sábado, 21 de junio de 2008

Rafael Rodríguez Sande



Rafael Rodríguez Sande
José Antonio Hernández Guerrero

Si es verdad que este profesor de Filosofía -hombre amable, discreto y serio- es un empedernido lector de textos clásicos, mucho más cierto es que es un atento oyente de las voces que le dirigen los seres de la naturaleza y de las palabras que pronunciamos los seres humanos: es un intelectual contemplativo que - callado pero no absorto-, tras gozar con la verdad y con la belleza que descubre en el fondo de todas las cosas creadas, nos las señala silenciosamente con la intención de que los demás también disfrutemos de ellas e interpretemos sus aleccionadores y jugosos mensajes. En mi opinión, uno de los rasgos más reveladores de la vitalidad intelectual de esta persona es su capacidad de admiración y la fuerza con la que nos estimula a sus amigos para que miremos, para que busquemos y para que nos acerquemos a la vida que late, incluso, en los seres inanimados, con el fin de que, en ellos, nos encontremos cordialmente con lo más valioso de nosotros mismos.
Rafael, con sus palabras claras pero, sobre todo, con su apacible estado de ánimo y con sus actitudes contemplativas, tanto en sus clases como en las conversaciones con los colegas, nos explica con claridad cómo la admiración es la ventana que nos abre la posibilidad de fijarnos, de apreciar y de participar en los aspectos más positivos de nuestra corta existencia. Me ha llamado la atención la convicción con la que “proclama” que ésta es la vía privilegiada para implicarnos existencial y afectivamente con el mundo, descubriendo sus significados cognitivos y, sobre todo, sus contenidos cordiales.
Aquí residen, a mi juicio, las claves de esas otras cualidades que tanto nos sorprenden a los que lo tratamos: la suavidad de sus gestos y la elegancia de sus formas, su moderación y su discreción, sus buenos modales y su educación esmerada, su trato cortés y su cortesía retraída, esa manera peculiar de suavizar con el tono de voz la importancia de sus conocimientos y, en resumen, el buen gusto entendido como discreta actitud frente a los problemas humanos No hay duda de que Rafael toma la vida plenamente en serio y sabe orientar sus esfuerzos hacia metas nobles y trascendentes.
Su insaciable avidez de saber, su viva curiosidad, su amplia capacidad de silencio, su aguda facultad de escucha y su remansada delicadeza, han ido, de manera permanente, aumentando su erudición y agrandando su talla humana. La forma peculiar de suavizar, con los gestos y con el tono de voz, la importancia de sus conocimientos y la autoridad con la que los transmite nos demuestran que es un intelectual que, dotado de una cultura esmerada, está siempre dispuesto a aprender.
Quizás, esa imagen de persona dialogante, apacible, serena y sosegada que nos transmite Rafael tenga mucho que ver con la lectura permanente y con el estudio profundo de la obra platónica y, sobre todo, con la honda amistad que -según nuestro común amigo Mariano Peñalver- ha cultivado con el autor de los diálogos más agudos, bellos y sublimes de nuestra civilización occidental.

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