Carmen Oliveras
José Antonio Hernández Guerrero
Dotada de profundas convicciones democráticas, de exquisita sensibilidad moral y de amplio sentido de la libertad, Carmen es una ciudadana comprometida con su tarea profesional y constituye, en mi opinión, la demostración visible y palpable de que el ejercicio de la Medicina es una misión que, además de aliviar los dolores y de curar las enfermedades, ayuda de manera eficaz a “vivir la vida” en el más amplio e intenso sentido de esta expresión.
He prestado especial atención a su peculiar forma de enriquecer el “trabajo clínico” con las dotes de su talante humano, y he podido comprobar cómo su trayectoria médica, orientada por su lúcida inteligencia, por su fina sensibilidad y por su entrañable cordialidad, es un amplio cauce por el que discurren esos irrenunciables impulsos que, nacidos en las profundidades de su conciencia, fluyen acompasados con el suave oleaje de los quehaceres profesionales, sociales y familiares cotidianos.
Me he fijado en esos pequeños gestos de dignidad personal con los que rechaza los malos hábitos de la indiferencia, de la amnesia o de la resignación. He contemplado cómo ella muestra su desacuerdo con aquellos conciudadanos e, incluso, con aquellos colegas, que, por miedo o por pereza mental, han perdido el sentido comunitario y aceptan lo inaceptable como si fuera parte del orden natural de las cosas o como si no hubiera otro orden posible. Por eso nos dice que, en la actualidad, es más que nunca necesario recordar aquellas viejas lecciones del sentido común. No es extraño, por lo tanto, que se especializara en Pediatría, esa rama de la Medicina que estudia las enfermedades del niño, y es comprensible que preste especial atención a la cardiología pediátrica, al diagnóstico y a la curación de las enfermedades del corazón.
Por eso -convencida de que el enfermo es más importante que la enfermedad-ella defiende la necesidad de que los médicos intensifiquen la relación con el paciente, para compensar, en la medida de lo posible, la imparable supertecnificación del actual sistema sanitario. Por eso ella presta tanta atención a cada uno de los pacientes. Por eso, quizás, en las consultas clínicas, en las reuniones con los colegas y en las tertulias con los amigos, hace esas preguntas tan contundentes y tan vivas.
Pero ella -que abriga la profunda convicción de que los tesoros humanos más valiosos no pueden ser devaluados por el desgaste de la rutina, por el deterioro de las enfermedades ni, siquiera, por la decadencia de la senectud- siempre aprovecha las ocasiones que se le presentan para persuadirnos de que todos hemos de repartir equitativamente nuestros esfuerzos con el fin de que, progresivamente, se vayan equilibrando los bienes y los males, los gozos y los dolores, las alegrías y las tristezas, las ganancias y las pérdidas, la salud y la enfermedad, las comodidades y las molestias, el llanto y la risa.
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