José Arana
Un hombre sobrio que, con su sencillez, refleja el ideal de una vida humana plena en el sentido más hondo y completo de esta palabra
José Antonio Hernández Guerrero
Pepe es un hombre que se ha tomado la vida serio. Enemigo de las estridencias, de las frivolidades y de la palabrería, contempla, analiza y vive la vida desde la proximidad microscópica que le proporciona su compromiso social y desde la distancia telescópica que le confiere su condición de intelectual. Consciente de su situación privilegiada por el hecho de haber estudiado, administra sus reflexiones –escuetas, agudas y valientes- que están apoyadas en las experiencias compartidas con sus gentes, e iluminadas por los principios éticos de la libertad, de la solidaridad, del respeto y del amor por los más desfavorecidos.
He observado con atención cómo, en su trayecto ascendente hacia la madurez, ha ido cambiando progresivamente su situación en la cancha de juego: desde su inicial puesto de interior derecha que marcaba goles o proporcionaba balones para que otros jugadores ubicados más en punta los marcaran, gracias a su excelente técnica y a su visión de juego, pasó a cumplir, después, la función de mediocentro distribuidor. Finalmente se ha asentado en el centro de la defensa desde donde despeja balones con contundencia y sale con el balón jugado dándonos pruebas de su tino para iniciar los contraataques hacia la portería de las desigualdades.
Si, a veces, nos sorprende por su sobriedad, por su naturalidad y por la discreción de su imagen, su discurso nos llama la atención por su claridad, por su oportunidad, por su realismo, por su valentía e, incluso, por la ironía con la que despoja los episodios de unos brillos que siempre son engañosos. Por eso, si pretendemos interpretar el significado exacto de sus palabras cuando nos habla, por ejemplo, del tiempo -del que ha vivido, del que está viviendo y del que le queda por vivir-, hemos de fijarnos en la expresión picaresca de sus ojos entreabiertos.
Su figura es para nosotros la representación gráfica de lo sencillo que resulta a la gente de buena voluntad explicar con hechos las sendas que llevan a la construcción de un mundo más habitable. Con su densa manera de estar callado y, sobre todo, con sus elocuentes comportamientos ciudadanos, logra una eficacia que difícilmente alcanzan las deslumbrantes campañas publicitarias: refleja el ideal de una vida humana plena en el sentido más hondo y más completo de esta palabra. Sus gestos constituyen una respuesta directa, práctica y sin dramatismo a los interrogantes fundamentales de la existencia humana y una alternativa válida a esta vida de agitación, hastiada de tanto ruido vacío y de tanta vanidad ensordecedora.
Con su trabajo y con su preocupación por los marginados, nos ha desmontado la convicción interesada, errónea y mendaz de que, para elevar el nivel moral de los seres humanos y para favorecer la solidaridad social, es necesario encaramarse en las instituciones que ostentan los poderes políticos, intelectuales, económicos o religiosos. Los taburetes, las sedes, las cátedras, los púlpitos, las poltronas o los tronos distancian físicamente y alejan moralmente; enfrían la mente y secan el corazón.
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