Hernández Guerrero

Las actitudes y los comportamientos de este profesor universitario de Historia del Arte constituyen, a mi juicio, la plasmación de un principio que, en estos momentos de exaltación de vana ostentación, de agresiva rivalidad y de imparable agitación, la discreción, el sosiego y la armonía son unos valores mucho más rentables si los consideramos desde una perspectiva humana y desde una óptica humanista.
Su formación estética y, quizás, su talante sosegado, explican esa forma tan característica de contemplar, de interpretar y de vivir la vida. Ahí reside, en mi opinión, la clave de la habilidad con la que ha sabido conjugar y jerarquizar las tareas profesionales y la dedicación familiar. Estoy convencido de que su arte para administrar los tiempos está determinado por su fina sensibilidad y, sobre todo, por la exquisita conciencia que posee de los diferentes ritmos y de los distintos ciclos de la historia y, sobre todo, de las diversas etapas de las biografías humanas.
Tengo la impresión de que Manolo, desde muy pequeño -como hace cuando nos explica los significados artísticos de los cuadros de, por ejemplo, Velásquez- se ha ejercitado de manera permanente en el arte de acercarse y de alejarse de las controversias políticas, de los acontecimientos sociales e, incluso, de las rivalidades profesionales. No es, ni mucho menos que no le interesen los problemas de su tiempo y de su espacio, sino que los observa con detenimiento y los examina con precaución: con el detenimiento del crítico de arte y con la precaución del ciudadano responsable.
Pero los que lo conocemos y lo tratamos de cerca, sabemos que esa distancia a la hora de analizar la vida, no es, ni mucho menos, una postura fría, ni una pose displicente, sino, por el contrario, una actitud noble y delicada, alejada tanto de la frívola superficialidad como de la engañosa solemnidad. Manolo es, no lo olvidemos, un hombre cordial, amable y servicial que, permanentemente atento a los problemas de los compañeros, convecinos y familiares, se esfuerza por comprenderlos y, en la medida de sus posibilidades, acompañarlos y ayudarles.
Aunque, para hablar de Manuel Moreno Puppo, hemos de aludir ineludiblemente a su inquietud artística, a su curiosidad científica, a sus estudios rigurosos, a sus agudas reflexiones intelectuales y a las múltiples actividades docentes y de gestión que ha desplegado en nuestra Universidad durante más de treinta años, en esta ocasión, he preferido referirme a su calidad humana cimentada en su peculiar filosofía de la vida y, de manera especial, en su valoración positiva de la sencillez, en su adaptabilidad permanente al entorno cambiante, en su manera cordial para sanear la convivencia, en su deseo de hacer las cosas bien y en su disposición de colaborar con todos los que -alejándose de las mezquinas camarillas- buscan el bienestar y se alimentan disfrutando de la belleza y de la bondad.