José González García: un hombre amable, que ha hecho del servicio su oficio.
José Antonio Hernández Guerrero
Pepe es un hombre servicial. Su actitud ante la vida es la de permanente atención a todo y a todos los que lo rodean. Sus actividades están impulsadas por el propósito de servir de algo y para algo. Con sus ojos abiertos y con su sensibilidad a flor de piel, está en continua alerta con el fin de no desperdiciar las oportunidades que se le presentan para ayudarnos a resolver los problemas que nos plantea la lucha por la supervivencia en este mundo tan competitivo. Posee una singular habilidad para lidiar en los conflictos que, de vez en cuando, surgen a su alrededor.
Mientras que otros invierten dinero en la bolsa para aumentar la cuenta corriente, él, haciendo gala de una estremecedora naturalidad, gasta su tiempo en conversar y en colaborar, sin el menor asomo de pretensión económica ni de aspiraciones de reconocimiento. Este ciudadano corpulento y amable, que ha hecho del servicio su oficio, está permanentemente disponible porque su vida está marcada por la saludable "manía" de ayudar, de servir y de hacer el bien. Cualquier ocasión es propicia para convertirla en la oportunidad de escuchar y de atender las demandas, muchas veces silenciosas, de los demás.
Creyente, romántico y sensible, Pepe posee una visión esperanzada de la vida; por eso traza su itinerario en diálogo y en colaboración con las personas a las que ama y con los grupos con los que trabaja; por eso reflexiona, comparte y actúa -manteniendo con una actitud receptiva- con el fin de valorar con precisión sus tareas y de vivir con intensidad el instante.
Respetuoso, inquieto y entusiasta, él asume la vida como un horizonte abierto a experiencias siempre inéditas y como una rica cadena de oportunidades para, actuando con honradez y sin trampas, seguir aprendiendo, para seguir creciendo y para contribuir en la construcción de una sociedad más habitable. Hemos podido comprobar cómo, dotado de una exquisita sensibilidad ética y literaria, a veces, busca el silencio para poner orden a sus ideas, para cerrar las ventanas al mundo estrepitoso y para, en el fondo de su conciencia, encontrarse consigo mismo. Quizás una de las clave de la admiración, del respeto y del cariño que en muchos despierta su figura sea esa modestia secreta y, al mismo tiempo, jubilosa del hombre que mide su felicidad por la estatura de las personas que le regalaron su apoyo, su estima, su amistad y su amor. Y es que –como me indica Cecilio Herrera- su delicadeza, su sencillez y su cordialidad definen y personifican un estilo de hombre corriente que -decidido a convivir con los próximos y a servir al prójimo- se toma la vida en serio, sin necesidad de aspavientos ni de exhibicionismos efectistas.
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