sábado, 21 de junio de 2008

Jorge Paz Pasamar


Jorge Paz Pasamar
José Antonio Hernández Guerrero

Quienes conocemos a Jorge, y hemos tenido el privilegio de estudiar y de trabajar a su lado, estamos en deuda permanente por ser él como es: un universitario contento de serlo y un profesor estimulado por esa vocación docente que sólo tienen quienes han hecho de la enseñanza el taller de sus trabajos y el patio de su recreo.
Ahora, tras su merecida jubilación, como ocurre con los auténticos intelectuales, comienza una nueva vida en la que dispone de más tiempo para la lectura, para la escritura, para la reflexión y para degustar la conversación, haciéndonos partícipes de sus jugosos análisis de los episodios actuales y de sus amables ocurrencias sobre la vida de cada día. Porque, efectivamente, él, como lingüista -un cultivador de las palabras- profesa una fervorosa devoción, sobre todo, por los lenguajes que sirven para tender puentes, para facilitar el entendimiento mutuo y para estimular la comunicación cordial. Estoy convencido de que las raíces de su facilidad para la concordia se ahondan en el fondo de su generoso espíritu de armonía. Charlar con este hombre, agudo, austero, sobrio y abierto de ideas, es penetrar en un remanso de equilibrio y de paz. De Jorge siempre me ha llamado la atención -además de su profunda bondad, de su delicada sencillez y de su radical claridad en la manera de expresarse- las formas delicadas con las que nos transmite su pensamiento.
Todos hemos podido constatar cómo, en esas situaciones propicias para las porfías, las rivalidades y las rencillas, determinadas por las escaladas y por los escalafones, él ha sabido mantener su integridad y su lealtad, unas virtudes que siempre las ha acompañado de una permanente amabilidad y de una simpatía espontáneas. En los momentos de dificultad, su elegante compostura representa para nosotros un estimulante acicate y un ejemplo de bonhomía. Ese es, a nuestro juicio, el colofón y el resumen de su rica personalidad. Estoy convencido de que Jorge, impulsado por una moderada esperanza, es un romántico, un amigo, sin fanatismo, del orden y un enemigo, sin rencor, de la rutina. Por eso ha sabido arar la tierra de las relaciones humanas con esa sonrisa franca que, a veces, estaba teñida con tonos de escepticismo.
Otros compañeros son testigos de las veces que hemos comentado las sencillas lecciones de humanidad y de cariño que nos ha dictado, sobre todo, por su manera digna de enfrentarse al trabajo y a la vida. No debe extrañarnos, por lo tanto, que apoyando sus tareas docentes e investigadoras en la tierra firme de su honda conciencia de la grandeza y de la fragilidad de ser humano, siempre haya adoptado una actitud madura y una voluntad de seriedad. Paciente, pero nunca resignado, Jorge ha proclamado su fe en las conexiones de la amistad y, sobre todo, en el afecto como sustancia propulsora de su vida.

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