domingo, 12 de octubre de 2008

Elena Mourier


Elena Mourier

Mujer de raza, inalterable y solícita, ha sido una pieza fundamental en el engranaje de nuestra Universidad
José Antonio Hernández Guerrero

Hace ya muchos años que doña Elena, con sus actitudes serias, con sus comportamientos rigurosos y con sus eficaces gestiones, ha constituido un argumento contundente para demostrar -a esos reticentes que aún siguen anclados en los prejuicios de un hosco machismo- la supremacía de las mujeres que, bien preparadas, son capaces de llevar a cabo algunos trabajos de administración reservados, en ocasiones, a los varones. Durante la infancia, adolescencia y juventud de nuestra Universidad Gaditana, en aquellos momentos de precariedad de personal y de ausencia de instrumentos informáticos, esta mujer culta, atenta, observadora, de palabra fácil y de escritura sobria, ha servido de manera fiel al progresivo desarrollo de nuestra comunidad universitaria.
Con su seriedad, con su rigor y con su eficacia ha liderado a un equipo de administrativos sin cuyos trabajos hubiera resultado imposible la marcha y el crecimiento de esta institución tan compleja. A lo largo de su dilatada trayectoria laboral, nos ha revelado las amplias dimensiones de su espíritu noble y franco, y con su lenguaje diáfano y directo, incompatible con las ambigüedades y con los circunloquios, nos ha transmitido uno mensajes saludables de bien hacer y de bien estar.
Mujer de raza, inalterable y solícita, ha sido una pieza fundamental en el engranaje administrativo de esa casa de la ciencia y de las letras. Contemplada desde nuestra óptica personal, nos ha llamado poderosamente la atención su modestia, su laboriosidad y su valentía, en contraste con la petulancia, con la indolencia y con la debilidad de algunos otros que -engreídos- a veces se aprovechan de la vanidad y de la ignorancia que los aduladores que los rodean.
Es posible que muchos de sus compañeros ignoren su inagotable capacidad para disfrutar y para hacer disfrutar a los suyos; su notable destreza para soñar y para hacer soñar con ese tiempo nuevo que, en compañía de Juan Antonio, su marido todavía le resta por vivir. Estoy convencido de que le sobran fuerzas y espíritu para seguir remando a lo largo de esa travesía que los dos, junto a sus hijos y a sus nietos, aún han de surcar.
Es posible que, en ocasiones, esta mujer inquieta y emprendedora, con su mirada limpia y directa -con esos ojos que son pozos profundos de experiencias y fuentes generosas de vitalidad- nos haya producido una impresión de cierta altivez, pero a los que la hemos tratado más de cerca, nos resulta un ser paciente, amable y tierno que siembra el amor y que cultiva la amistad. Estoy firmemente convencido de que, para interpretar y para valorar sus contenidos vitales y su trayectoria profesional, es necesario que examinemos con atención el itinerario -denso y dilatado- de esta mujer fuerte e independiente y, sobre todo, que apliquemos las claves humanas que le proporcionan sentido.

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