El padre Martín Bueno Lozano cumple noventa años.
Un sacerdote que, comprometido con sus gentes y atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio
José Antonio Hernández Guerrero
El pasado lunes, día cinco, el padre Martín Bueno cumplió noventa años. A pesar de que siente el cuerpo fatigado por el largo viaje, este hombre bueno mantiene el espíritu despierto gracias a las luces que siguen inundando su dilatada vida y que han guiado sus múltiples tareas pastorales: las luz de las verdades en las que él cree, la luz de las promesas en las él que confía y, sobre todo, la luz del amor -de los amores- a los que él ha entregado toda su existencia.
Nos sorprende cómo, desde la cima de su ancianidad, sigue mirando el mundo con los ojos abiertos de aquel niño que nació en Jimena de la Frontera, un pueblo fronterizo que, situado en el límite de la provincia de Cádiz, asentado sobre la roca firme de su historia milenaria y de sus tradiciones ancestrales, recuerda su pasado con gratitud, contempla sus alrededores con serenidad y mira su futuro con ilusión.
Es posible que aquí residan algunas de las claves de su manera de reaccionar con permanente sorpresa, con limpia ingenuidad y con abierta franqueza. Quizás ésta sea la explicación profunda de la paciencia con la que ha tallado los sillares de su conducta coherente y de la habilidad con la que emplea las palabras para descubrirnos el sentido original de las cosas y para que, trascendiendo el sentido trágico, proclamemos nuestra fe en la vida.
Fíjense cómo, soñador e idealista, se ha comprometido con sus gentes y, atornillado a su suelo, ha sido fiel a las utopías del Evangelio. Dotado de un corazón libre y un poco salvaje, su trayectoria está marcada por una permanente búsqueda de sentido en dirección al abismo de la interioridad, por una pasión por el lenguaje, por la tendencia tenaz, incesante y obsesiva, a decir lo inefable, lo que nos toca más a fondo el sentido mismo de nuestra existencia.
Este hombre inquieto, intuitivo, locuaz y, sobre todo, bueno, que se ha alimentado de silencio para escuchar las voces íntimas que hablan sobre el vivir y que, ahora, volviendo a sus orígenes, prefiere, simplemente, la vida desnuda, sin adornos o, mejor, adornada de la misma desnudez. Esperanzado, nos explica cómo el amanecer gris de algunos días aciagos se transforma en la luminosidad del amor.
Aprovechamos la oportunidad de este cumpleaños para hacer patente nuestro respeto y nuestra admiración por su radical honestidad, por su total independencia, por su ilimitada curiosidad intelectual, por su exquisita cortesía y por su compromiso activo con los valores morales.
El padre Martín Bueno, sugeridor y entusiasta, es un adelantado, un avanzado que, dotado de una extraordinaria lucidez para roturar nuevos caminos, y provisto de una notable audacia para romper moldes anquilosados, ha sabido acomodarse a los ritmos desiguales de los tiempos, adaptarse a las sucesivas situaciones históricas y dar respuestas pastorales adecuadas a cada uno de los momentos cambiantes, ha hecho gala de una sorprendente “fidelidad creativa”.
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