sábado, 21 de junio de 2008

José Mena


José Mena
José Antonio Hernández Guerrero

José Mena constituye, en mi opinión, la demostración visible de la notable fuerza que encierran las ideas cuando, originadas en esas experiencias fundamentales que han cincelado el espíritu, se convierten en convicciones profundas que orientan y alimentan toda una vida. En contra de esa práctica tan común en muchos de nosotros, de disociar y, a veces, de contradecir la doctrina -ética, política o religiosa- con los comportamientos, Pepe ha traducido con rigor y con coherencia los contenidos más importantes de su credo ideológico. Fíjense cómo mantiene, con una ilusión siempre viva, su voluntad de transformar el mundo para hacerlo más justo, más libre y más solidario.
Si lo observamos de cerca, advertiremos que no se ha servido de sus ideas ni de sus tareas políticas para elevar su personal nivel económico y social: conserva los mismos hábitos de austeridad, la misma manera sencilla de vestir, los mismos amigos, la misma familia e, incluso, el mismo lenguaje directo y claro que en su juventud. Sigue respirando esa misma atmósfera vital que constituye el espejo que le devuelve el rostro y la imagen de sus propios valores, de sus experiencias y de su peculiar concepción de la vida individual y colectiva.
Por eso se mantienen vigentes esos gritos que, desde su sencillez, lanza contra las injusticias, contra las desigualdades y contra las abismales diferencias de clase. Ésta es la razón por la que se cree con derecho a repetir que aún debemos seguir luchando para transformar aquellas formas de vida inaceptables; por eso mantiene, incólumes y depurados, los valores espirituales que, escapándose de ese elitista cielo estético en el que se pasan por alto los problemas reales de los hombres y de las mujeres de aquí y de ahora. Pepe, manteniéndose en el mismo espacio ideológico que respiró en su juventud, sigue alimentando la devoción por unas ideas que, además de permitirle reconocer el valor de las cosas próximas e inmediatas, y de saborear las sensaciones vivas y presentes, le descubren sus sentidos simbólicos -ético y estético- y le empujan a reaccionar, con toda radicalidad, contra las injusticias, las exclusiones y las desigualdades.
Pepe, en medio de esta sociedad veleidosa y agitada, sigue, serenamente, esa trayectoria que se trazó en su juventud, sigue soñando con ese mundo -con esa tierra/cielo- en el que compartamos bellas experiencias de amor, de armonía pacífica y de concordia solidaria, y en el que, unidos, luchemos para hacer desaparecer tantas escenas de dolor, de sufrimiento o exterminio: asesinatos, muertes violentas, etc.
Él sigue fiel a esas ideas que orientan una vida con su sentido histórico y con su significación existencial, mantiene los principios sobre los que se cimienta su proyecto de vida y la concreción de sus opciones y valores. Pepe es un documento vivo de un pasado que no se ha esfumado, sino que constituye las semillas de algunos de los frutos que hoy todos paladeamos. Creo que deberíamos seguir buscando estas trayectorias humanas que, como las de Pepe, son coherentes, fecundas y serenas.


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