Juan del Rey Calero
José Antonio Hernández Guerrero
Profundizar en la intimidad secreta de la vida y descubrir su sentido trascendente constituyen, a mi juicio, los contenidos fundamentales de su intensa tarea profesional y el objetivo explícito de su dilatada travesía vital. Juan del Rey Calero, Catedrático de Microbiología e Investigador de las Ciencias de la Salud, nos ilustra con sus actitudes y nos demuestra con sus comportamientos que el cultivo de los valores trascendentes, de las pautas éticas y las manifestaciones artísticas, en vez de frenar, orientan y alimentan la búsqueda de respuestas científicas a los permanentes interrogantes de la existencia humana.
Sus horas invertidas en los laboratorios, en las bibliotecas, en las reuniones científicas y en las aulas académicas están orientadas convergentemente hacia la meta explícita de la búsqueda permanente de soluciones biológicas, mentales y espirituales para los acuciantes problemas del dolor y del sufrimiento que afligen a los individuos y a la sociedad. En el fondo de sus entusiasmos científicos, late, sin duda alguna, ese afán irrenunciable de reducir los males y de aumentar el bienestar de todos nosotros.
Movido por su intenso deseo de ver lo invisible y de contraponer, de manera permanente, el mundo exterior con ese otro espacio -que a veces ni siquiera es espacio- interior, dirige su ávida mirada para captar, en la profundidad, las raíces de los males que padecemos y, en consecuencia, la receta de los remedios adecuados. Ayudado con los instrumentos más modernos que le proporciona la tecnología, y guiado por su insaciable ansia de saber, indaga sin descanso en ese otro universo interior, tan infinito como el exterior, y explora los enigmas que, a veces, lo remiten al misterio. Ahí reside, en mi opinión, las claves que explican su obras como, por ejemplo, el Atlas de microbiología y enfermedades infecciosas, Cómo cuidar la salud: su educación y promoción, La prevención primordial, Aspectos sociosanitarios del envejecimiento.
En mi opinión, su trayectoria vital está determinada por su convicción intelectual y por su exigencia moral de que el científico, sobre todo de la Medicina, ha se ser, además filósofo, porque, como es sabido, las categorías fuertes de las ciencias naturales -como el tiempo, la conciencia, la energía, el infinito, la vida, la materia, el universo- son indefinibles o, al menos, aún no podemos definirlas sin pedir auxilio a las ciencias del espíritu.
Por eso él, vitalista y amante de la claridad, se pasea por esos misteriosos mundos de saberes, se adentra en el ámbito de la filosofía, de la teología, de la literatura y de la música, con la aspiración explícita de hacer una síntesis entre el pensamiento, el lenguaje científico y la creación literaria. La ciencia, efectivamente, no está reñida con las letras ya que, como es evidente, es el lenguaje quien administra sus poderes significativos.
Aquí puede residir la clave que explica las razones hondas que empujan a Juan del Rey Calero para que, con su fino sentido del equilibrio, conjugue armónicamente la búsqueda científica con el compromiso moral y con la creación estética. Aquí es donde, en mi opinión, hemos de rastrear el fundamento de un vida, definida como obra científica, y el sentido de una obra científica convertida en vida.
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