domingo, 22 de junio de 2008

Jaime Cordero Barroso



Jaime Cordero Barroso
Uno de sus motores más activos de este hombre, agudo, incisivo y perspicaz, es el profundo amor al pueblo y a su pueblo de Alcalá de los Gazules

José Antonio Hernández Guerrero

Jaime constituye, a mi juicio, una de las pruebas más contundentes de la inagotable capacidad que poseen los seres humanos para, al mismo tiempo que maduran, seguir creciendo y produciendo frutos, para, acrecentando la conciencia del tiempo y del espacio en los que viven, hacer más habitable el entorno familiar y para construir una sociedad más solidaria.

Hombre agudo, incisivo y perspicaz, está entrenado para jugar el partido de la vida en campo propio y en los terrenos adversarios. Desde muy joven desarrolló una singular habilidad para aprovechar las oportunidades, para llevar el balón al fondo de la portería contraria, tras saltar por encima de las barreras sociales gratuitas y de las convicciones ideológicas injustificadas. Dotado de una paciencia invencible y de una férrea disciplina, ha sabido mantenerse alerta, con la musculatura en tensión y con el ánimo disponible, mientras aprendía cada uno de los secretos del fútbol, de la vida.

Hombre culto, atento y observador, de palabra fácil y de escritura elegante, clara y directa, es enemigo de las ambigüedades y de los circunloquios, y asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para seguir aprendiendo. Estoy convencido de que uno de sus motores más activos es el profundo amor al pueblo y a su pueblo. Quizás aquí radique también el secreto de su notable habilidad para tratar con respeto a los hombres sencillos y para relacionarse con naturalidad con la gente ilustrada. La claridad de sus palabras, fieles trasuntos de la claridad de sus ideas, constituye la manifestación directa de su sólida formación humanista.

Estas son las razones por las que no nos extraña la manera clara que Jaime posee de pronunciarse en público y en privado sobre cada uno de los asuntos concretos que la vida moderna nos presenta. Por eso nos resultan especialmente atractivas sus formas convincentes de analizar los problemas reales, eludiendo la tentación de caer en la superficialidad, en el radicalismo y en el exhibicionismo. Desde siempre, valoré, de manera especial, su realismo, su madura aceptación de la realidad inevitable, por muy dolorosa que fuera. Cualquier momento y cualquier ocasión le resultan propicios para convertirlos en oportunidades para escuchar y para atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.

Es posible que, en el fondo de su conciencia, aún le sigan resonando unas palabras que, con cierta frecuencia, repetía Sebastián Araújo, uno de esos antiguos maestros que lo estimularon para que lograra una libertad que le hiciera posible sacar a flote su rica personalidad:

“La vida humana es, ciertamente, demasiado importante y demasiado breve como para esperar los grandes acontecimientos para vivirla: o se vive en plenitud cada uno de los instantes o no se vive la vida”.

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