Juan Cejudo Caldelas
José Antonio Hernández Guerrero
Es posible que José Alejandro -ese común amigo nuestro- tenga razón cuando afirma que el problema de Juan Cejudo radica, no sólo en que lee, medita y cree en el Evangelio, sino en que, además, pretende convertirlo en la pauta orientadora de su vida. “Quizás -afirma- muchas de sus inquietudes se hubieran apaciguado si, en vez de leer tanto las Sagradas Escrituras, hubiera estudiado más el Derecho Canónico, y si, en vez de estar tan pendiente de los medios de comunicación, se hubiera suscrito a la revista Ecclesia”.
Tengo la impresión de que, si hubiera dedicado más tiempo al estudio en vez de ocuparse en trabajar, si hubiera rezado el Breviario en vez de meditar, si hubiera predicado en vez de hablar con la gente inculta, su vida sería más apacible, más virtuosa y más edificante. A lo mejor hasta hubiera llegado a ser canónigo. Su error, efectivamente, estriba en que confunde la caridad -una virtud espiritual- con el amor- un sentimiento meramente humano-, la piedad con la conversación con un amigo, la ceremonia litúrgica de la misa con las reuniones familiares, el fervor de los motetes religiosos con el jolgorio de los ritmos populares. A muchos les sorprende también su devoción por las coplas de carnaval mientras que le dejan indiferentes nuestras solemnes procesiones de la Semana Santa.
Él, sin embargo, está convencido de que el tema fundamental de su vida personal es la vida de los demás, sobre todo, la vida de los que peor lo pasan. La fe para él no es una lista de preguntas y de respuestas que hemos de recitar de memoria, no es un ámbito delimitado de su existencia humana, no es una tarea profesional o una actividad complementaria, sino una dimensión que atraviesa toda su vida, un factor que potencia su espíritu, que ensancha sus espacios y que alarga sus tiempos. Ésta es la razón que explica que el Evangelio le proporcione una manera de vivir más humana y más intensa.
¿Saben ustedes que, además, es poeta y músico? Sus versos, escuetos y sus melodías sencillas son unos canales por los que expresa sus sensaciones y sus sentimientos más vitales; son venas y arterias por las que suben la savia y la sangre que le proporcionan sentido y energías a su vida modesta y elemental. Porque, como él dice, cada uno puede profundizar su tiempo en la medida en que lo llene de contenidos trascendentes, en la medida en la que se decida a amar. El amor –sensual, sentimental y espiritual- es precisamente el tema central que abarca y colma toda su existencia, la fuerza que atraviesa todas las capas de la personalidad, el fluido que penetra por todos los poros del cuerpo y del alma e inunda todos sus instantes es goce personal y un compromiso comunitario, es entrega solidaria, es unión y es comunión. Ésta es su manera de luchar, codo a codo con Manoli, contra la miseria y contra el sufrimiento, contra la degradación física y moral. Ésta es su forma de saborear la manzana de la vida, de gustar sus colores, sus olores y sus sabores, sin ignorar su acidez.
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