sábado, 5 de julio de 2008

Lalia Guerrero Mora-Figueroa



Un ser humano que, con su sola presencia, proyecta la luz matizada de la bondad creando a su alrededor una atmósfera cálida de cordialidad apacible y pacificadora

José Antonio Hernández Guerrero

Si la elaboración de estos perfiles humanos semanales –meros apuntes esquemáticos- siempre me resulta delicada debido al inevitable riesgo de simplificación que entraña, realizar el dibujo de una mujer tan rica en valores humanos, en virtudes morales y en matices estéticos, es una empresa que, sin duda alguna, supera mi insuficiente capacidad de síntesis y desborda los estrechos límites de mis destrezas para el diseño. La dificultad aumenta, además, si tenemos en cuenta su exquisita discreción y su eficaz habilidad para velar el esplendor de sus indiscutibles talentos. Soy consciente de que cualquier expresión que suene a hipérbole retórica o, incluso, a elogio cortés, constituiría una falsificación de su verdadera imagen y una falta de respeto al significado de los mensajes que ella nos transmite.
Lalia -noble, delicada y amable- es una artista y, sobre todo, una persona buena: un ser humano que, con su sola presencia, proyecta la luz matizada de la bondad creando a su alrededor una atmósfera cálida de cordialidad apacible y pacificadora. Junto a ella –fortalecida con esa paciencia que confiere la esperanza y con la alegría que proporciona la fe- el tiempo fluye despaciosamente al ritmo tranquilo que imprimen los pasos silenciosos que, con seguridad, da hacia esa luz que ella otea en el horizonte. Paciente porque es esperanzada, y alegre porque es creyente, esta mujer fuerte colmó todas las ansias de bienestar de su marido y sigue alentando las vidas de sus diez hijos y las de sus veintitantos nietos.
Con su generosidad, con su alegría, con su cariño y con su inteligencia no sólo enriquece la existencia de todos los que la rodean, sino que, además, impregna los objetos que usa y extrae de los diferentes elementos del paisaje unas resonancias y unas sensaciones inéditas. Estoy convencido de que su arte para pintar es la expresión directa de los ecos que despiertan en su privilegiada sensibilidad artística, el ansia de encontrar esa pincelada mágica que sea capaz de crear ambientes dotados de sencillez y de transparencia máximas, la necesidad de crear un mundo más equilibrado, armónico, coherente y unido.
En la luz matizada de su pintura –en el resplandor suave de su vida- late un mensaje vital que nos anima para que sigamos caminando entre las nieblas, para que exploremos las esencias y para que lleguemos al fondo y al trasfondo de las cosas, a la vida sentida, compartida, vivida con sencillez, con naturalidad y con autenticidad. Mujer frágil de cuerpo y robusta de espíritu, despierta y activa, modesta y compasiva, disponible y servicial, carente de afán de poder y ansias de riquezas, Lalia es un ser en el que se cristalizan y se concentran los valores más estrictamente humanos que ella armoniza en una sorprendente síntesis vital.