Josefina Junquera
José Antonio Hernández Guerrero
Asumiendo, una vez más, el inevitable riesgo de que se interpreten mis palabras como una simple obviedad, me atrevo a afirmar que Josefina Junquera es una mujer actual. Vive el presente de una manera intensa, saborea los minutos con complacencia y extrae de ellos sus jugos más sustanciosos y más gratificantes. Trabaja y piensa, ama y sufre, habla y escucha, lee y escribe para aumentar su conciencia de la actualidad y para, en la medida de lo posible, colaborar en la mejora de nuestra sociedad. Es posible que, situándonos en esta clave vital, podamos interpretar sus opciones ideológicas y valorar sus tareas profesionales.
Mujer cercana, sensible e inquieta, revisa, de manera permanente, sus credos y purifica, de forma pausada, sus creencias. Alejada por un lado del puritanismo y de la mojigatería, y, por otro, de los radicalismos integristas, observa detenidamente lo que ocurre a su alrededor tratando de disipar las nieblas que ocultan sus más elementales significados. Huye de conceptos abstractos despersonificados y de esas piadosas nieblas de límites indeterminados.
Y es que ella está fuertemente motivada por los problemas de sus conciudadanos, y, sobre todo, por las preocupaciones de aquellos convecinos que, más o menos próximos, aún siguen experimentando las consecuencias de aquellas escisiones entre el espíritu y el cuerpo, entre lo bello y lo bueno, entre la tierra y el cielo. Tengo la impresión de que ella, para nutrir su propia vida, además de ahondar en ese filón inagotable de la intimidad, se esmera en profundizar en el significado de los sucesos, liberándolos de la presión de ancestrales prejuicios.
En mi opinión, ésa es la misma clave que le sirve para encararse profesionalmente con el misterio de los textos literarios, y ésa es también la pauta que sigue para establecer un contacto inmediato con la poesía. La literatura constituye para ella, no sólo el objeto de su profesión, sino también el alimento saludable que nutre su propia vida y que, además de estímulos, le proporciona recreo y descanso. Sin hacer gala de erudición, sus críticas son estimulantes invitaciones para que los alumnos se sitúen en la perspectiva adecuada de cada género y de cada corriente, para que los interpreten correctamente y para que se deleiten inteligentemente.
Tengo la convicción de que ella mantiene con las creaciones literarias una relación de amistad, un permanente trato de afecto, de camaradería y de lealtad. Josefina -respetuosa y dialogante- es amiga de los autores, de los narradores, de los personajes e, incluso, de los lectores. Como lectora posee una intuición penetrante, sacudida por ramalazos de intuición y traspasada por un constante hervor intelectual y afectivo: ese misterio que se llama amor y que también se llama poesía. No es extraño, por lo tanto, que sus clases -rigurosas y documentadas- sean recibidas por los alumnos sensatos con gratitud.
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