Marisol Dorao
José Antonio Hernández Guerrero
Marisol Dorao es autora y actora de su propia vida. Con esta escueta afirmación pretendo explicar mi convicción de que, desde que ella tuvo uso de razón, decidió elaborar un guión e interpretarlo de manera rigurosa y, al mismo tiempo, libre. Desde muy pequeña se percibió a sí misma como un ser humano responsable de elaborar un proyecto vital propio y, aplicando su clave personal, se esforzó denodadamente por cultivar una peculiar visión del mundo y una interpretación inédita de la vida.
Siempre vestida con elegancia -para gustar y, también, para gustarse-, con ese aire de estrella cinematográfica, en su vida profesional no sólo ha mostrado una insaciable avidez de conocimiento multidisciplinar, sino también una necesidad irrenunciable de soñar paseando por nuestra ciudad y contemplando la naturaleza. En cierta ocasión me dijo “Soy la más feliz de las mujeres, tanto cuando leo o escribo un libro, como cuando, al sol o bajo la lluvia, camino por nuestras calles de Cádiz, recorro las orillas de la playa o transito por las tortuosas sendas de los campos”. Y es que, efectivamente, su vida discurre por unos senderos convergentes que mantienen un sabio equilibrio entre la naturaleza y la cultura, entre la belleza natural y el arte elaborado.
Marisol es una mujer admirable y, sobre todo, admiradora. Tengo la impresión de que está permanentemente asomada a esa ventana que nos abre la posibilidad de fijarnos y de apreciar las cosas buenas y de participar en los aspectos más positivos de nuestra corta existencia. No es que confunda la admiración con la ingenuidad del que todo le parece bien porque tiene una visión bobalicona de la vida, sino que su habilidad -su arte- consiste en mirar con buenos ojos a las gentes y a las cosas, en que se fija un poco más que los demás en los aspectos positivos de cada persona, en que admirándose aprovecha la oportunidad de pasarlo mejor.
Cuando, en cierta ocasión me dijo: “Hay que ver lo aburrido que debe ser convivir con quien no se admira de nada”, le pregunté: ¿Cuántas veces te has inventado?, ella me contestó: “Lo hago de manera permanente”. Desde entonces sigo pensando que, si buscamos autenticidad, la mejor manera de acercarnos a ella es reinventándonos. La vida de Marisol constituye una permanente invitación para que viajemos por el mundo, aunque no salgamos de Cádiz, y es que, como en varias ocasiones ella me ha repetido, “a veces puede ser más bonito caminar que llegar”.
sábado, 21 de junio de 2008
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