sábado, 21 de junio de 2008

Concha Unamuno



Concha Unamuno
José Antonio Hernández Guerrero

Si prestamos atención a las actitudes y a las palabras de Concha, recibimos la grata impresión de que es una de esas personas reflexivas que saben degustar el jugo de la vida. Ésta es, a mi juicio, la clave de esos mensajes diáfanos que nos transmite con el propósito de que nos apreciemos a nosotros mismos y de que valoremos la realidad que nos rodea. Dotada de una mirada amable, ella descubre ese algo nuevo y bello que todos los seres encierran: es una mujer admirable porque es admiradora, porque, atenta y equilibrada, posee un alma joven y sensible, capaz de penetrar en el fondo de las cosas y de descubrir sus misteriosos significados.
No es extraño, por lo tanto, que nos avise sobre esos grandes peligros que nos acechan en la actualidad: el de acostumbrarnos a las cosas buenas y perder de vista el aliciente de la novedad que cada día trae consigo. Por eso ella evita el hábito de ver como normales las cosas bellas y, por eso, ella lucha para no caer en la rutina, la gran arrasadora de la vida. Sus amigas comentan su facilidad para luchar contra el desencanto y su habilidad para superar esa tendencia tan común de infravalorar los episodios cotidianos.
En mi opinión, la clave de su serenidad estriba en su destreza para ver las cosas como recién estrenadas, como estimulantes invitaciones para que aprovechemos las múltiples oportunidades que la vida nos procura, para que disfrutemos de los momentos de bienestar que, aunque sean esencialmente efímeros, podemos lograr que sean intensos y profundos. Nosotros estamos de acuerdo con ella en que, porque sabemos que la vida pronto se esfumará, una palabra amable, una sonrisa complaciente, un día de sol o una conversación distendida nos parecerán regalos inmerecidos.
Sus actitudes, incluso más que sus palabras, nos explican claramente que tenemos toda la vida por delante y de que lo mejor de la vida nos queda por vivir. Estoy convencido de que esa serenidad que se desprende de su mirada tiene su origen en la profunda convicción de que cumplir años no resta nada al camino que nos queda por recorrer sino que, por el contrario, potencia nuestra marcha, asegura nuestros pasos, ensancha nuestros horizontes y profundiza nuestra conciencia de que, efectivamente, cada minuto es una nueva oportunidad que no hemos de desperdiciar.
Los años ya vividos y las experiencias acumuladas –efectivamente, querida Concha-, más que tiempo gastado, son recursos efectivos, fértiles cosechas y frutos maduros que, si los administramos con habilidad, están disponibles para que los aprovechemos y le saquemos todo su jugo. Cada episodio vivido encierra semillas fecundas que, si las cultivamos con esmero, germinarán y nos proporcionarán cosechas abundantes.






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