sábado, 21 de junio de 2008

Marilalo Prada


Marilalo Pradas
José Antonio Hernández Guerrero

Marilalo sabe muy bien que la vida -toda la vida- consiste en cambiar para seguir siendo los mismos y en crecer para lograr alcanzar la propia personalidad. Está convencida de que la supervivencia humana depende, en gran medida, de la capacidad de adaptación a las continuas transformaciones de los espacios y de los tiempos, sin perder la propia identidad. Ella, que conserva intactas todas las ilusiones de su intensa adolescencia, sigue con sorprendente naturalidad los ritmos desiguales que le marcan la sucesión de los acontecimientos sociales y las melodías variables de los imprevistos episodios familiares.
Fiel a sí misma y leal con sus amigos, discurre, tanto mental como físicamente, por la ruta empinada que la conduce al afianzamiento de su personalidad. Nos llama la atención cómo, a pesar de su formación eminentemente científica, su figura refleja una palpable sensibilidad estética. Pero, a mi juicio, el rasgo más característico de su perfil humano es su irrenunciable defensa de la libertad, su lucha sin descanso por mantener la autonomía personal -por ser protagonista de su propia biografía- y, sobre todo, su permanente esfuerzo por alcanzar una voz propia que, sin desafinar, esté de acuerdo con lo que ella siente, espera y piensa. Por eso rechaza con desparpajo las sendas preestablecidas, las normas convencionales e, incluso, el papel pautado.
Marilalo es, sobre todo, una mujer vitalista que está convencida de que su trabajo fundamental consiste en vivir su propia vida respetando las de los demás y, en la medida de lo posible, colaborando para que los otros también la vivan de una manera independiente. Tengo la impresión, sin embargo, que el aspecto de su personalidad que más sorprende a los que sólo la conocen desde la distancia profesional, es la contextura ética de sus actitudes sociales y de sus comportamientos ciudadanos: fíjense, por ejemplo, en ese minucioso escrúpulo con el que observa hasta las mínimas prescripciones que tienen como finalidad facilitar la convivencia y la solidaridad para acondicionar este mundo y para hacerlo más habitable. Sin duda alguna, Marilalo, dotada de coraje, de temple y de arrojo, es un ser “compasivo”, siempre pronta a acompañar y a comprender a los que atraviesan por algún trance de dolor. Precisamente porque es matemática, sabe muy bien que -como nos enseña Pascal- “conocemos la verdad no sólo por la razón, sino también por el corazón”.
No es extraño, por lo tanto, que en sus clases o en las tertulias con sus amigos, sin necesidad de acudir a consejos ñoños, a sermones edulcorados, a pláticas empalagosas, a mojigaterías ni a moralinas, insista tanto en la necesidad de una formación equilibrada que cultive la razón lógica, la razón ética y la razón cordial. No olvidemos, por favor, que el amor es la justificación más razonable de la vida humana.

1 comentario:

Juan Cáardenas Soriano dijo...

Preciosa y justa descripción de una persona a la que tuve ocasión de conocer durante un viaje en autobús de Sevilla a Cádiz cuando ella aún se encontraba en la facultad de matemáticas luchando con las ecuaciones difenciales y yo me disponía e embarcar para seguir con mis prácticas de mar para continuar con mis singladuras de alumno como Máquinas. Ambos de ciencias pero no desprovistos de corazón y humanidad.Pronto habrán pasado cincuenta años de aquél día , pero lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Muy inteligente y encantadóramente femenína.
Salud, mucha salud Marilalo, ya que seguro que amor y cariño no te faltarán nunca...
Juan Cárdenas.