Juan de la Fuente Santos
José Antonio Hernández Guerrero
Para la mayoría de sus compañeros, Juan de la Fuente es, simplemente, un intelectual. Y es que ellos se fijan, sobre todo, en su manera intensa de disfrutar con las ideas y con las palabras. Me dicen que ponga atención a su rostro complacido cuando descubre el significado profundo de esos escritos clásicos que, para muchos de nosotros, son enigmáticos, y me aconsejan que contemple la expresión alegre con la que interpreta el sentido íntimo de esos episodios cotidianos que a los demás nos parecen anodinos. Es cierto que, también, su satisfacción es contagiosa cuando nos cuenta sus hallazgos lingüísticos y, sobre todo, cuando traduce y actualiza las obras clásicas: efectivamente, Juan es un lector minucioso y un crítico riguroso que penetra hasta el fondo de los textos complejos para desentrañar los mensajes que, renovados, aún nos proporcionan sustancias vitales. Por si te interesa continuar
Estamos de acuerdo en que Juan es un investigador científico, que está dotado de una singular capacidad analítica y de una sorprendente habilidad de penetración, también en que es un pensador y un estudioso capaz de captar los secretos íntimos que los textos guardan en sus misteriosas entrañas; incluso es probable que esa indisimulada cautela que a veces manifiesta, se deba al caudal de erudición que almacena y, sobre todo, al compromiso ético que ha contraído con su profesión.
Algunos de sus alumnos me han comentado cómo sus análisis les han ayudado no sólo a desentrañar los misterios y a descubrir los mundos imaginarios encerrados en los textos clásicos, sino también a orientar sus miradas hacia esos horizontes humanos que trascienden y contradicen nuestro mundo real, a veces, desquiciado. Otros celebran, sobre todo, su habilidad para explicar con amenidad y con sencillez las áridas cuestiones de la gramática latina. Es posible que él esté convencido de que, igual que los grandes maestros, la conversación constituye uno de los canales más fluidos para la reflexión, para el debate y para la enseñanza. Él parte del supuesto de que el diálogo relajado y cordial es el procedimiento más eficaz para el acercamiento a la verdad y para la transmisión de conocimientos.
Les confieso que a mí, todavía más que su exquisita sensibilidad para administrar su inaudita riqueza de registros y su agudeza de ingenio en el uso de los diferentes recursos de humor, me llama la atención su calidad humana reflejada en el respeto y en la delicadeza con que nos trata a todos. Ya sé que su ironía es un recurso hermenéutico que usa con la finalidad de descifrar, de comprender y de captar el sentido de las actitudes y de los comportamientos humanos, pero prefiero resaltar la altura de su talla reflejada en un optimismo esperanzado, en una probada honestidad, en una sencillez sin fingimiento, en una amabilidad sin ficción y en una capacidad de entrega a su trabajo, a su tierra y, sobre todo, a su familia.
sábado, 1 de noviembre de 2008
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